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GUÍA DE LECTURA

Cultura de paz, palabra y memoria, FCE

Jaime Panqueva

 

Apatzingán Michoacán
Apatzingán Michoacán
Cultura de paz, palabra y memoria, FCE

Vivimos día a día las consecuencias de la solución militarista trazada desde el gobierno mexicano para combatir las mafias de la droga. En diciembre del año pasado muchos recibimos con preocupación la nueva Ley de Seguridad Interior, que otorgaba facultades inusitadas al ejército en un Estado que se supone de Derecho. Seis meses después, las estadísticas alcanzaron por primera vez en décadas la cifra de 25 homicidios por cada cien mil habitantes, algo insólito en un país sin una guerra declarada. Y es la cifra oficial...

Los resultados de las elecciones presidenciales en México reflejaron el disgusto de los votantes por las estrategias de los últimos sexenios, que además de las cifras escandalosas de homicidios, acarrean en la última década una cifra de desaparecidos que casi duplica los de la última dictadura argentina del siglo pasado. Se dice muy fácil y rápido, pero el saldo de la violencia pasa factura a todas las capas del tejido social y, de no atenderse, la tragedia promete continuar su espiral de destrucción y muerte.

También hay signos de esperanza, y en esto constituye mi recomendación de esta semana. En 2013, el Fondo de Cultura Económica inició el estudio para la construcción de un centro cultural en Apatzingán, Michoacán. Con base en las experiencias exitosas de otros países, en particular la de las comunas de Medellín, Colombia, el Fondo adecuó una antigua estación del ferrocarril y diseñó un modelo de gestión cultural que se condensa en Cultura de paz, palabra y memoria (FCE, 2017), una memoria del proyecto que habla de la posibilidad de incubar la paz enseñando no sólo a las nuevas generaciones, sino también a los adultos, a convivir y a dialogar: “la función de la cultura es denegar la muerte.”

El modelo se centra en el poder de la palabra para potenciar la igualdad y el intercambio de ideas, para comprender al otro, para plantear preguntas esenciales que nunca debemos dejar de hacer: ¿Qué tipo de sociedad somos y queremos ser? ¿Qué elementos nos unen como sociedad, nos integran como nación, y cuáles queremos que sean puntos de encuentro en el futuro?

Para reconstruir el tejido social es indispensable rescatar la memoria a través de la palabra. Habría mucho que comentar sobre el tema, pero prefiero cerrar con este fragmento instigador:

“No puede permitirse que la violencia pase inadvertida; hay que cuestionarla, increparla. Hay que hablar sobre lo que nos aqueja y nos permite dimensionar el dolor. A partir de ese dolor se puede imaginar otra forma de estar y de actuar en el mundo. Vivir sin violencia y aceptar el conflicto que puede ser mediado sin ella, es un camino que hay que recorrer en la conciencia de uno mismo, del otro, de la comunidad y el entorno natural; de una ética que nos conforme como seres humanos en el respeto, la inclusión y la solidaridad.”

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