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Tachas 513 • Antes de cerrar los ojos • Omar de Felipe

Omar de Felipe

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Tachas 513 • Antes de cerrar los ojos • Omar de Felipe

Los brotes negros, Eloy Fernández Porta, Editorial Anagrama, Primera edición, marzo 2022

 

Una escritura sin inicio, sin final. Así me imagino una fiel transcripción de la ansiedad al papel, del espejismo de imágenes a las que me veo sometido la mayor parte de las noches, como si tramas, diálogos, luces, se superpusieran unas a otras en un rapto de ¿de qué? si historias e imágenes son su forma ¿qué es aquello que lo sustenta?

Termino de leer “Los brotes negros” a las once de la noche. Apago las luces y me acuesto. El suave barullo del ventilador se aleja y reaparece conforme mi conciencia se sumerge bajo esa placa líquida que llamamos presente.

Comienzo de nuevo. No saber cómo, ni cuándo, empezar. O si hacerlo vale la pena.

La crónica de Fernández Porta se encuentra en el borde de patetismo y auténtica confesión. La distinción entre una u otra categoría depende, supongo, de la distancia desde la que se lea. Empero ¿Acaso las verdaderas confesiones no tienen una dosis de patético? Por un lado, la escritura en general descansa bajo la premisa de que lo que se escribe es valioso, lo suficiente para ser leído. Por otra parte, si bien los gritos y sollozos en la crónica del autor son auténticos, difícilmente no tendrán el aura de impostura, de artificio: me remito a ese “no ser protagonista” de Natalia Carrillo y Paul Luque en Hipocondría Moral.

Sin embargo, al escribir esto, y sobre todo, al seguir escribiendo esto, voy en dirección contraria, sigo apostando por el protagonismo. Quizás deba existir un espacio para la contradicción.

En el lado del ensayo, Fernández Porta hace dos apuntes importantísimos. Uno: el encauce de emociones y tragedias personales a obras que propongan una crítica nos devuelve a la lógica neoliberal de autoexplotación. Convertir nuestras desgracias en un producto cultural, a esto nos vemos sometidos desde la moral. En ese sentido, regresamos a una “tuberculosis espiritual”, retomando la enfermedad que Sontag retrata en La enfermedad como metáfora. Si bien ahora “todos estamos conscientes” DE que cualquiera puede sufrir enfermedades mentales, sólo los artistas son capaces de sublimarlas, de mantenerse fiel a ellas. Un elitismo de sufrimientos, un alcanzar profundidades inesperadas de las dolencias a través del ensayo. 

Segundo, ligado a lo primero:

Me es imposible escribir más de tres líneas seguidas. 

El ventilador retumba contra la pared. Se mueve milimétricamente hacia la derecha. Taquicardia, dolor en la mandíbula. Construyo escenarios mentales, diálogos con personas que ya no están, que nunca han estado. Es una apuesta contra mí mismo. A veces tengo que gritar “Ya” para poder detener alguna de esas fabulaciones líquidas. Pero este estado me acompaña en el insomnio, me convierte en demencia circular.

Saer lo explica en Nadie Nada Nunca: “Lo que sigue es un estado extraño, sin nombre, en el que el presente, que es tan ancho como largo es el tiempo entero, parece haber subido, no se sabe de dónde, a la superficie de no se sabe qué, y en el que lo que era yo, que no era en sí, de ningún modo, gran cosa, sabe ahora que está aquí, en el presente, lo sabe, sin poder sin embargo ir más lejos en su saber y sin haber buscado, en la fracción de segundo previa a ese estado, bajo ningún concepto, entreverlo”

Segundo, ligado a lo primero: el militante, el que denuncia, queda sentenciado a la inmolación. Si quisiera mejorar su salud mental y tomar algún antidepresivo, algún antipsicótico, sus críticas no serán puras, no podrá luchar contra el sistema. Gran observación del autor aquí. No hay manera de pedir mejores condiciones, eso sería traicionar el movimiento, a los camaradas. En este caso, también se acerca al concepto de “castillo de vampiros” de Hipocondría moral: no basta con reventarnos a látigos a nosotros mismos, los demás deben sufrir también.

¿Para qué seguir escribiendo? ¿Por qué tomarme la molestia de corporizar mi propia voz? Los brotes negros también es una serie de reconomientos y paradojas, de saber que uno no logra mucho, y que lograr nada sería lo mejor. Que nuestra experiencia no es ni más notable o acaso importante que la de los demás, que cualquier consejo que se incluya en la obra puede ser tachado de naif. Lo ensayístico en la obra puede ser leído como pura ironía, una disciplina de lástima y perversión

La escritura sufre una derrota en mí, al terminar la obra. 

En palabras de Saer, es desencanto y delirio.






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Omar de Felipe Solís (Orizaba, 1997), licenciado en ingeniería en computación y sistemas en UPAEP. Ha publicado ficción en la revista Mula Blanca, en el suplemento cultural El Confabulario de El Universal. Cuenta además con reseñas en El Popular de Puebla, el portal Pez Banana y una publicación en Rio Grande Review, journal de arte contemporáneo de la University of Texas at El Paso.


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