Series • Extinguir la dignidad • Fernando Cuevas
Fernando Cuevas
En la línea del notable documental Wild Wild Country (Way & Way, 2018), Colonia dignidad: una secta alemana en Chile (Baumeister, Christiansen, Huismann y Bittner, Alemania-Chile, 2020) es otra escalofriante recuperación acerca de una comunidad dominada por el abusador de menores Paul Schäfer, que impunemente gobernaba su territorio, usando la supuesta palabra de Dios como coartada y estableciendo las relaciones políticas necesarias, como si se tratara de una microdictadura dentro de un país: establecer relaciones de absoluta dependencia y endiosamiento; cancelar cualquier posibilidad de tomar la iniciativa e infundir gran temor en los seguidores, dados los castigos celestiales y terrenales que le esperaban a cualquier miembro del grupo que osara desobedecer alguno de los rígidos y abusivos preceptos.
Ya en La colonia (Gallenberger, 2015) y en el documental Songs of Repressions (Hougen-Moraga y Wagner, 2020), se había retomado este caso criminal en el que el execrable predicador alemán ponía en práctica su habilidad para manipular las conciencias y voluntades de sus seguidores, asumiéndose como intérprete bíblico, y así construir una especie de feudo en el que la única ley era la que él imponía: cuando corría peligro, creaba escenarios de simulación en los que se desviaba la atención para seguir en libertad o bien para presentarse como el gran benefactor que alcanzaba a las comunidades aledañas. La humillación constante como forma de adoctrinamiento y las aparentes recompensas que ofrecía, lo elevaban ante los ojos de sus súbditos como una especie de ser infalible, ante quien solo se puede guardar silencio y ofrecer reverencias.
A través de los seis capítulos con una duración de alrededor de cincuenta minutos cada uno, la docuserie brinda un descriptivo panorama general de la Colonia, del cual se pueden desprender relatos específicos como el de una niña que escapa, contado en la dura cinta animada La casa lobo (Cociña y León, 2018). Se expone el trayecto que siguió el depredador sexual, desde que militó en la juventudes hitlerianas hasta su huida hacia Argentina, pasando por la primera casa hogar que dirigió en Alemania y las tempranas acusaciones que lo obligaron a realizar un periplo por Medio Oriente y, sobre todo, su enclave en Chile que duró de inicios de los años sesenta hasta mediados de los noventa bajo su mando, si bien fue cerrado hasta el 2007, cuando todavía se hacían tours.
En efecto, la comuna se instaló en la provincia de Linares del país andino y se fue desarrollando en la década de los sesenta, hasta que con el triunfo de Allende se vio amenazada por los grupos comunistas. En respuesta, sirvió de apoyo para algunas acciones que se sumaron para el golpe de estado en 1973, trafico de armas incluido, a partir del cual estableció una siniestra complicidad con la dictadura de Pinochet, sirviendo incluso como lugar secreto de tortura, asesinato y fosa clandestina donde terminaban los cuerpos de los disidentes, mientras que los residentes alemanes y chilenos seguían su vida sumisa de estricta división del trabajo y celebraciones alrededor de este pedófilo que, de manera totalmente incongruente, predicaba una postura puritana sobre el sexo y prohibía cualquier vínculo entre sus seguidores.
Una clave organizativa para mantener el control total sobre vidas y voluntades era la separación: de padres, madres e hijos; de hombres y mujeres; de niños y adultos, salvo los vínculos indispensables de cuidado, y de funciones productivas, supervisadas por este hombre que, mientras tanto, adquiría más poder, elegía al joven con quien pasaría la noche y soltaba discursos mesiánicos que escuchaban sus feligreses como una verdad relevada y en plena postura de agradecimiento: sobre todo, la intención era separar a las personas de sus raíces. Otra clave: que todo pareciera normal para la gente, que pensara que así es la vida y que no hay diferentes formas de convivir, excepto la que él dictaba. Obediencia sin cuestionar y castigos ejemplares a quienes intentaban escapar o contradecir al falso dios.
La serie se compone de grabaciones hechas por los propios habitantes de la Colonia –les encantan las cámaras a los megalómanos, como vimos en los filmes sobre NXIVM-, entrevistas posteriores a los principales involucrados, algunos ya ancianos, acompañadas de secuencias que muestran los escenarios como se encuentran actualmente, y extractos de noticieros televisivos, puntualmente organizados para construir la narrativa de cómo el mal, diría Hannah Arendt, es banal cuando hay una corriente ideológica y de liderazgo perverso que impide a las personas cuestionarse en lo más mínimo los sucesos que ven y las actividades que desarrollan: no en balde el último capítulo se titula La caída, como el brillante filme de Oliver Hirschbiegel sobre los momentos finales de Hitler.
Con la cámara subjetiva se recrean las narraciones de los involucrados como si estuvieran ocurriendo en ese momento, tanto por parte de los alemanes que padecieron al líder pero que al mismo tiempo cumplían sus criminales órdenes, como de los chilenos que se sumaron a la colonia, todos ya con los ojos abiertos y conscientes de los terribles acontecimientos de los que fueron víctimas y victimarios, aunque no lo tuvieran del todo claro. Los momentos de mayor tensión se integran con los recuerdos dolorosos, los mea culpa y los angustiosos relatos de impotencia y escapismo, mientras que un erizado score se entromete entre los folklorismos chileno y alemán, con todo y escenificaciones que parecerían provenir de un intercultural mundo idílico, mera fachada del infierno cotidiano.
La mirada poliédrica acerca de todo lo que ocurrió en la después llamada Villa Baviera, abre un amplio espectro para profundizar en algunas de las aristas expuestas de manera amplia, así como reflexionar sobre la tendencia hacia el mal que puede tener el ser humano, en contraposición de la buena voluntad y resiliencia que se puede alcanzar, como sucede en los campos de concentración o en diversas situaciones límite, para seguir adelante en la vida, tal como se observa en los diversos testimonios, tanto de los jóvenes y las personas mayores chilenas que padecieron la perversa complicidad de su gobierno con el líder teutón, como de los ahora adultos alemanes, irremediablemente marcados por esta experiencia terrible. Al menos su dignidad no se extinguió y ahora parece renacer con mayor fuerza en cuanto a reconocerse como personas valiosas y merecedoras de respeto.
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