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Tachas 514 • Talleres literarios, antes y ahora • Jeanne Karen

Jeanne Karen

Imagen creada por IA
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Tachas 514 • Talleres literarios, antes y ahora • Jeanne Karen

Cuando comencé a escribir no se escuchaba a diario hablar sobre talleres literarios, en mi ciudad apenas existían dos lugares a los que los jóvenes escritores podíamos asistir. Todo ha cambiado ahora después de cuatro lustros, abundan los centros de escritores, ya sea virtuales o presenciales, las personas pueden acercarse de manera más fácil y accesible a la literatura, lo que me parece maravilloso y necesario. 

Pronto comenzaré mi primer trabajo en línea, tener a nuevos escritores interesados en mi método, en las formas que a través de los años he aprendido y he utilizado para llegar a ser escritora y maestra. 

Creo que en la tarea que me toca nada es fácil, nada es preciso, si bien es obvio que hay todo un compendio de reglas y condiciones para escribir de manera aceptable un texto, en cualquier idioma, la escritura creativa siempre nos va permitir explorar el mundo de otra manera.

¿De qué se trata, en realidad funciona un taller literario, para qué sirve?

Son muchas las dudas, pero créanme que hay respuestas para cada una y puedo compartir mi experiencia y mi punto de vista.

Llegué a un primer taller en donde aprendí la diferencia entre poesía, prosa, poesía en prosa o prosa poética, les cuento porque en la escuela del sistema regular de enseñanza no vimos de manera puntual esos conceptos, aunque tuve la fortuna de haber aprendido las reglas básicas de la gramática, es cierto que faltaban otros temas. En ese primer acercamiento me di cuenta de qué era lo que me gustaba escribir, los temas que deseaba explorar y la manera en que debía hacerlo, nada fue sencillo, pero al final lo hice. El segundo y último taller al que asistí de manera formal y constante, fue en donde aprendí algo esencial de la poesía: el ritmo, la música, ese lenguaje interno del que está cargado el poema. Más allá de las imágenes, de las comparaciones, de la metáfora, el tema que más me gustó y que me costó mucho más trabajo fue el de otorgar a cada poema su cadencia, ese ritmo interno del que les hablo, ese ir y venir de palabras, el vaivén de los sonidos, lo que nos mueve al leer un buen poema.

Ahora, después de tanto tiempo, llego por primera vez a una plataforma a dar un taller, lejos del aula, de la sala limpia y minimalista, del sitio acogedor, del salón de clase ordenado y lleno de pupitres. No sé cómo será la experiencia, he participado en lecturas a través de las redes sociales y a través de Zoom por ejemplo, pero no he hecho mi trabajo de tallerista en esos sitios. Solamente una vez un querido amigo y compañero me invitó a impartir una sesión de taller para narradores, me sentí muy cómoda, aunque hay que adaptarse a cada formato.

Quizás esa es nuestra vida ahora, un irse adaptando a nuevas formas, a maneras distintas de lidiar con la realidad, con la vida, con las palabras.

No pierdo el optimismo, los que me conocen lo saben, solamente que ya veo las cosas con cierta precaución, los años me han ido enseñando que emocionarse de más también hace daño, también duele el pecho e igual se cae una y el golpe siempre duele. 

Lo tomaré con calma, como una manera de aprender también algo nuevo, una forma única de acercarme a la creación literaria. Ya me imagino en una relectura, en una nueva visita a las obras de los poetas que me formaron, me veo leyendo a través de la pantalla el poema de Embriáguense de Baudelaire por ejemplo o ¿Debe volver siempre la mañana? de Novalis. Mi forma de enseñar no se las cuento por ahora, pero por lo menos pronto podrán a través de las plataformas, ver cómo lo hago.

Por lo pronto hay que seguir con lo nuestro, sea lo que sea y que poco a poco la tecnología se vaya incorporando a nuestras vidas, a nuestros territorios. Seamos felices. 

Volvía a mí el desfile, la hilera de pinos, la calle que corre hacia abajo, pero ahora asfaltada. Adelantarme a los hechos, conjuntar en mis pensamientos la sensación de bienestar con las imágenes necesarias para seguir, ir hacia adelante, en donde ya había imaginado que estaría un auto atravesado, un perrito corriendo desaforado, una señora haciendo la parada al camión casi a media calle. Entonces sucedía que cuando me encontraba algo en mi camino, el temor estaba superado, no había mucha fuerza en la sorpresa. 

Inventar me salva, me ayuda a seguir. Saco otra historia cuando necesito echar a andar la bicicleta de la vida, le doy forma a lo que viene, le pongo las luces, los señalamientos, el estruendo de las bocinas y en mis días se dibuja otra vez el cielo en calma, azul y predecible, limpio y con todas las respuestas. Sonrío. 

***

Jeanne Karen (San Luis Potosí, México, 14 mayo 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Temas como la muerte, la introspección y la complejidad semántica en la comunicación en relación con el autismo y las ciencias exactas como las matemáticas y la física, influyen su trabajo en un debate casi ético. Premio estatal de poesía Viene la muerte cantando (1998) Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (1999), de Poesía Manuel José Othón (2002 y 2006) Premio de Periodismo Francisco de la Maza por Publicación o Programa de Difusión Cultural (2009).

Ha publicado los libros: Simulación dinámica (Bitácora de Vuelos, 2015), Cementerio de elefantes (Múltiples editoriales). Hollywood (Ponciano Arriaga), Menta (Ponciano Arriaga).


 

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