Es lo Cotidiano

FUMADORES [XII]

Virginia Woolf

José Luis Justes Amador

Fumadores XII - Virginia Woolf
Fumadores XII - Virginia Woolf
Virginia Woolf

En pocas frases se han unido tan perfectamente escritura y humo como en una de las que quedan esas que quedan escondidas, en “Las Olas” de Virginia Woolf. “Cuando no puedo ver las palabras enroscándose como volutas de humo a mi alrededor, me pierdo en las tinieblas, no soy ya nada”.

Precisamente fue escribiendo la siguiente novela cuando Virginia intento de fumar, algo que logró, según un biógrafo, una mañana de 1934 de seis o siete de la mañana hasta la una de la tarde antes de volver a prender otro cigarrillo. Resulta cuanto menos significativo que ese rasgo de la Woolf apenas esté destacado.

Fuera de la icónica imagen, realizada por Gisele Freund de Virginia anciana, en su cuarto, sosteniendo en su regazo un libro abierto y en la otra mano una boquilla y un cigarrillo, son raras las ocasiones en la que se le retrató fumando. Una de las pocas excepciones son esta serie de fotografías en las que, a pesar de la diferencia de los años entre una y otra, tiene la misma mirada, entre ensimismada y perdida, entre interesada en el exterior y volcada al interior. Una mirada, en fin, que simboliza y resume toda su obra.

La fotografía está tomada en junio de 1923 en el condado de Oxford, en la casa solariega de Lady Ottoline Morrell llamada Garsington. Ella es también la fotógrafa que capturó a Lytton Strachey y a Virginia sentados en una de las bancas del jardín disfrutando de un sol del que la misma Virginia se había preguntado un mes apenas antes de la instantánea “¿es alguna vez normal el sol en Garsinton?”. De aquellas vacaciones hay toda una colección en la National Portrait Gallery, aunque está fotografía en concreto (la Ax141463 del catálogo general) esté ahora en exhibición en el Imperial War Museum.

La Woolf, vestida con un modelo exclusivo diseñado por el parisino Nicole Grout y encargado para ella por Madge Garland, la editora de moda de la recién nacida revista Vogue, mira a lo lejos y parece reírse de alguna broma, probablemente irónica e hiriente del eminente biógrafo victoriano que la acompaña. Con él es con el que aparece en la mayoría de la serie. Strachey parece saber que lo están retratando y mira a la cámara, un poco más allá del objetivo, como intentando mantener la seriedad que le caracterizaba hasta en sus momentos más humorísticos. Virginia, tal vez ajena o tal vez desatendida, no ensaya ninguna pose. Es ella misma. Divirtiéndose en el jardín probablemente como único solaz del trabajo, una serie de novelas magistrales, que le esperaba en su escritorio.

Aunque Virginia, madre de tantas y tantas cosas de los más recientes acontecimientos sociales, quería un cuarto propio, sabía que es en compañía y en el exterior donde mejor saben los humos que se mezclan con las palabras, con las escritas. Con la conversación.

En el epitafio de su tumba (“bajo este árbol están enterradas las cenizas de Virginia Woolf”) también está gravada una cita de “Las Olas”: “Against you I will fling myself, unvanquished and unyielding, O Death!”. Tal vez porque sólo las palabras escritas y las palabras pronunciadas o escuchadas con humo sean lo único más poderoso aun que la muerte.

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