lunes. 20.01.2025
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GUÍA DE LECTURA 433

‘Una soledad demasiado ruidosa’, de Bohumil Hrabal • Jaime Panqueva

Jaime Panqueva

‘Una soledad demasiado ruidosa’, de Bohumil Hrabal
‘Una soledad demasiado ruidosa’, de Bohumil Hrabal
‘Una soledad demasiado ruidosa’, de Bohumil Hrabal • Jaime Panqueva


Un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo, comenta Bohumil Hrabal en las primeras páginas de Una soledad demasiado ruidosa. Al leerlo, yo asentía pues reconocí que había llegado a su nouvelle por recomendación de otro libro aquí comentado, El infinito en un junco. En la lectura de este último me atrajo el tema enunciado por Vallejo: un hombre dedica treinta y cinco años de su vida a destruir con una prensa libros e impresos sobrantes.

Nada sabía yo hasta entonces de este autor checo que empezó a publicar a los cincuenta años, y que vivió la transición de la República Checa desde el imperio austrohúngaro hasta su secesión de Eslovaquia, y que es considerado uno de los grandes exponentes de la literatura checa del siglo XX. Si Jaroslav Hasek y Milan Kundera ocupan la cima de la literatura en esta lengua (recordemos que Kafka escribía en alemán) el listón, a la hora de abordar esta novela, se situaba muy alto. Y quizá por ello me costó trabajo digerir los primeros capítulos, que pueden pasar por demasiado escatológicos o, en ocasiones, demasiado simples. Sin embargo, nada sobra: a través de Hanta, un obrero que piensa en su retiro, Hrabal retoma y reexpone los temas iniciales para desarrollar un cuadro mucho más amplio que cautiva por el amor del viejo por los libros y la vida sencilla. Hanta nos lleva a través de Praga para recordar el exterminio nazi de los gitanos, así como los cambios bajo el régimen socialista que promueve un progreso megalómano y adoctrina a sus jóvenes.

Para el año de su publicación, 1976, Hrabal llevaba seis años como autor censurado por el régimen socialista de la entonces Checoslovaquia. Sus publicaciones circulaban a través de un mercado negro literario conocido bajo el nombre de samizdat. Sólo conocería la publicación oficial a partir de la caída del muro en 1989. Al igual que a Hanta, Hrabal gustaba de la vida sin preocupaciones, autor políticamente crítico y censurado, no se relacionaba políticamente con ningún grupo de oposición, y era asiduo visitante de las magníficas cervecerías de Praga.

Hanta compensa con la bebida la carga moral de destruir la letra impresa, aunque también a lo largo de décadas ha rescatado diversos volúmenes con los que, además de leerlos, ha construido una espada de Damocles libresca que pende sobre la cabecera de su cama. Su pasión por las diversas manifestaciones de la belleza lo lleva a adornar con imágenes de grandes pintores las pacas que fabrica con su prensa. Soy culto, dice el viejo Hanta, a pesar de mí mismo. Ojalá muchos más pudieran decir lo mismo.

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