miércoles. 24.04.2024
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Tachas 501 • Contemplar el mismo cielo • Jeanne Karen

Jeanne Karen

Imagen creada por IA
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Tachas 501 • Contemplar el mismo cielo • Jeanne Karen

Crecí en el campo. Tengo en mi memoria los días de sol, las interminables tardes, el crepúsculo que era el mejor espectáculo del verano, el cielo despejado y las luces naranjas y rojas que se extendían con toda su fuerza sobre un lienzo azulísimo. 

Cuando llegué a la ciudad mi horizonte cambió, el real y el metafórico, de pronto a la misma hora, subía a la azotea para contemplar el cuadro, pero todo era distinto, los edificios proyectaban largas sombras sobre las hileras de casas, las aceras estaban atestadas de gente, las calles con autos dirigiéndose hacia todas las direcciones posibles, aplastaban mi felicidad. 

En mi existencia se difuminaba lentamente la idea de la tierra apretada, los días extremadamente calurosos, las noches de lluvia interminable, el matiz de las cebollas. 

Ahora con el paso de los años anhelo volver a andar entre las frondas, mirar los parajes donde los pinos crecen a su máxima capacidad, gigantes y de un verde profundo, por las noches parecen mecerse con el viento de mi pueblo. El canto de los grillos renace, lo entiendo, ese idioma de lo oscuro.

Irse es difícil, porque partir es guardar en un lugar todo lo que se ama, los momentos, la gente, innumerables días y sus noches de fiesta, de dolor, de vida. Tomar una caja tras otra, vaciar en su interior las intenciones, los sueños, el deseo del descanso.

Encontrar de nuevo la paz donde antes la vi dibujarse en el agua quieta de una laguna, pero no sé si permanece en el lugar o si la tengo conmigo; la incertidumbre se apodera de mí, es mi madreselva.

Lo desconocido es abrir los ojos, justo en medio del bosque, ir a tientas.

Tener la fuerza y decidir, quizá me tome otros treinta años o solamente estaré soñando, dando vueltas eternamente por la pérgola de la infancia, en mi bici roja, y me quedaré con una tristeza vacía, una melancolía que no tiene nombre y que a nada se parece, algo que no puedo comparar, que no se ha podido advertir a la distancia o justo en mi rostro. 

Dejar lo que conozco y estremecer al mundo desde otra parte, mirarlo por una nueva ventana, más alta, más luminosa. 





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