CUENTO
Tachas 501 • Sordo • Eva Van Kreimmer
Eva Van Kreimmer
Los dedos se deslizan por las teclas inertes en busca del sonido que jamás llegará a los oídos del interprete, golpear con vehemencia el marfil del piano no le devolverá la alegría perdida de la música, Doren lo sabe, ya perdió la cuenta de las veces que se ha encontrado en esta situación. Frustrado, perdido e incomprendido, apoya su cabeza en la madera dejando que la sal toque la superficie de su amado instrumento, una vida dedicada al arte para no enloquecer, una dependencia conocida que se evidencia en la necesidad.
Dicen que estar vivo puede ser una condena cuando no estás con la persona que amas, tras dos o tres enormes fracasos sentimentales Doren renunció a esa posibilidad, pero vivía, sonreía, disfrutaba.
Ahora no vive, aunque todos aquellos que lo ven moverse y respirar opinen lo contrario, no es más que un cadáver deambulante, ni siquiera falto de alma, si no que con un alma atormentada atrapada en un purgatorio del que no puede salir.
El cuarto de música que siempre fue su refugio parecía oscuro y amenazante a sus ojos, el sol se colaba por la ventana iluminando la blancura del “LA”, Doren acarició la tecla, rememoró las veces que había compuesto en su escala, que había improvisado seguido por sus instintos, que había tenido que reafinar, pues esa nota en particular se desafinaba constantemente por el exceso de uso, ya nada quedaba de eso, solo el silencio.
Fue un milagro decían todos cuando tras tres días de coma despierta sin ningún rasguño, sin ninguna merma aparente, como si fuera el mesías, que molesta le parecía esa gente, la personificación de un reggae que pone cara de alegría y tranquilidad para ocultar la tristeza y miedo de su corazón. Estaba a salvo, sin piernas rotas, sin heridas internas, sin huesos quebrados, con movimiento en todas sus extremidades, simplemente en silencio. No hay nada más irritante en la gente que la incapacidad de comprender al herido, peor aún, si a esa incomprensión se le adicionan la compasión y la lástima. Doren no insulto a ninguno de esos insulsos, simplemente se puso en pie sin decir palabra, nunca fue un tipo conversador, pero de todas formas despertó extrañeza al deslizarse por la habitación sin dirigir la mirada a visitante alguno, con el único objetivo de salir por la puerta, los médicos intentaron detenerlo, pero era innegable su buen estado físico a pesar de haber caído de más de 12 metros de altura.
Ahora, tras los 4 meses en que prometieron que volvería a ser el de siempre, sigue sumido en el silencio, no tiene sentido continuar una condena de recuerdos conmovedores que no pueden volver a convertirse en realidad, desliza sus dedos por última vez para tocar un conocido soneto romántico que se pierde entre las paredes, todo es mecánico ahora y el dolor sobrecoge su espíritu en un sin sentido.
No importa más, se dice a sí mismo, mientras cubre las teclas cerrando para siempre el contacto con su único amigo, busca en su bolsillo el pesado elemento de libertad y se pone de pie para no salpicar la madera, se despide con una última caricia y coloca el cañón en el costado derecho de su cabeza, solo tardara un segundo, repitió para si antes de presionar el gatillo.
Una fracción de segundo de alegría al escuchar un débil zumbido junto a su oreja, que dulce resultaba cualquier cosa distinta del silencio aunque fuese en el instante antes de la completa oscuridad.