jueves. 18.04.2024
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Flor Bosco


A los dieciséis años leyó la vida de Santa Teresita del niño Jesús. Esto la hizo pensar en los votos religiosos. Ensayaría la vida de monja antes de tomar una decisión. Comenzó vistiendo ropa gris y holgada, luego ya no se maquillaba, ahora el baño era con agua fría y dormía en el suelo hasta que el miedo a ser picada por un alacrán la regresaba a la cama.

La prueba final fue regalar sus amados juguetes a un orfanatorio. No le agradaban los niños pero tuvo que disimular cuando la madre superiora la llevó a conocer a las internas; sabía que el cielo tanteaba su fortaleza y mostró una falsa y perenne sonrisa. Como siguiendo el guión de una película alzó a la más pequeña, llena de mocos. Una niña mayor le previno burlonamente de que además estaba llena de piojos. Quiso aventar a la chiquilla pero se contuvo unos minutos antes de bajarla al piso.

Como curiosos lobeznos la fueron cercando las desamparadas. Le pedía a Dios tener las respuestas adecuadas a tantos cuestionamientos: Que si tenía novio, que si la besaba, que si se ponía collares o usaba tacones.

Salió del lugar con una lista de encargos que sin recato le hicieron las pupilas: una cruz de oro, anillos, maquillaje… no podía fallarles. Caminó por las calles como por un túnel gris, con la mirada fija en el suelo. Pensaba en cómo cumpliría con tantas ambiciones ajenas cuando una voz le susurró:-¡No finjas conmigo! No tienes madera de santa, eres como ellas y también deseas el mundo-. No sabía si era el demonio o su conciencia la que le hablaba, pero de pronto una luz alumbró su gran soberbia y la reconoció como suya. El débil brote de fe se secó y volvió a seguir con humildad a la chica material.

(De la serie Sombrías nostalgias)