martes. 21.01.2025
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FUMADORES [I]

T.S. Eliot

José Luis Justes Amador

1947, TSE fumando, © George Platt Lynes, col. de Valerie Eliot
T.S. Eliot fumando, 1947, © George Platt Lynes, Col. de Valerie Eliot

Para Hernán Bravo Varela, por un eliótico amor compartido.

La fotografía es del malogrado George Platt Lynes y estaba en la colección particular de Valerie Eliot. Es de 1947 y ella todavía será Valerie Fletcher diez años más.

No parece que sea el despacho de Faber and Faber. Faltan los libros, las estanterías detrás. Tampoco parece su casa ni ninguna otra casa. Faltan detalles de vida, cuadros en la pared, muebles. Falta algo. Parece, en su sobriedad, sin un solo distractor, una foto destinada a promoción. Tal vez una solapa, una pestaña, una nota de prensa. Probablemente, eso me gusta imaginar cuando veo la fotografía: alguien, el propio fotógrafo, Valerie todavía en su papel de secretaria quizá, le ha pedido que pose. Y que espere mientras preparan la toma. Eliot, y eso se ve en sus ojos de impaciencia, deseando hacer algo más que estar ahí parado, saca del bolsillo interior de su impecable traje de raya diplomática un paquete que deja sobre la mesa y prende uno y espera fumando. No hay cenicero sobre la mesa. Tampoco se aprecia la marca de la cajetilla. Debe ser Estados Unidos ya que Platt estaba ahí ese año.

No sólo hay impaciencia en los ojos de Eliot. Como en casi todas sus fotografías, excepto en las pocas íntimas en las que se le puede ver más relajado, hay seguridad, una tranquilidad demasiado impecable para ser cierta. Como si su mirada fuera otra más de sus máscaras. Aunque la adusta y forzada curva de sus cejas y las bolsas bajo los ojos hablan de su cansancio, de sus preocupaciones. Es el mismo hombre que ha escrito tres poemas tan diferentes como “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”, “La tierra baldía” y los “Cuatro Cuartetos”. A su modo cada uno está en este rostro, en esa mano que lleva el cigarrillo a los labios. Puede que hubiera un reproche moral en los ojos de Eliot si supiera que el fotógrafo, además de retratarle a él o Orson Welles o a Thomas Mann o a Stravinski, llevaba desde principios de los años treinta haciendo fotografía homoerótica. Pero no podía saberlo porque esa colección se expondrá públicamente hasta los noventa.

Probablemente la fotografía de T. S. Eliot tenga que ver con el viaje a Estados Unidos para recibir un doctorado honoris causa por la Universidad de Harvard. No hay manera de saber si la fotografía es de antes o después de ese acto. Quizá la fotografía sea de la espera, y de ahí la calmada ansiedad del poeta. Puede que sea de después, y entonces la impaciencia sería por volver a su siempre protegida vida privada, una vida que le importaba más que la de su celebridad como “el” escritor. Sea de cuando sea, la fotografía está enmarcada entre la muerte de Vivianne, que le ha aliviado de muchas de sus preocupaciones, y la concesión del premio Nobel al año siguiente.

Eliot también sabe que ya no va escribir mucha, casi nada, más de poesía. Puede que, sin más, esté fumando por la satisfacción del trabajo bien hecho.

Dieciocho años después de esta fotografía morirá de enfisema pulmonar.

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