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CRÍTICA

Tachas 518 • Fentanilo, poder privado y necropolítica • Alejandro Badillo

Alejandro Badillo

Crime of the Century, directed by Alex Gibney
Crime of the Century, directed by Alex Gibney
Tachas 518 • Fentanilo, poder privado y necropolítica • Alejandro Badillo

 

A menudo leemos en los medios de comunicación y en las redes sociales apasionadas defensas de lo privado sobre lo público. Los defensores son intelectuales ligados al libre mercado, la democracia liberal y al capitalismo empresarial de este siglo. El debate, a estas alturas, al menos en la academia, lo están perdiendo, pero eso no les impide difundir su propaganda. El Estado es el enemigo a vencer así que hay que desaparecerlo (según los más radicales) o hay que ponerle límites cada vez más estrictos. Sólo así las promesas del liberalismo podrán materializarse.

El documental de casi 4 horas (dividido en dos partes) El crimen del siglo, dirigido por Alex Gibney (estrenado en el 2021 y disponible en la plataforma HBO) muestra no sólo que la industria privada está ligada al poder político, sino que ambos forman un solo mecanismo para beneficiar a la misma élite. Esto no es ninguna sopresa, por supuesto, sólo que adquiere un tono macabro en el caso de la crisis de opioides en Estados Unidos. El documental de Alex Gibney rastrea el origen de los primeros medicamentos preescritos para el dolor, en particular a la familia Sackler, dueña de Purdue Pharmaceutics. La historia describe cómo las farmacéuticas descubrieron una mina de oro con los analgésicos derivados del opio (OxyContin fue el primero de ellos) y cómo otros corporativos entraron en un negocio de miles de millones de dólares. La escala más reciente en esta estrategia que ha llevado a una crisis sin precedendes de salud es el uso del fentanilo, un compuesto más potente que la heroína y, también, más fácil de producir y comercializar. 

Es difícil resumir la cadena de complicidades y la red de corrupción que se estableció, desde el siglo XX, entre las farmacéuticas y las autoridades que, en el papel, debían controlarlas. El punto central de esta asociación es cómo el mercado creó una droga que, en un principio, servía sólo para pacientes con dolor crónico, principalmente en fase terminal de cáncer, y cómo la necesidad de vender más producto hizo que se ofreciera indiscriminadamente a millones de personas. La manera de promocionar el medicamento, como si fuera un producto inofensivo, hizo que llegaran carretadas de dinero a los empresarios y, también, a un grupo de vendedores que empleaban técnicas agresivas para corromper o manipular a médicos en todo el país. El resultado era predecible: millones de personas enganchadas a una droga muy peligrosa, terriblemente adictiva que, a la postre, era recetada con un control laxo para beneplácito de las corporaciones.

El crimen del siglo apunta, en una primera lectura, a la corrupción de la clase política estadounidense y su alianza permanente con el poder económico. En una secuencia indignante, reporteros de The Washington Post narran cómo los congresistas cambiaron la ley que regulaba la acción de la DEA (Administración de Control de Drogas), agencia que se quedó sin herramientas jurídicas para bloquear de inmediato al emporio farmacéutico conformado por dos o tres megaempresas. La clase política –cuyos miembros más distinguidos fueron ejecutivos de las corporaciones que debían vigilar– le dieron libertad de acción a los promotores de la epidemia de opiáceos y los estados, ante la emergencia, tuvieron que regular por su cuenta para evitar un desastre aún mayor. Con el tiempo, ante el escándalo de miles de muertes por sobredosis (más de 500 mil según estimaciones) las empresas fueron multadas aunque esto, claro está, no detuvo su negocio, pues seguían controlando a los políticos y el dinero pagado –marginal para el tamaño de sus ganancias– sirvió como una expiación pública que, por supuesto, no cambió su modus operandi.

Hay otra lectura aún más alarmante de la crisis opioide: la creación de un negocio (ahora protagonizado por el Fentanilo) que explota a una sociedad asediada por el dolor o deseosa de escapar de una realidad violenta. Esta idea no es profundizada por el documental, pero se puede ver en las historias de los adictos, víctimas y sus familiares. El capitalismo terminal de nuestro siglo –la necropolítica, término acuñado por el historiador Achille Mbembe, un poder que decide quién vive y quién muere– conduce a la gente al último límite del consumidor desechable: incapaces de lidiar con el dolor, son llevados por los oligarcas farmacéuticos a una dinámica perversa que les quita la vida mientras sus estertores nutren el ciclo cada vez más acelerado del capital. Hay que apuntar que una parte significativa de la sociedad estadounidense se hace adicta al dolor para sobrevivir, pues deben trabajar en dos o más empleos para no quedar en la calle. La periodista Jessica Bruder narra esta tragedia normalizada en su libro Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century. En esta obra conocemos de primera mano la historia de decenas de adultos mayores que trabajan en los almacenes de Amazon. Sometidos a los rigores de la labor física extendida en largas jornadas, sin ningún tipo de seguridad social, viven en caravanas cerca de sus trabajos temporales. Alrededor de esta nueva tribu urbana, hay un próspero mercado de analgésicos cada vez más potentes que les permiten soportar el trabajo con la amenaza de la adicción, la sobredosis y la muerte.    

 

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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).

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