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GUÍA DE LECTURA

Los mariachis callaron, de Fernando Rivera Calderón

por Jaime Panqueva

México.com
Foto cortesía: México.com
Los mariachis callaron, de Fernando Rivera Calderón

Mario Sepúlveda, activista cultural, bibliófilo de hueso colorado y promotor de la liberación de libros en Coatzacoalcos y alrededores, me recomendó a través de un tweet la lectura de esta “distopía tragicómica sobre México del 2026”. ¿Cómo ignorar a quien profesa y contagia el amor por la lectura, quien además publicó en su sección cultural Hebdomadario de El Diario del Istmo, las primeras decenas de estas guías de lectura?

Conseguí mi ejemplar en la FENAL de León donde aún se promovía como novedad de Penguin Random House, a pesar de ser un ejemplar con fecha de caducidad similar a las de las cajas de huevo San Juan. Lo advierte la “postdata preliminar” que anticipa esta sátira descarnada de un México (aunque preferiría decir una CDMX que todo lo condensa y consume) apocalíptico, donde el eterno candidato López Labrador ha perdido de nueva cuenta las elecciones de 2018...

Bien lo definía a su manera el maestro Yoda, “Difícil de ver. Siempre en movimiento está el futuro”. Cuando algo que quiere ser literatura apuesta por lo inmediato, se acerca de forma peligrosa al periodismo de farándula y su limitadísima vigencia en el tiempo.

Rescataría, eso sí, a Los mariachis callaron por su humor ácido y frases amargas, aunque volvería a condenarlo por su exceso caricaturesco y desmedida obsesión chilanga de ostentarse como el ombligo del planeta.

Rivera Calderón se deleita con los nombres de sus personajes, iniciando con Kalelia (abstruso femenino del nombre de pila de Supermán), pasando por los expresidentes Vicente Fucks, Felipe Caderón y Enrique Pene Inquieto, hasta el nuevo presidente Cuitláhuac Blanco y su cohorte: el Dr. García (Secretario de Salud, claro), Manuel La Liendre Herrera, Esteban Alce, el Asno Bon Rukin...

Si con esto contiene usted como lector la risa fácil, esbozaré el argumento: la joven hija de un periodista archififí, regresa de su exilio en Canadá para asistir al funeral de su padre, y encuentra una  CDMX semidestruida por los terremotos y las cenizas del Popocatépetl, pero esperanzada ante la inminencia de un nuevo mundial 2026 auspiciado por el presidente de la república. Justo como en el 68, la muerte del eterno candidato, su funeral público y la posterior masacre de la turba por fuerzas del Estado, amenazan la inauguración del certamen. La protagonista, que presencia todo aquello, vive en la misma burbuja solipsista del autor.

Mejor me voy a sus últimas frases, que fungen como moraleja:

“Una vez más, entre la represión y la depresión, triunfó la euforia pasajera, el delirio del instante eterno y fugaz que nos consume. Y al final del día, millones de mexicanos pudieron ir a dormirse con una restaurada visión del futuro. Un futuro exiguo, modesto, de esos que duran y mantienen viva la esperanza hasta el siguiente partido. Por el momento y como siempre, con eso fue suficiente.”

 

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