sábado. 20.04.2024
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Tachas 516 • Beau tiene miedo: De la culpa al juicio sumario

Fernando Cuevas

Beau tiene miedo (EU, 2022)
Beau tiene miedo (EU, 2022)
Tachas 516 • Beau tiene miedo: De la culpa al juicio sumario

Ver pasar la vida como un espectador y de pronto reconocerse como protagonista o, en determinados momentos, vivir en carne propia todas las angustias existenciales que revolotean en la cabeza y toman diversas formas, encarnándose en simbólicos personajes que persiguen, apoyan, juzgan, manipulan o seducen, según la etapa vital en la que uno se encuentre: de una niñez con padre ausente o anulado, pesadillas recurrentes y madre sobreprotectora a una vejez incierta de reencuentros imposibles, pasando por una adultez marcada por severos problemas siquiátricos, apenas sobreviviendo al peso de la culpa, sin tener claro el motivo que la origina, y a una paranoia que termina por ser agobiante.

El sustento argumental se despliega a través de la premisa aquella en la que se quiere llegar a un determinado destino pero las eventualidades lo impiden, convirtiendo el trayecto en una odisea, hasta que por fin se logra solo para percatarse que no es lo que se estaba esperando. En este caso, un solitario y tímido hombre de mediana edad con problemas mentales, quedó de ir a ver a su madre pero pierde el avión, es atacado en su terrorífico barrio -cual mente dominada por el caos- y rescatado por una particular pareja que lo cuida hasta que es acusado de una tragedia, por lo que huye y se pierde en el bosque, donde entra en contacto con una comunidad nómada de lances teatreros, hasta que al fin consigue llegar a la casa de su madre, donde experimentará otra serie de eventos inesperados y radicales. 

Toda esta especie de odisea mental se detona por haber tomado unas pastillas sin agua, contraviniendo la enfática indicación del terapeuta (Stephen Mckinley Henderson), así como por la pérdida del vuelo que lo llevaría a su propósito inicial, ese encuentro con la madre que parece tránsito y destino, que sea busca pero se boicotea, propósito único que desde un principio, con esos mensajes por debajo de su puerta que no corresponden con la realidad, la condena del hombre en el pasillo y la tarjeta de crédito sin fondos, parece imposible de alcanzarse.

Dentro de este peligroso trayecto cargado de temores y angustias, se atraviesa una mirada al pasado, cuando siendo puberto (Armen Nahapetian, cohibido) conoce a una desenfadada joven (Julia Antonelli, extrovertida) en unas vacaciones con la que termina jurándose amor eterno, al ser separados por la madre de ella, y con la que se reencontrará (Parker Posey, resuelta) en muy particulares condiciones y con resultados inesperados; también se asoma una perspectiva de futuro en clave escénica, enamorándose y formando una familia con tres hijos, pero al fin víctima de la fatalidad al sufrir la separación de ellos causada por una inundación con el consecuente andar sin rumbo, presa de múltiples peligros añorando el reencuentro aunque sea en la derrotada vejez: de ser un mero espectador de su existencia, de pronto se ve en el centro del escenario vital. 

Llena de ideas y abierto a un proceso hermenéutico por parte del espectador, Beau tiene miedo (EU, 2022) es un retrato de la travesía imaginariamente real de Beau Wasserman (Joaquin Phoenix, cargando con toda la locura y demostrando porqué es el actor más importante de su generación), persona con rasgos psicóticos y paranoicos, narrada a partir de ciertos elementos del cine surrealista con toques de Kaufman, Jonze, Gondry y Lynch, en el que caben apuntes de humor negro, terror, drama familiar y fantasía, desde los cuales se va entrelazando el relato, tan caóticamente como cabría esperarse de la mente del protagónico: así, aparecen personajes simbólicos como los que habitan en su peligroso barrio como si de su cabeza se tratara, lleno de criminales y marginados en pos de invadir su intimidad, primero mandando mensajes y después destrozando la seguridad del hogar. 

De ahí, al excéntrico matrimonio que podría representar la falsa calma (Nathan Lane y Amy Ryan, de angustiosa amabilidad), buscando un hijo sustituto, con una hija siempre al borde (Kylie Rogers, enfurecida) y cuidando a un veterano de guerra (Denis Ménochet, persecutorio), compañero de batalla de su hijo muerto en combate, encarnando su delirio persecutorio hasta que es contenido por una bukowskiana/cronenbergiana criatura paternal, además de los personajes del colectivo de teatro Los huérfanos del bosque, el cameo de Bill Harder como el mensajero y las inesperadas presencias del psiquiatra y el Dr. Cohen (Richard Kind), personaje vuelto fiscal acusatorio. Si bien la extensión de ciertas secuencias parece excesiva, queda clara la intención de compartir la desesperación que vive este hombre

Como sus personajes de Hereditary (2018) y Midsommar (2019), Ari Aster coloca a su protagonista rebasado por su contexto familiar y social, incapaz de comprenderlo y buscando la manera de sobrevivir en él, haciéndose parte de la enloquecida dinámica o intentando huir, solamente para llegar a otro ámbito igual de insondable. Ante las puertas abiertas que el filme le da a la libre interpretación, se pudiera plantear, en primera instancia, qué forma parte de la realidad tangible y qué ocurre en la cabeza de este hombre: acaso todo el relato solo forma parte de sus alucinaciones mientras él se encuentra sumergido en alguna bañera siempre acechada o hundido en el lago una vez que el bote se ha volteado, ante una tribuna juzgadora.

Y su recorrido tiene como centro la figura de la exitosa madre castrante, manipuladora y víctima (Zoe Lister Jones/Patti LuPone), identificada con la canción Everything I Own de Bread, anulando al padre vuelto figura ausente o recluido en el pesadillesco ático con gemelo incluido, muerto al momento de concebir a su hijo y acaso heredando la maldición en una dura batalla de aliento freudiano entre eros y tánatos: de ahí que de pronto se aparezca en forma de hombre misterioso entre el público o transfigurado en la esposa y madre de sus tres hijos (Julian Richings, esquivo), visto en la representación teatral sobre el porvenir del temeroso Beau, por fin encontrando momentos de felicidad, efímeros pero rescatadores.

Con una fotografía llena de contrastes y enfática iluminación, cortesía de Pawel Pogorzelski, de pronto oscureciendo la pantalla, sobre todo en los momentos más oscuros por los que atraviesa Beau y toda la secuencia de su vida futura, y una movilidad de cámara que hace eco de su condición mental, la cinta se organiza en episodios bien definidos interconectados con fundidos a negro cual pérdida de consciencia pero claramente interconectados, animación incluida y acaso demasiado extendidos, que terminan por transmitir el agobio y la sensación de imposibilidad para escapar de un enloquecido entramado de eventos, en la lógica de que cuando se logra resolver aparentemente alguno, vendrá otro más problemático o regresará algún conflicto no resuelto que se vivió en el anterior.