SPOILERAMA
Las tres muertes de Marisela Escobedo
Óscar Luviano
De entre la decena de crímenes de odio que se cometen al día contra niñas y mujeres, los feminicidios de Rubí Frayre y Marisela Escobedo se han convertido en el sustrato esencial de las reivindicaciones por los derechos de las mujeres a una vida digna. Hija y madre se enfrentaron a la violencia de género y a sus tres baluartes: el crimen organizado, el sistema judicial y el Estado. Las tres muertes de Marisela Escobedo (2020) del cineasta Carlos Pérez Osorio es la crónica de estos crímenes, de los dos años que Marisela se dedicó a buscar, primero, a su hija desparecida, y una vez que encontró sus restos en un basurero, a investigar como la más fiera detective, hasta acorralar y orillar a la captura del feminicida confeso.
Es también la historia de la más digna de las luchas, la que se libra contra la impunidad y el olvido, y es imposible verla sin que las lágrimas te arrasen los ojos.
En el sorprendente documental del mismo responsable de “Las crónicas del taco” se revisa el caso de la madre y la familia de Rubí, que ante la indolencia (que en realidad era complicidad) estatal deciden investigar por su cuenta, y localizan y persiguen a su asesino, sólo para verlo liberado. Una historia que se cuenta a través de tres voces.
La primera se presenta apenas y comienza el filme: Marisela Escobedo habla a cámara, nos da su nombre y nos dice que no tiene miedo a morir. En esa tesitura, valiéndose de filmaciones familiares, material noticioso de archivo y entrevistas con familiares y amigos, Pérez Osorio recupera la voz de Marisela, una dentista de Ciudad Juárez (Chihuahua) que se convierte en militante tras el asesinato de su hija menor. Una voz llena de ternura cuando habla de Rubí, y afilada por una ciega determinación cuando habla a los medios, a los policías, a los políticos, a los jueces y al asesino de su hija.
La segunda voz, lejana, es la de Rubí. Una adolescente que dejó la casa matera para irse a vivir con un trabajador de la carpintería familiar, quien la aisló de familia y amigos, la embarazó y una noche de 2008 la asesinó, quemó su cuerpo y arrojó los restos a un basurero. En contraste con la de su madre, es una figura que en el documental sólo aparece referenciada y distante: en grabaciones de fiestas familiares, de pequeña en un parque, de pie entre las olas, en vestido de XV años, pero siempre como una figura lejana, un silencio lleno de vida que en, la ignorancia de su futuro terrible, hace más evidente el desgarro que deja un feminicidio en las familias y las comunidades.
La tercera voz que participa en esta pieza es la del sistema judicial mexicano. En contraste con las voces de las víctimas, fiscales, abogados y jueces hablan a la cámara con una suficiencia que se confunde con el cinismo y, desde una perspectiva tan insensible que no se entiende, alaban o solapan la labor de los policías y jueces que protegieron, liberaron y evitaron la captura del feminicida de Rubí y del verdadero asesino de Marisela.
Es ésta la voz más enigmática dentro de este documental, por todos aquellos huecos de la investigación, que no hace el menor intento por disimular (ninguno de los entrevistados habla del trabajo policial de Marisela Escobedo y su familia, de la muerte de inculpados y testigos protegidos, del asesinato del tío de Rubí o del incendio de su carpintería horas después del entierro de Marisela). ¿Por qué todo el aparato estatal y judicial chihuahuense liberó y protegió a un asesino confesó?
El documental responde con la tesis de que el asesinato de Marisela Escobedo no fue la obra de un sicario enviado por nebulosos patrones, sino un crimen de Estado. Días antes de ser asesinada frente al Palacio de Gobierno, Marisela acudió a una entrevista con el fiscal local. La recibió por una grosera instrucción del gobernador César Duarte (ahora inculpado de desvíos y nexos con el crimen organizado, y en espera de extradición), al que Marisela había importunado en uno de sus actos públicos. Es probable que cuanto les demostrase que no estaba dispuesta a parar, que sus tesis sobre el asesino de su hija eran correctas, se unieron las fuerzas del crimen con el poder al que incomodaba y la asesinaron en su campamento mientras confeccionaba adornos navideños negros.
A punto de cumplirse diez años del asesinato de Marisela, este documental (valiente y despojado, terrible en la sensación de desamparo que produce, pero necesario por la forma en que ensalza la protesta de las familias como única forma de visibilizar y enfrentar el horror) también evidencia el manual de instrucciones estatal para la atención de casos como los de Rubí y Marisela.
Este manual se resume en las terribles escenas del día en que los jueces absolvieron “por falta de méritos” al feminicida que, prácticamente, Marisela había capturado.
La juez, antes de irse a deliberar con sus dos compañeros, pide unas palabras al asesino, que antes de hablar muestra una breve sonrisa, acaso enterado de lo que seguía, y pide perdón por haber asesinado a Rubí. Unas horas después, los magistrados regresan. La sala en este momento se ha llenado de policías precautoriamente, de manera que cuando la juez lee absuelven al sicario, y Marisela entre gritos de rabia se lanza sobre él, los agentes de orden la frenan y encapsulan a su familia y amigos.
La labor de la justicia en los casos de feminicidios, nos cuenta Las tres muertes de Marisela Escobedo, no es la castigar a los culpables, sino silenciar y desalentar, y en su caso permitir la eliminación de aquellos que sobreviven a las víctimas, pues sus reclamos de reparación chocan de frente contra los intereses de poderes innombrables, pero siempre presentes.
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Óscar Luviano (Ciudad de México, 1968). Narrador y poeta. Cuentos suyos se incluyen en Nuevas voces de la narrativa mexicana (Planeta, 2003) y en Así se acaba el mundo (SM, 2012). Colabora en diversos medios y publicaciones.
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