Entrevista

Me importa la literatura; los géneros me son secundarios: Julio María Fernández

Julio María Fernández Meza - Foto, cortesía JMFM

Francisco Rangel

Julio María Fernández Meza (Veracruz, 1985) es narrador, ensayista y académico. Es doctor en Literatura Hispánica por el Colegio de México. Ha sido publicado en diversas antologías y revistas electrónicas. Su trabajo narrativo está ligado a lo fantástico, mientras su ensayo nos muestra los análisis de los autores que visita y revisita; siempre con un ojo culto y un amor a su trabajo educativo que nos hace comprender rasgos que a veces pasamos por secundarios. 

Los dejamos con esta charla que nos dejó un gran sabor de boca. 

 

Para empezar, me gustaría empezar por entender qué es, o cómo podríamos encontrar lo fantástico.

 

Lo fantástico es un fenómeno literario moderno. Se dice que surge cuando menos desde el siglo xviii, se evidencia sobre todo en el xix y hay quienes proponen que también se da en el xx y el xxi. Estoy de acuerdo con esta perspectiva, que plantea que lo fantástico no es exclusivo del xix. Lo fantástico implica la trasgresión de la idea que tenemos de la realidad. Es decir, un texto fantástico, para que sea considerado como tal, tiene, por fuerza, que desarrollar un hecho sobrenatural o insólito que rompa la idea que los personajes tienen de la realidad y que, además, puede romper la idea de realidad del lector. En un texto fantástico conviven dos formas de mundos ficticios que son incompatibles e irreconciliables. El suceso sobrenatural no puede explicarse de ninguna manera (ni lógica, ni causal, ni científica, ni religiosa), porque si puede explicarse, entonces el texto deja de ser fantástico. De modo que encontramos los textos fantásticos en la modernidad. Ahora bien, aunque un texto escrito en la Edad Media desarrolle hechos sobrenaturales, el consenso es que no se considera fantástico, porque la idea que se tenía de la realidad era otra y más bien se denomina maravilloso. En la literatura hispanoamericana, el género fantástico es feliz y además es canónico desde la publicación de la Antología de la literatura fantástica, elaborada por Silvina Ocampo, Borges y Bioy Casares. En México, un ejemplo clásico de literatura fantástica es Pedro Páramo.

 

En una entrevista mencionabas que no hay una literatura ni una sola academia. ¿Hay distintas formas de lo fantástico? ¿Cómo las podríamos identificar?

 

No hay un solo modo de escribir literatura fantástica. Hay muchos. Lo fantástico se puede escribir de un sinfín de maneras, porque la realidad es en extremo compleja, y difícilmente dos o más personas estarían completamente de acuerdo en lo que la realidad significa para cada una de ellas. Si extendemos este juicio a la literatura fantástica, eso sugiere que un autor no va a hablar de lo mismo que otro, porque cada autor ve la realidad de una manera particular. Creo que no ganaríamos mucho si intentamos hacer una clasificación de lo fantástico. Eso no significa que no podamos plantearnos una imagen general de lo fantástico. Por ejemplo, los aparecidos o los muertos que vuelven a la vida son dos ejemplos clásicos de literatura fantástica. Si un suceso desentona con nuestra idea de realidad, si el texto desarrolla un suceso que no sea posible, entonces estamos ante un texto fantástico, en el entendido de que el texto fue concebido en principio así. De ahí que mencioné la literatura medieval, en la que los sucesos sobrenaturales son maravillosos, y no fantásticos.

 

¿Cómo podrías definir la literatura que te interesa? ¿Y qué te interesa de ella?

 

La literatura que me interesa es la que me pone retos. Lezama Lima abre un ensayo famoso de su obra así: “sólo lo difícil es estimulante”, y yo no podría estar más de acuerdo. Si un texto me dice más de lo que aparenta a primera vista, es muy posible que me interese. Lo que me atrae de este tipo de literatura es que me plantee una realidad singular y me haga sentir lo que el escritor experimentó en un momento de su vida.

 

Pasemos al cuento. ¿Cómo se construye uno? ¿Qué es importante para ti: la historia, la forma de construir la trama, la psicología de los personajes, el lenguaje con que se construye la anécdota?

 

Creo que un cuento se construye si posee dos ingredientes básicos: alguien o algo que cuente el cuento de manera convincente, y la anécdota -de qué trata el cuento-. Si estos dos rasgos están bien construidos, estaríamos en teoría ante un buen cuento. Por supuesto que hay más elementos, pero creo que estos ingredientes son la base de todo cuento sólido. Lo que más me importa a la hora de escribir un cuento es la forma. No es lo mismo un cuento realista que uno fantástico, ni tampoco un cuento de ciencia ficción que uno de horror, ni uno de humor que uno extraño. Para mí, todo lo demás (trama, historia, personajes y lenguaje) se subordina a este aspecto, al de la forma. Si la forma está bien planteada, todo lo demás consolidará la forma. Respecto a la psicología de los personajes, creo que este aspecto se evidencia sobre todo en la novela, no en el cuento. El cuento es anecdótico, no psicológico. Eso no quiere decir que no veamos la psicología de los personajes en el cuento. Pienso en Thomas Ligotti, uno de mis autores predilectos y al que leo con devoción. Acabo de adquirir Paradoxes from Hell Pictures of the Apocalypse, los poemarios más recientes de su producción, que se publicaron en Chiroptera Press en 2022 y 2023, respectivamente. Ligotti habla de la psicología, porque el tema transversal de su obra es el horror, y es natural que dé prioridad a este aspecto. Así como hay muchas formas de lo fantástico, de manera parecida las hay del horror. Pero una cosa es percibir cómo los personajes de Ligotti se atemorizan o son atemorizantes, y otra es ver paulatinamente cómo estas sensaciones se vuelven más complejas a lo largo del texto. Otro ejemplo que se me ocurre es Murasaki Shikibu, una autora japonesa a la que deberíamos prestar más atención. Ella escribió La leyenda de Genji en el siglo xi, también conocida como La novela de Genji (en japonés transliterado, Genji monogatari). En esta historia vemos cómo la psicología de Genji se desarrolla, y cómo él madura o se sigue comportando como antes. Y podemos verlo, porque el texto lo permite. Genji no es el mismo personaje en el primer capítulo, cuando adquiere la mayoría de edad, que en capítulos posteriores. Esta transición difícilmente puede evidenciarse en un cuento, que pide otro desarrollo.

 

¿Cómo imaginas a tu lector? ¿Qué características imaginas en esa persona a quien le cuentas una historia?

 

No pienso en un tipo concreto de lector, porque busco que mis textos puedan ser leídos por cualquier persona. Antes creía que la literatura era manejar un lenguaje y un registro elevados, que era un asunto de la así mal llamada “alta cultura” o arrogancias parecidas. Me di cuenta de que eso no funcionó, de modo que abandoné esa manera de escribir. Quienes me han leído me dicen que, a diferencia de otros escritores, yo me doy a entender y no me las doy de grande. Eso representa un elogio, que recibo a mucha honra, y me hace pensar que tal vez no hago tan mal las cosas.

 

¿Se parece a tu lector de ensayos? ¿En qué se parece y en qué se diferencia?

 

Me gusta escribir narrativa como cuento, ensayo, microrrelato y otros géneros en prosa, como el aforismo y el poema en prosa. Al escribir cuento trato no de ser tan referencial. Pero al escribir ensayo, como el género es reflexivo por naturaleza, puedo ser más referencial. También me gusta combinar los registros. Tengo un cuento, titulado “Recreación”, que se publicó en el tercer número de Anapoyesis, una revista dirigida por Daniela Lomartti, una querida amiga. Lo llamé “cuento”, pero creo que tiene claros visos ensayísticos. En esencia, trata sobre cómo los gatos, sí, los gatos, y no los seres humanos, representan La gatomaquia, de Lope de Vega, y los espectadores, que sí son seres humanos, ven la representación al conectarse virtualmente a la función. Recordemos que Lope se basó en La batracomiomaquia o Batalla de los ratones y las ranas, o sea, una parodia de La Ilíada, para escribir La gatomaquia que es, además, una burla de la sociedad de su tiempo. Lope está haciendo una recreación. Yo me pregunté entonces, ¿por qué no hacer una recreación de Lope? ¿Por qué no hacer una recreación de lo que es la literatura, criticarla y burlarse de ella? ¿No es esto lo que el «Monstruo de la Naturaleza» hizo? Y así escribí un cuento-ensayo de ciencia ficción, en que los gatos no sólo representan su papel, sino que se rebelan contra los seres humanos que los obligan a ser actores, o que están inconformes con la obra de Lope, y así los gatos o los seres humanos recrean la obra de Lope. En este mundo la escritura creativa dejó de existir y todo se reduce a las recreaciones. Es una crítica velada en contra de la creación literaria, y a la vez una alabanza de la burla, de lo sano que es burlarnos de nosotros mismos y de los escritores. Por eso creo que el lector que lea mis cuentos o ensayos no es, en esencia, diferente.

 

¿Cuál es el valor del ensayo actual?

 

Es un género fundamental. Puede no ser éxito de ventas (en comparación con la novela, que es lo que los editores piden sin cesar, y puede ser que este modelo persista por mucho tiempo), pero creo que es un éxito entre los lectores. Hay muchas mujeres y muchos hombres que escriben ensayo actualmente. Conozco casos de la literatura hispánica, y también de la inglesa e incluso en la alemana. Es un género muy vivo, y me da enorme gusto que sea así. El ensayo es un género moderno, cuyo surgimiento en la cultura occidental se atribuye a Montaigne, si bien hay antecedentes. ¿De qué suele hablar Montaigne en sus ensayos? Le he notado dos constantes: los libros y la vida. El ensayo es un género reflexivo, meditabundo, donde el ensayista piensa sobre algo y sobre sí mismo. Por ello, el lector que lea ensayos puede aprender de aquello sobre lo que el ensayista cavila, y a la vez puede aprender sobre el autor de esa reflexión. De ahí que el ensayo fascine a los lectores, porque nos brinda cuando menos dos tipos de reflexión, dos vías de pensamiento. A mí me gusta escribir ensayo porque me considero, sobre todo, un lector. Casi todos los ensayos que he escrito a la fecha, tratan sobre las lecturas que he hecho, porque soy de la idea de que leer no se opone a la vida. La lectura y la vida no están peleadas entre sí, como suele decirse, sino que más bien se complementan una a la otra. Leer es vivir, y vivir es leer.

 

¿Cómo analizas a un autor? ¿Hay algún modelo que utilices para el análisis? Si es así, ¿cómo funciona?

 

Al analizar a un autor, me fijo en sus recursos y estilo. Una vez más, volvemos a la forma. Este aspecto me importa bastante al leerlo, sea quien sea. Si el modo en que maneja la forma me llama la atención, ese autor me está diciendo algo, y siento entonces que no debería ignorarlo. En contraste, no suelo prestar mucha atención en su vida, ni me detengo en la recepción de su obra -cómo ha sido leído a lo largo del tiempo-. Es obvio que estos aspectos pueden ser de sumo interés a la hora de estudiar a un autor, pero yo me centro en el texto, más que nada. Al analizar a un autor, llego a mencionar su vida o la recepción de su obra, si estos aspectos contribuyen a la interpretación. El meollo del asunto es formular una serie de juicios críticos y opiniones razonadas de lo que su obra me dice a mí. Es el método básico que sigo en mi crítica literaria.

 

¿Cómo te concibes a ti mismo? ¿Qué tipo de personaje podría definirte?

 

No me concibo ni me identifico con ningún personaje con nombre, con un personaje al que podamos ubicar por tales o cuales características. No me siento un Quijote, ni tampoco una Madame Bovary, ni un Pierre Menard, aun cuando ellos tres se definan por ser lectores. En lo que coincido con ellos, es en que me considero un lector, un lector movido por la curiosidad, una insaciable curiosidad.

 

¿En el mundo académico, cómo te percibes? ¿Cuál sería el valor que observas en tu trabajo? 

 

También como lector. Diría que el valor de mi trabajo está, en parte, en que me dedico a la escritura creativa y a la crítica literaria. Las dos me importan bastante y escribo textos creativos y académicos. No todo escritor es un crítico (quiero decir, un crítico literario), ni todo crítico es un escritor. Hace poco tuve la oportunidad de asistir a una sesión de seminario de cuatro escritoras hispanoamericanas contemporáneas que imparte Alejandra Amatto, a la que admiro. Alejandra le preguntó a Lola Ancira, una de las autoras que revisamos, algunas cuestiones sobre la tradición fantástica, y ella contestó que no podría responder la pregunta como se esperaría, porque no es crítica. Lo que me llamó mi atención sobre la respuesta de Lola es que hizo esta diferencia porque, como subrayé, no todo escritor busca ser un crítico, ni viceversa. En general, estos polos están separados y no es común que se aúnen. Esto no quiere decir que yo me considere único, ni nada parecido. Al contrario, abundan los ejemplos en México, e imagino que en otras partes del mundo también, de escritores que hacen crítica literaria o de críticos que escriben creativamente. Pero a lo largo de mi camino he visto que estos polos no suelen complementarse. Yo trato de que la investigación que hago nutra mi escritura creativa, y viceversa. Creo que un escritor debe ser consciente, profundamente consciente, del medio que lo rodea, pero también de la tradición, de la tradición literaria que hay detrás de ella o de él. Si lo es, me siento cercano a ese escritor. He leído a colegas o amigos que escriben, y cuando comento sus textos me fijo en sus recursos, su estilo, la forma; rastreo las influencias o nexos que percibí o cuestiones similares, y se los indico. Lo que me ha ocurrido es que, en vez de que se suscite un debate al respecto, quiero decir un debate nutrido, en el que tanto ellos como yo discutamos, ellos suelen preguntar “¿están de acuerdo?” a sus seguidores en redes sociales, o coinciden o están en desacuerdo en lo que señalo, pero la cosa no va más allá de eso. Es decir, no se suscita ese debate, quizá porque ellos perciben la literatura de otro modo y el conocimiento de la tradición no les interesa de una manera equivalente a la mía. Cuando comparto mis textos en Internet, los amigos o colegas se limitan a decirme “qué buen texto”, o “tu texto me encantó”, o cosas parecidas. Aunque a veces me llevo sorpresas gratas, porque hacen comentarios atinados y sagaces del texto, y entonces siento que el texto les dijo algo, y me agrada que así sea. En cambio, en el mundo académico los comentarios son muy distintos; no en vano éste  se fundamenta en el sistema peer review o de evaluación por pares. Me importa mucho conocer la literatura en general, y por eso no me considero un especialista en literatura de fantasía, de humor, ciencia ficción, horror o de cualquier otra variante que haya, porque me importa la literatura. Los géneros son, para mí, absolutamente secundarios. Por esta razón, Arreola es uno de mis autores mexicanos de cabecera. Una vez un hermano me dijo algo sobre Arreola que me dejó pensando, y me gustaría cerrar así esta entrevista, puesto que tiene toda relación: “yo no sé qué escribe Arreola, si cuento, poema, ensayo o qué, pero lo que me escribe me gusta”.







 

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