martes. 23.04.2024
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In Memoriam • Vida vivida: Francisco Haghenbeck • Joserra Ortiz

Joserra Ortiz

Francisco Haghenbeck en las Jornadas de Detectives y Astronautas SLP 20212
Francisco Haghenbeck en las Jornadas de Detectives y Astronautas SLP 20212
In Memoriam • Vida vivida: Francisco Haghenbeck • Joserra Ortiz

Durante poco más de veinte años, Francisco Gerardo Haghenbeck se dedicó profesionalmente a la literatura, con una imaginación y una energía que no comparte casi ningún/a otro/a autor/a de su generación. Entre 1999 y 2021, sin tomar en cuenta su trabajo como guionista de cómics, firmó un medio centenar de títulos, repartidos entre novelas de géneros y públicos variados, antologías y colaboraciones con otros autores. El año clave de su irrupción violenta y desestabilizadora, en el mejor sentido de ambos términos, en el campo literario en español fue 2006, cuando ganó la segunda convocatoria del seminal premio Otra vuelta de tuerca con la novela Trago Amargo, misma que, junto a la ganadora el año anterior, Tiempo de alacranes, de Bernardo Fernández BEF, inauguró un nuevo momento para el género policial en México al que algunos críticos hemos llamado pospoliciaco. La agencia que durante el siglo XXI ha tenido su figura y su obra en la cultura mexicana es muy importante, pues además de su trabajo como narrador, debe destacarse su labor divulgativa y de curaduría de exposiciones y encuentros literarios que han ayudado a visibilizar y centralizar lo que hasta hace todavía dos décadas era un espacio marginal en el espacio público de la cultura y el arte. No me refiero únicamente a las novelas policiacas, sino a todas las expresiones narrativas que caben bajo la sombrilla enorme del relato de aventuras: la fantasía, el terror, el superheroísmo, el thriller y todas las demás clases de textos que desde éstas se desprenden. 

Las particularidades discursivas de su estilo y la multiplicidad de intereses éticos y narrativos de su novelística, clausuraron el modelo anterior de la literatura de género en nuestro país, sobre todo la de investigación detectivesca. Haghenbeck apostó por una literatura de espectacularidad estética en la que cupieron complejas reflexiones morales sobre el ser en nuestra sociedad hipermoderna. Paco, como se le conocía cariñosamente en el mundo literario, no trató un mundo de grandes y monolíticos temas, sino uno de rápidas mutaciones que debían atender las realidades olvidadas por los grandes discursos. En ese sentido, fue un escritor de lo desantendido que no se dejó llevar por la comodidad de los claroscuros, sino que comprendió al hecho literario como un artefacto explosivo y lleno de color, donde el ritmo y la agilidad de lo narrado, tenía que incentivar una recepción activa que llevara las codificaciones propias de los géneros establecidos hasta los límites de sus propias restricciones. Esa es la razón por la que se atrevió a escribir de muchas maneras posibles, y se dejó llevar por todas sus tentaciones estéticas. Igual escribió un guion para Superman, que se mojó los pies en las olas del realismo mágico ineludible en la figura de Frida Kahlo (Hierba Santa, publicado originalmente bajo el seudónimo Alexandra Scheiman); fue tan profesional para crear una de las sagas más sólidas del policiaco mexicano (la de las novelas de Sunny Pascal), como lo fue para sumergirse en su propio signo genealógico y reflexionar sobre el nazismo (El código nazi, Querubines en el infierno), como lo fue para entender los pequeños relatos identitarios nacionales (Solamente una vez, La primavera del mal, Sensacional de héroes); para crear divertidísimos palimpsestos de otras obras (Apesta a Teen Sprit, bajo la huella de Los tres mosqueteros, o En el crimen nada es gratis, deudor de la narratividad de Guy Ritchie), o para dar voz melancólica a la fantasía (La doncella de la sal, Matemáticas para las hadas).

Fue así, porque F.G. Haghenbeck fue un escritor distinto a muchos que comparten su esfera creativa. Antes que nada, él pensaba en un público, no de manera condescendiente sino participativa. Le interesaba encontrar y contar pequeñas grandes anécdotas que cupieran en esa abstracción que llamamos “imaginario colectivo”: por ejemplo, que la justicia existe, que la adolescencia es difícil, que en la historia hay muchos héroes y heroínas olvidados, que toda causa tuvo un principio o que hay males que son necesarios. Por esa misma razón, fue artífice de personajes entrañables por complejos y humanos, que revisan en clave de ficción las cuestiones trascendentales de la vida común; por eso, su poética se siente pública y nunca intimista: escribió lo que todos queríamos leer, fabuló lo que no sabíamos que imaginábamos también y tendió puentes desde el revisionismo histórico y la cultura popular hacia la excitación de las fantasías de sus lectores.

Sin embargo, creo necesario decir también, que su prolífica gestación creativa produjo, seguramente por su acelerada poligrafía, su necesidad de escribir mucho y publicar más, títulos de calidades y cualidades diversas, algunos que de tan buenos son ya clásicos contemporáneos y otros más bien mediocres, porque no se dio el tiempo de revisar y hacer descartes, ni tampoco se dio la confianza de la autocrítica—defecto que comparten muchos/as contemporáneos/as, sobre todo en el sobreexplotado espacio de la novela negra nacional. Fuera de esto, no puede negarse que desde finales del siglo XX la presencia y existencia de Haghenbeck en nuestra literatura fue fundamental para la consolidación de un modelo de producción literaria que hoy en día marca la pauta del mundo editorial mexicano: la búsqueda del bestseller de autor y canónico, es decir, el de un libro que consiga, al mismo tiempo, alta calidad artística, buena recepción crítica y excelente visibilidad comercial, sobre todo ahora en la época de las multiplataformas en las que se puede pensar en el relato literario, como el preámbulo tanto para una saga, como para una versión narrativa en otro formato. Haghenbeck, quien sin duda lo consiguió, pues ha sido traducido a una veintena de idiomas, vendido en cuatro continentes y adaptado al formato televisivo (El diablo me obligó, producida por Netflix como Diablero), nos dejó un gran ejemplo de lo que se puede conseguir con disciplina profesional, imaginación proactiva y exaltada, así como una incansable búsqueda por recuperar el espacio central que debe tener el relato literario en la sociabilidad pública. Su prematura muerte, el pasado cuatro de abril, debida a las complicaciones que la Covid-19 causó en su mermada salud por problemas renales que llevaba arrastrando por más o menos una década, marca el final de una breve época en nuestra historia literaria, la más provocativa que hayamos vivido en cuanto al relato de aventuras se refiere. Queda la confianza, a pesar de la tristeza, que al haber conseguido en vida un lugar en el canon, su novelística pervivirá y será, como ya lo es, influencia innegable de muchas otras escrituras que, como la de él, serán lúcidas y decididamente valientes: en nuestra literatura pocos ha habido tan bravos como Paco, para aventurarse a contar todo lo que su imaginación quería, sin miedo a las etiquetas, sin temor al error, con el compromiso del autor consciente de su arte y lo que quería lograr con ello. Nadie como él, su lugar no podrá nunca ser suplantado.

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Post Scriptum. Paco fue mi amigo por más de una década. lo conocí cuando organizábamos las Jornadas de detectives y astronautas, de las que formó parte muchas veces. Estaré siempre agradecido con él por la preocupación real y honesta que tuvo por mi bienestar y mi trabajo. Sin su apoyo incondicional, no habría hecho muchas cosas y siempre recordaré con mucho cariño aquel verano remoto en que fuimos okupas en casa de Bef y nos ayudamos a salir adelante, a plantarle cara a la vida y sus vicisitudes. Descanse en paz.


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Joserra Ortiz (San Luis Potosí, 1981). Es Maestro y Doctor en Estudios Hispánicos por Brown University, Licenciado en Letras por el Tecnológico de Monterrey, campus Monterrey, y actualmente Profesor e Investigador de Tiempo Completo en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.

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