viernes. 19.04.2024
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RESEÑA HISTÓRICA

Presencias zapatistas en el Guanajuato revolucionario • Velio Ortega

Velio Ortega

El silaoense Cándido Navarro
El silaoense Cándido Navarro
Presencias zapatistas en el Guanajuato revolucionario • Velio Ortega

Para el 10 de abril de 1919, fecha en que fue asesinado en Chinameca, Morelos el general Emiliano Zapata, Guanajuato se había convertido en un estado afín al jefe revolucionario en turno. Los alcaldes carrancistas vendían, como en la época de Porfirio Díaz y como lo habrían de hacer de la era de los caudillos en adelante, la idea de un estado próspero y progresista, mientras sus campesinos, base de la bandera zapatista, carecían de tierra y padecían escasez de comida y trabajo.

La imagen de Zapata entre los guanajuatenses fue en lo general la misma que la propaganda de su tiempo creó en torno a su figura: un asesino despiadado, el Atila del Sur, el bandido y hasta el malagradecido que, siendo peón de confianza, se rebeló contra sus nobles amos.

No obstante, hubo zapatistas en Guanajuato (Cándido Navarro, como el más representativo) mostrados en caudillos y bandidos que, al hacer y actos militares o fechorías en nombre del sureño, mantuvieron viva la presencia en la entidad de uno de los iconos por excelencia de la Revolución Mexicana.

Zapata y Madero, la alianza

Tras haber sido encarcelado y luego de la fraudulenta reelección de Porfirio Díaz, Francisco I. Madero lanzó el Plan de San Luis y convocó a un levantamiento armado para el 20 de noviembre de 1910, a las seis de la tarde.

Dos días antes los hermanos Serdán habían muerto en Puebla al enfrentarse a la policía del régimen. Desde enero de ese año, los magonistas se habían levantado en armas. La rebelión cundía y entre los seguidores de Madero resaltaba en el sur la figura de Zapata, capataz de hacienda que representaba a campesinos demandantes de la devolución de tierras arrebatadas.

La convocatoria maderista para iniciar la rebelión fue cubierta en la prensa de Guanajuato sólo desde la perspectiva de los informes oficiales o, aún en el caso de la prensa independiente local, desde una posición de defensa de la paz impuesta por Díaz. 

Madero contaba con el respaldo político de Venustiano Carranza y Abraham González, y militar de caudillos como Pascual Orozco, Francisco Villa y Emiliano Zapata, éste último con una demanda concreta: el reparto de tierras.

Los maderistas guanajuatenses lograban una débil respuesta política en la población, pero eso no fue obstáculo para iniciar la lucha armada en la entidad. Para finales de 1910, la convocatoria rebelde había tenido sus ecos y en los meses siguientes habrían de formarse seis núcleos agrarios conducidos por Cándido Navarro, Juan Bautista Castelazo, Francisco Franco, Moisés García, Catarino Guerrero y Adolfo Azueta. Éste último, junto con Navarro, serían a la postre los más identificados con la causa zapatista.

En marzo de 1911, Porfirio Díaz envió una iniciativa al Congreso para anular la reelección, pero los rebeldes pedían su cabeza y lo lograron finalmente en mayo. Con la firma de los Tratados de Ciudad Juárez el dictador dejaba la presidencia y los rebeldes entregarían sus armas. Así lo hicieron dos maderistas, menos Zapata, quien seguía firme en su lucha por el reparto agrario. 

El porfirista Francisco León de la Barra quedó como responsable de la presidencia de la república y Enrique Octavio Aranda como gobernador interino de Guanajuato y ambos convocaron a elecciones en sus respectivos ámbitos de competencia.

Sin ser formalmente zapatista, pero en plena coincidencia con el caudillo sureño, Cándido Navarro se negó a licenciar a sus soldados, los acuarteló en Silao, inconforme porque Madero no hacía cambios radicales en materia agraria, y se mantuvo en la lucha por encima del llamado a la paz del de Parras. El 3 de junio atacó León con un grupo de 300 hombres y saqueó las arcas municipales, hecho que lo convirtió en perseguido por el ejército federal y atacado por la prensa local. A principios de julio de 1911, Bonifacio Soto, al frente de los rurales del estado, se enfrentó a los rebeldes en Silao y los derrotó.  El 11 de julio de 1911, Navarro se reunió con Madero en Aguascalientes y aceptó, acorde con lo estipulado en los Tratados de Ciudad Juárez, dejar la confrontación armada. Se ordenó al profesor establecer su cuartel en Silao en calidad de fuerza garante del maderismo. Pacificado, optó por la participación electoral y fue postulado para gobernador del estado en agosto de 1911, contienda ganada por Víctor Lizardi, en la que Navarro tuvo apenas más de tres mil votos, evidencia del rechazo del guanajuatense común a la opción armada.

Cándido Navarro habría de enfrentar a una prensa guanajuatense que no respaldaba las demandas agrarias, a excepción de El Obrero, periódico liberal leonés que dio inicialmente espacio a los postulados zapatistas en una nota titulada “Lo que dice el Gral. Zapata”, publicada el 24 de junio de 1911 “para evitar que se formen juicios equívocos del aguerrido revolucionario”.

El llamado “Atila del Sur” constituía el principal frente opositor a Francisco León de la Barra y de rechazo a Madero. No obstante, en ese momento los ataques a Zapata fueron minimizados porque, aunque de manera alarmista y sin datos objetivos, la prensa del estado daba cuenta de otro frente rebelde nacional: el magonismo.

La ruptura del zapatismo con Madero

El historiador Román Iglesias González señala que los sectores radicales de la revolución exigían cambios inmediatos, sobre todo en cuestión agraria. Madero ganó la presidencia en octubre de 1911 y el día 31, una semana antes de que tomara posesión de su cargo, continuaron los pronunciamientos: lo acusaban de traicionar al Plan de San Luis y de imponer a Pino Suárez y a algunos gobernadores, resaltaban que "el problema agrario en sus diversas modalidades es, en el fondo, la causa fundamental de la que derivan todos los males del país y de sus habitantes". Esta andanada tuvo como cúspide y el 11 de diciembre, cuando Emiliano Zapata, con el apoyo de notables intelectuales de su tiempo, lanzó el Plan de Ayala, emblemático de la lucha por la tierra durante la Revolución.

Simpatizante de las causas agrarias, Navarro se reunió con Madero para demandar el cumplimiento del Plan de San Luis en la materia y, en el contexto anterior, fue acusado de simpatizar con los disidentes y encarcelado en Lecumberri. 

El encarcelamiento de Navarro no garantizó el fin de la rebelión en Guanajuato: en Silao, tras un enfrentamiento a tiros con las tropas federales que catearon casas donde se refugiaban grupos de conspiradores, fue detenido el general Adolfo Azueta, quien, de acuerdo con la prensa, también iba a levantarse en armas porque consideraba que no se había cumplido el Plan de San Luis. Asimismo, fue cateada la casa del coronel maderista Bonifacio Soto, quien había derrotado al profesor silaoense, acusado de participar en el complot y quien fue defendido por los periodistas de El Barretero al considerarlo leal al gobierno. El fantasma del zapatismo no sólo rondaba en el Bajío: el periódico denunciaba que Félix Galván, “tirano cacique de Valle de Santiago”, era seguidor de Zapata y criticaba a El Diario del Hogar de ser el impreso que instigaba a la rebelión contra el gobierno. Ante supuestas evidencias de rebeliones pro zapatistas, las fuerzas federales se aprestaron para la defensa de la capital del estado.

Al iniciar 1912, los mensajes de paz o las editoriales con deseos o exigencias de fin de la confrontación armada fueron la constante en la prensa estatal. Zapata, por tanto, era visto como el violento enemigo de la tranquilidad social. El Barretero demandaba la pacificación del país; La Defensa, órgano del Partido Católico Nacional, de León, exigía el cumplimiento de la ley para acabar con el bandidaje; El Obrero, aun cuando ya para entonces atacaba al zapatismo y mantenía aún esperanzas en Madero. 

Un demonio llamado Emiliano Zapata

La realidad era más necia que los buenos deseos: el 6 de enero de 1912 El Obrero informaba que Cándido Navarro (que en realidad se encontraba preso en Lecumberri) había tomado el poblado de Tlachiquera, que un grupo de bandidos zapatistas asaltó el rancho de La Huaracha y que en Dolores Hidalgo había ocurrido un motín con saldo de nueve muertos, muchos heridos, el saqueo de negocios y casas y la liberación de los presos. 

El ejército federal participaba en las campañas de sofocamiento de rebeldes y descuidaba la función policial que había tenido en el porfiriato, lo que dio lugar al crecimiento del bandidaje. Para la prensa de la entidad, fueran revolucionarios opositores a Madero o gavilleros, el hecho de tratarse de gente armada era motivo de noticia y, en términos editoriales, de descalificación. 

Aun cuando tanto los periódicos metropolitanos como los guanajuatenses difundían una y otra vez notas sobre el supuesto aniquilamiento del ejército zapatista y los editoriales atacaban y satanizaban al ejército rebelde sureño, la persistencia de Zapata y su presencia militar comenzó a provocar una desesperanza y a radicalizar la postura a favor de una solución violenta como única vía para pacificar al país.

Había textos que exigían más soldados y armas, así como reinstaurar el servicio militar para fortalecer al ejército federal en su lucha contra los rebeldes y otros apostaban a la capacidad de las tropas maderistas con Victoriano Huerta como baluarte.

Al iniciar 1913 las condiciones para el golpe de estado contra Madero se iban forjando tanto en lo político como en lo militar. A la inconformidad ante la permanencia de la estructura burocrática porfirista se sumaba el descontento por el bandidaje y los ataques rebeldes. Tanto la prensa metropolitana como la local resaltaban la ingobernabilidad reinante en el país. Para la mayor parte de periodistas metropolitanos el peligro mayor lo constituía Emiliano Zapata.

En los impresos de Guanajuato el rechazo a los rebeldes del sur no era la excepción. El 8 de febrero de 1913, El Obrero reproducía, bajo el título de “Salvajismo de los Zapatistas. Fué una orgía el asalto al tren de Ozumba”, una acción bélica de las tropas del Caudillo del Sur.

Fue parte de un discurso periodístico que justificó y vio como esperanza la traición de Huerta a Madero.

Por convicción, presión o conveniencia, en la mayor parte de la prensa del país fue construida la imagen de un Victoriano Huerta que rescató a la revolución. En marzo de 1913, la prensa guanajuatense publicó artículos y noticias donde daba por hecha la pacificación del país y llegaba una anhelada estabilidad. Aunque había nostalgias y evocaciones por el porfirismo, se daba por descontado su regreso. El discurso era claro: Huerta continuaría, de manera firme y estable, la revolución que no pudo hacer realidad Madero.

En Guanajuato el gobierno se plegaba al nuevo régimen. Lizardi, como la mayoría de los gobernadores del país, reconoció al gobierno huertista, aunque meses después sería relevado por Rómulo Cuéllar. 

El 23 de marzo de 1913, el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, lanzó el Plan de Guadalupe, con el que desconocía a Huerta e iniciaba una batida desde el norte contra el usurpador. Los zapatistas mantuvieron su bandera agrarista y enfrentaban en el sur al gobierno del dictador. Pascual Orozco, quien se había sublevado contra Madero, se sumó a las fuerzas de Huerta y se convertía en el nuevo héroe militar para El Obrero y otros impresos guanajuatenses al combatir a los rebeldes. Aunado a lo anterior, para mayo de 1913 la prensa local informaba que también Francisco Villa se había levantado contra Victoriano Huerta. 

Los últimos vestigios zapatistas en Guanajuato

En Guanajuato la rebelión también tuvo sus ecos. El Obrero informaba el 3 de junio de 1913 que, en Valle de Santiago, el zapatista Tomás Pantoja, quien había sido amnistiado por Madero, se levantó nuevamente en armas, ahora contra Huerta. 

Además del sedicente zapatista Tomás Pantoja, a quien erróneamente la prensa había dado por muerto y luego se supo andaba en Zacatecas, reapareció en el escenario local el profesor Cándido Navarro. El silaoense había estado encarcelado bajo el cargo de apoyar a los hermanos Vázquez Gómez en una conspiración de Madero, fue liberado bajo caución en mayo de 1913. Un mes después, aprovechando la feria de Tlalpan, huyó de la capital para unirse a las fuerzas de Emiliano Zapata y se puso a sus órdenes bajo el mando de los generales Francisco V. Pacheco y Genovevo de la O. Con la finalidad de extender su influencia en el Bajío, Zapata lo envió al estado de Guanajuato escoltado por Pacheco. Como en el camino el contingente sufrió varias derrotas, Navarro fue abandonado a su suerte, con ataques furtivos, haciendo más una labor de guerrillero que de combatiente formal.

Las autoridades federales y locales emprendieron no sólo una cruzada militar, sino que persiguieron a los familiares del caudillo. Para presionarlo, el 17 de junio detuvieron al Prof. Gonzalo Navarro, hermano del revolucionario. El detenido, que trabajaba como ayudante tercero en la escuela Modelo de Silao, fue trasladado a Celaya, de acuerdo con la nota de El Obrero, publicada el 19 de junio de 1913.

Para agosto de 1913, Navarro estaba acorralado y fue abatido el día 13 en los límites entre Guanajuato y San Luis Potosí. Una semana más tarde, tras una serie de notas que propalaban el rumor sobre la muerte del caudillo, El Obrero confirmaba en sus ediciones del 19 y 20 de agosto el hecho: el revolucionario había caído y lo probaba con el texto del telegrama oficial sobre el reporte de la fe del cadáver.

Al cerrar el año, las principales noticias bélicas eran las referentes a enfrentamientos entre huertistas y opositores. Las actividades de Victoriano Huerta eran difundidas con profusión tanto en los periódicos metropolitanos como en los del estado. Venustiano Carranza, el líder del antihuertismo, apenas sí era mencionado en los periódicos de la entidad y a los denuestos contra Zapata se agregaban los dirigidos al “bandido” Francisco Villa. 

Siguieron meses de amplia difusión de las plazas tomadas y recuperadas por uno y otro bando, con notas contra Villa y Carranza y de aprovechar el discurso antiestadounidense para legitimar a Huerta

El gusto no habría de durar mucho. El 24 de junio de 1914 las fuerzas antihuertistas triunfaron y el usurpador dejó la presidencia.

Llegaron nuevas confrontaciones interrevolucionarias con dos bandos que disputaban un proyecto constitucional. Más allá de esa pugna, con Navarro había terminado la presencia zapatista formal en Guanajuato. Las noticias que en lo sucesivo se publicarían sobre el caudillo sureño serían por su protagonismo en la Convención de Aguascalientes, su alianza con Francisco Villa y, al triunfo del constitucionalismo moderado, por su persistencia de demandas agrarias al carrancismo, hasta su muerte a traición el 10 de abril de 1919.

Guanajuato no fue un estado de demandas agrarias profundas, no tuvo campesinos despojados de sus tierras y el reparto agrario habría de realizarse hasta la década de los 30, enfrentado a defensores antiagraristas amparados en la lucha cristera.

La presencia de Emiliano Zapata es pobre en la historiografía guanajuatense, sin embargo, quedó plasmada sobre todo en las páginas de la prensa de la época, en espera de una lectura diferente, alejada de los clichés oficiosos y/o reaccionarios.

FUENTES

BLANCO, Mónica. El Movimiento Revolucionario en Guanajuato 1910-1913, Editorial La Rana, colección Nuestra Cultura, México, 1997.

HART, John Mason, El México Revolucionario. Gestación y proceso de la Revolución Mexicana, Alianza Editorial Mexicana, primera edición en español, México, 1990.

IGLESIAS González, Román (Introducción y recopilación), Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia al México moderno, 1812-1940.  Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Serie C. Estudios Históricos, Núm. 74., México, 1998.

LÓPEZ González, Valentín, Los Compañeros de Zapata, Ediciones del Gobierno del Estado Libre y Soberano de Morelos, México, 1980.

MATUTE, Álvaro, La Revolución mexicana: actores, escenarios y acciones. Vida cultural y política, 1901-1929, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 2002.

MORENO, Manuel M., Historia de la Revolución en Guanajuato, Biblioteca del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1977.

RIONDA Ramírez, Luis Miguel, Movimientos populares y lucha de la izquierda en Guanajuato, 1900-1994, Cuadernos del CICSUG, Universidad de Guanajuato, México, 2001.

SALGADO Andrade, Eva, Periodismo en la Revolución Maderista, Serie Cuadernos Conmemorativos, Comisión Nacional para las Celebraciones del 175 Aniversario de la Independencia Nacional y 75 Aniversario de la Revolución Mexicana, México, 1985.

Periódicos El Obrero (1910-1913), El Comercio (1910) y La Defensa (1913) de León; La Prensa (1910), El Barretero (1910-1914)  y El Observador (1910-1913) de la ciudad de Guanajuato; y La Vanguardia (1910-1914) consultados en el Archivo Histórico Municipal de León, Archivo General del Estado de Guanajuato y Archivo General de la Nación






 

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