jueves. 18.04.2024
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Tachas 513 • Limpia social • Alejandro Badillo

Alejandro Badillo

Imagen creada por IA
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Tachas 513 • Limpia social • Alejandro Badillo

En estos días se hizo viral un video: en la ciudad de Guadalajara un par de policías (un hombre y una mujer) golpean y vejan a un indigente. Las imágenes recorrieron las redes sociales provocando, como era de esperarse, rechazo. Las autoridades reaccionaron como sucede en estos casos: el alcalde de Guadalajara, Pablo Lemus, informó que los policías serían suspendidos y castigados. Después dijo que estaban buscando a la persona agredida para ofrecerle ayuda. Seguramente pasarán los días y esta noticia será actualizada con otro abuso policial con su correspondiente mea culpa del gobierno, sobre todo si hay una imagen o video que indigne a la opinión pública.

Para muchos estos eventos podrían ser excepciones y no una conducta sistemática de los cuerpos de seguridad estatales. Tenemos la idea de que la policía es una institución corrupta porque es parte de la condición humana, por lo tanto, las conductas no apropiadas –contrarias a los derechos humanos– pueden ser erradicadas con cursos de capacitación, controles de seguridad y cualquier cantidad de filtros. Sin embargo, a pesar de esa narrativa, seguiremos viendo escenas como la de Guadalajara en todo el país porque hay, desde hace tiempo, una limpia social en las ciudades. Ante la creciente desigualdad económica, la pobreza urbana invade zonas reservadas para las clases medias y altas. El fenómeno es muy complejo y tiene muchos factores como, por ejemplo, la creciente migración de las zonas rurales a las megalópolis del siglo XXI. Por otro lado, barrios enteros no sólo se han gentrificado sino que se han vuelto, de facto, lugares privatizados con calles sometidas a un estricta vigilancia y a una dinámica en la que sólo el consumo legitima al peatón, vecino o visitante. La exclusión que se ha denunciado en áreas turísticas, como las playas y centros históricos de las ciudades coloniales, se ha ido extendiendo para segregar a una población que, sencillamente, es tratada como personas de segunda clase o, peor aún, como delincuentes sin haber cometido un solo delito.

La limpia social que vemos en las calles es impulsada, también, por un discurso alarmista que promueve el odio al pobre o aporofobia en palabras de la filósofa Adela Cortina. Las élites e, incluso, las clases que están debajo de ellas y que buscan, en el llamado aspiracionismo, acercarse a ellas, ven en el pobre a un sujeto que no pertenece a la utopía urbana que no se preocupa por la justicia social e intenta alcanzar sus fantasías de desarrollo con parques urbanos, ciclovías, calles peatonales, productos orgánicos y comercios para consumidores de mediano y alto poder adquisitivo. Esta limpia social –evidenciada de forma explícita con el incidente de Guadalajara– ocurre también a nivel subterráneo en nuestras sociedades, pues normalizamos muchos comportamientos que segregan a aquellos que no cumplen la norma y que, por lo tanto, nos parecen peligrosos. Las autoridades y los cuerpos policiales, entonces, sólo representan y materializan los deseos de una clase de ciudadanos privilegiados que, velada o abiertamente, rechazan a un sector (mayoritario, pero sin poder) que llega al espacio público. Irónicamente, muchas veces la misma población precarizada y obligada a refugiarse en los márgenes, vende su mano de obra en lugares recientemente privatizados. 

Para darnos cuenta de cómo toda la estructura social, económica y el diseño urbano actúan como un instrumento de control, castigo y discriminación a los pobres, basta leer las crónicas y artículos del periodista alemán Günter Wallraff. En libros como Con los perdedores del mejor de los mundos experimenta en carne propia, haciéndose pasar como migrante, indigente o trabajador precarizado, no sólo el abuso policial o las insuficientes ayudas sociales del gobierno de Alemania, sino el odio al pobre/migrante que permea en los alemanes y que ha encontrado peligrosas vías de expresión en los partidos y organizaciones de ultraderecha no sólo de ese país sino de toda Europa. El abuso policial que vimos en Guadalajara parte, en efecto, del prejuicio de los propios agresores y, probablemente, de órdenes que los gobiernos y sus mandos medios no reconocen. Sin embargo, estas conductas responden a un marco general que hace la guerra contra personas que, en el papel, tienen los mismos derechos que todos. En una época que proclama, como el más alto valor, la libertad, vemos cómo ésta es inalcanzable para cada vez más mexicanos.

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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).


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