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Héroe Nacional

La amante de los perros
La amante de los perros
La amante de los perros
Héroe Nacional

Fue extraño encontrar la esquela de Maxi en el periódico. La miré por un buen rato mientras tomaba la primera taza de café del día. Noté sobre la mesa unos seis periódicos diferentes. Al parecer, papá había comprado todos los diarios donde se había publicado alguna esquela o fotografía de Maxi. Incluso en uno de ellos aparecía en primera plana con su sonrisa holgada, cuando aún tenía la nariz húmeda, los ojos brillantes y el pelaje sedoso. Un silencio sepulcral recorrió la casa. Mamá había decidido no poner la radio esa mañana. Seguramente estarían hablando de él en los noticieros. Escuché que le harían un mural sobre la avenida más transitada de la ciudad. Imaginé a papá atragantándose con sus mocos cada mañana al pasar por un costado del mural mientras manejaba rumbo al trabajo.

Mi hermano trajo a Maxi un día que salió a comprar menudo al tianguis. Nos contó que un viejillo se lo vendió baratísimo. Mamá echó el grito en el cielo cuando lo vio. ¡No quiero más perros en esta casa!, dijo, pero mi hermano le contestó que Chuchi no era un perro, era una rata y él quería un perro de verdad. Chuchi era la perra de mi abuela, una chihuahua que se meaba cada vez que le hacían un cariño. Mi papá la mató un día que llegó borracho a la casa. No se fijó por dónde caminaba y traía puestas sus botas del trabajo. Mi abuela quedó inconsolable y murió poco después. Tenemos las cenizas de las dos en un jarrón chino que mi mamá consiguió en un bazar de antigüedades.

Maxi siempre fue hermoso y lo sabía. Mi hermano dijo que era un golden retriever, aunque yo le veía pinta de labrador con un toque de weimaraner. También era inteligentísimo. Le enseñamos algunos trucos, que realizó en un santiamén. Órdenes como sentarse, dar la pata y ladrar eran un insulto a su inteligencia. Mi hermano le enseñó tareas más complejas como ir por el periódico, llevarle las pantuflas e incluso ponérselas. Le dije que lo estaba esclavizando y después de un rato le dio remordimiento de conciencia. En vez de ese entrenamiento, le enseñó a prender la televisión y a abrir la puerta para que pudiera entrar y salir cuando quisiera. Maxi salía temprano a orinar en la jardinera de enfrente. Luego regresaba, prendía la tele y se acostaba en el sofá con la mirada clavada en el aparato. Me asustaba un poco.

Una noche mi hermano se quedó dormido viendo la televisión, junto a Maxi. Fue entonces cuando descubrió CSI en sus múltiples versiones: Miami, Las Vegas y NY. No se despegó de la pantalla hasta que se terminó el maratón de CSI y comenzaron  a pasar  infomerciales. Desde entonces, Maxi subía al sofá por las noches, prendía la televisión y veía su programa favorito. No importaba si pasaban el partido de la selección o daban los resultados de la Lotería Nacional, Maxi no dejaba que nadie se acercara al control. Después de varios meses, el canal renovó la programación y desapareció CSI. Lo buscamos en otros canales, pero nada. Maxi quedó inconsolable. Por varios días no se quiso parar del sofá. Mi mamá le llevaba comida, mas él no probaba bocado. Mi hermano lo tuvo que llevar al veterinario, quien dijo lo que ya sabíamos: Maxi estaba deprimido. Le recetó algunas vitaminas, pero no funcionaron. Un día decidimos llevarlo de paseo, a la fuerza. Lo subimos en la Avalancha de mi hermano. Era temprano, el sol se sentía tibio y caminamos por la colonia. Después de algunas cuadras, encontramos la estación de policía. A un costado había un terreno donde entrenaban los gendarmes. Maxi alzó la cabeza al escuchar ladridos. Eran los perros policía, unos imponentes pastores alemán que también estaban en entrenamiento. Subían y bajaban por tablas de madera, rodeaban conos naranjas y brincaban pilas de llantas. Maxi respondió a sus ladridos. Mi hermano y yo nos alegramos. Nos quedamos un buen rato hasta que vimos un letrero: estaban reclutando nuevos elementos. Mi hermano preguntó a un hombre corpulento si Maxi podía formar parte del cuerpo de policía. El hombre respondió que antes tendría que pasar por una serie de pruebas, comprobar que tuviera buena salud y conocer su temperamento. Por suerte, nuestro Maxi era joven y entusiasta. Imaginarán que pasó todas las pruebas sin dificultad, incluso el test de conocimientos y la prueba de manejo. Al poco tiempo Maxi formó parte del cuerpo policiaco. Nunca lo habíamos visto tan contento, excepto cuando veía CSI. Al principio acudíamos a sus entrenamientos y le llevábamos lunch, pero poco a poco se fue distanciando. Le asignaron un nuevo entrenador con el que pasaba todo el día. Aprendió rápido a detectar bombas, drogas y lo estaban entrenando para rescatar personas en casos de desastres naturales. Un par de meses después nos enteramos que Maxi iría a Chile, donde había sucedido un sismo. Así, a lo largo de tres años, estuvo viajando de un lugar a otro. El entrenador nos enviaba fotografías de Maxi posando en monumentos y esculturas emblemáticas de cada lugar que visitaba. A lo largo de su vida, participó en más de 30 misiones especiales (15 de ellas ultrasecretas) y en más de 400 desastres naturales, donde logró rescatar alrededor de 70 personas. Incluso rescató a un gato de los escombros, lo que demostraba su enorme profesionalismo.

Poco antes de que se jubilara y regresara a casa con nosotros, tembló en nuestra ciudad. La casa sufrió desperfectos, por suerte nadie resultó herido. Maxi se empecinó en sacar a una niña que llevaba horas atrapada entre los escombros de una escuela, una tal Frida Sofía. Ese día rescató a seis niños atrapados entre las piedras y fierros de la escuela, pero no lograba localizar a la pequeña Frida. Los policías y cuerpos de rescate dijeron que Maxi no quería tomar agua ni descansar, a pesar de tener las almohadillas de sus patas casi deshechas. Después de un rato entre los escombros, Maxi no salió y varios elementos se dieron a la tarea de buscarlo a él y a la pequeña Frida. Sólo encontraron a Maxi, pero era demasiado tarde. Estaba tan cansado que había perdido la conciencia en aquel agujero y una piedra le cayó encima, dando fin a sus días.

Todos lloraron y por un momento se olvidaron de Frida y del resto de los niños atrapados. Desocuparon una mesa de víveres y pusieron ahí el cuerpo de Maxi. Al poco tiempo, la gente se arremolinó a su alrededor y aparecieron flores y velas. La gente lloraba, se tomaba de las manos y rezaba, otros cantaban “Heroes” de David Bowie. Todo esto lo sé por una vecina, que estuvo ayudando. Nosotros no nos pudimos despedir de Maxi. Nos llegaron sólo sus cenizas, acompañadas de su uniforme y múltiples condecoraciones. Sus compañeros nos dijeron que le harían una escultura con llaves. Los centros de acopio estarían en algunas tiendas de mascotas. También, que el jefe de policía cortó un mechón del pelo de Maxi antes de que lo cremaran, con la esperanza de clonarlo.

Cuando pienso en Maxi lo recuerdo como un perro normal que se perseguía la cola y nos lamía la cara después de comerse su propia caca.

Mientras leía la esquela, mi mamá, mi papá y mi hermano se sentaron a la mesa, observando su taza de café, sin darle un trago. Papá no aguantó más y, mientras lloraba bajito, nos dijo: Por lo menos un miembro de esta familia resultó bueno para algo.




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La amante de los perros es una escritora consagrada que trabaja en una estética canina y prefiere mantener su anonimato.

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