miércoles. 25.06.2025
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Tachas 458 • Vetusta Morla: un cable a tierra para detener la deriva del mundo • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas

Vetusta Morla
Vetusta Morla
Tachas 458 • Vetusta Morla: un cable a tierra para detener la deriva del mundo • Fernando Cuevas


Es una anciana tortuga gigante llena de sabiduría que se mantiene al margen de Fantasía, habitando en el pantano de la tristeza dentro de La historia interminable, relato producto de la desbordada imaginación de Michael Ende. Este personaje fue retomado en la comunidad madrileña de Tres Cantos, cuando unos compañeros de escuela decidieron formar una banda hacia finales del siglo pasado: la voz de aguda intensidad de Juan Pedro Martín, conocido como Pucho, y la guitarra de Guillermo Galván empezaban a encontrarse con la batería de David “El Indio” García y el percusionista Jorge González, integrando la base rítmica junto con el bajo de Alejandro Notario, suplido después por Álvaro B. Baglietto; al tiempo, se sumó el tecladista y guitarrista Juan Manuel Latorre: el sexteto Vetusta Morla estaba puesto.

13 horas con Lucy fue su primera canción, seguida por otro par de composiciones entre las que estaba Vetusta Morla, cual carta de presentación, y tras algunos conciertos y dar la vuelta por concursos varios, grabaron el autoeditado EP Mira (2005), que incluyó la inquietante Iglús. Tras darse a conocer en el circuito de la capital española, por fin lograron presentar su primero largo, Un día en el mundo (2008), constituyéndose como uno de los mejores debuts en la historia del rock en español, reflejando la compenetración alcanzada gracias a los años previos de estar picando pentagrama: un aroma indie de lances roqueros que se entremezcla con un pop de imaginativa letrística y fuerte carga emocional: ahí están la canción titular, la brillante Copenhague y la distintiva Sharabbey Road como muestras, además de la autocrítica de una valentía impostada para acudir al sálvese quien pueda en medio de la marea.

Su opus dos, Mapas (2011), funcionó como un reforzador para orientar y nutrir el estilo, complejizando la rítmica (En el río, El hombre del saco) y ampliando las posibilidades armónicas, como se advierte en la sensible Los días raros con esa voz que se arrastra in crescendo con el piano (Ya está aquí / Quién lo vio bailar como un lazo en un ventilador / Quién iba a decir / Que sin carbón, no hay reyes magos). Con esa Maldita dulzura, las canciones de vuelta se deslizan con soltura por baldosas amarillas entre la balada efusiva y el apunte guitarrero. Ya con sello propio, propusieron el atmosférico Los ríos de Alice (2013), integrado por 14 canciones cual relojería fina -ahí está Los buenos-, que sirvieron de base para el videojuego homónimo.

También se publicó el directo Concierto benéfico por el conservatorio Narciso Yepes de Lorca (2013), sin dar respiro y mostrando su resuelta presencia en el escenario. Continuaron con el energético La deriva (2014), disco que propone un rumbo con ciertos virajes en relación con sus trabajos anteriores pero bien enfocado, contrario a su título, y que arranca con la esperanzadora canción homónima, la contestataria Golpe maestro; La mosca en tu pared, de corte kafkiano, y la poética Fuego; al menos para mantenerse andando en el juguetón Tour de Francia y frente a la pérdida de rumbo, están los Cuarteles de invierno o Las salas de espera, según qué tanto afecten los devaneos producidos por alguna Sonata Fantasma, de tesitura melancólica.

Siguió el arriesgado y absolutamente confirmador Mismo sitio, distinto lugar (2017), uno de sus discos esenciales: grabado en Berlín a partir de una noción renovadora, incluye algunas de sus más grandes canciones con la vocal teatralizada lo justo, interacciones instrumentales bien maceradas y narrativas vaporosas: Deséame suerte, con su toque de sicodelia; Consejo de sabios y la doliente ruptura de un amor vuelto ave inalcanzable; 23 de junio, para saltar la hoguera de San Juan sin equipaje y la lúdica electrónica de Te lo digo a ti. El álbum generó MSDL (2020), una especie de reencarnación y revisión de sí mismo en tiempos pandémicos; apareció, asimismo, el corte Los abrazos perdidos con Joaquín Sabina como uno de los múltiples invitados y en honor a los médicos vueltos héroes en tiempos oscuros.

Y todavía en un contexto de confinamiento como para encomendarse a La virgen de la humanidad para librar la Puñalada trapera del destino, grabaron Cable a tierra (2021), saliendo un poco de la auto referencialidad, aunque conservando esos habituales vínculos entre los terrenos acústicos y electrónicos, y buscando sonidos del otro lado del Atlántico, si bien ya lo habían sugerido en discos anteriores, ahora advirtiéndose en piezas como Finisterre: claro que de cierre, después de visitar El imperio del sol, qué tal una canción godardiana como Al final de la escapada para dejarnos con mucho aliento Por si te quiebras y así seguir palpitando cual Corazón de lava porque Palabra es lo único que tengo. En este año, compusieron la banda sonora de La hija (2021), filme de Manuel Martín Cuenca, en la que se incluye la meditativa Reina de las trincheras.

Ahora visitan la CDMX para presentarse en el festival Vive Latino; en abril darán un concierto en Monterrey y en mayo harán lo propio en Querétaro y Guadalajara.



 

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