viernes. 19.04.2024
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Tachas 519 • Skinamarink • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas

Skinamarink (EU, 2022)
Skinamarink (EU, 2022)
Tachas 519 • Skinamarink • Fernando Cuevas

Despertamos solos sin puertas y ventanas en nuestra casa, volteada de cabeza y con objetos que se esfuman en la nada, apenas con algunos de nuestros juguetes en su sitio y la televisión encendida, como para distraernos entre tanta oscuridad. Escuchamos a nuestro papá que nos llama, lo vemos y después desaparece, como si nos hubiera abandonado justo en el momento más oscuro de la noche; después encontramos a nuestra mamá, sentada al borde de la cama: nos asomamos debajo y al levantarnos ya no la encontramos. Esa sensación de pérdida, abandono y fragilidad ante el acecho de fuerzas inexplicables, apenas paliada por la compañía mutua, permea todo el mal viaje en forma de sueño. O de una realidad que invade nuestro último reducto de seguridad primigenia.

Al parecer, quedamos abandonados entre las presencias intermitentes de quienes se supone nos cuidan y nos protegen; nos hablan pero luego callan, se aparecen y después ya no están: quedamos a merced de nuestros propios miedos que van cobrando formas tangibles entre sonidos y alguna imagen aterradora en la que se nos quiere quitar la voz; esa voz que intenta llamar al exterior en busca de ayuda, pero el teléfono forma parte de nuestros juguetes, muy conocidos a mediados de los noventa, y no funciona ante esta amenazante situación, por más que parezca cobrar vida a la Toy Story: llamadas por atender, explicaciones imposibles y un castigo de cerrarnos la boca de manera radical.

Dirigida por el canadiense Kyle Edward Byle (corto Heck, 2020), incursionando en el formato de largometraje, Skinamarink (EU, 2022) es una arriesgada puesta en escena de un prototípico y pesadillesco terror infantil, desplegado a partir de una estética de videoinstalación en la que se juega con texturas granulosas y saturadas, entre una constante lucha librada por la oscuridad y las iluminaciones que detectan las anomalías caseras, por momentos enfatizando colores imposibles y angulaciones que exigen someterse a ese lenguaje onírico en el que parecemos estar atrapados: como buena alucinación en sueños, de pronto el desarrollo del relato tiene sus momentos reiterativos y se extraña una edición más estricta, si bien el tono de angustia consigue mantenerse, irrumpido por esos efectos de sonido tan caseros como chirriantes e intensos. 

La perspectiva de la cámara, principalmente en vertiente subjetiva y con encuadres desconcertantes, busca regresar al espectador a su infancia y a los miedos primitivos de verse en soledad, paradójicamente en un lugar habitualmente seguro que de pronto se convierte en un entorno acechante y absolutamente extraño: las abruptas luces se enfocan en objetos cercanos que se han convertido en una especie de entidades inmóviles habitando ahora lugares distintos, vistos en colores intensos que contrastan con la oscuridad de sus alrededores. Los espacios antes reconocibles terminan por dar una sensación de vacío de la que solo pueden emerger algunas amenazas incomprensibles que crecen en la mente infantil. 

Las atmósferas y los objetos se presentan en una lógica sensorial, desde las alfombras y escaleras, hasta las muñecas y los bloques para armar. Se puede entresacar del relato una mirada sobre el abandono y el maltrato infantil, así como a la manera en la que en este caso el hermano y la hermana (Lucas Paul, cuyo papá en la cinta es el mismo que en la vida real, y Dali Rose Tetreault) intentan racionalizar su situación de soledad, a pesar de que, como buena pesadilla, los rostros no se ven y solo las voces parecen tener cierto sentido hasta que se empiezan a distorsionar: entre el padre ausente y la madre intermitente (Jaime Hill), los pequeños se refugian en los peculiares y significativos dibujos animados de los años treintas (Somewhere in Dreamland de Max Fleischer​; Balloon Land de Ub Iwerks y Prest-O Change-O de la serie Fantasías animadas de ayer y hoy) o en los bloques de Lego formando identificables figuras.  

Un filme que abreva del horror experimental y analógico con ciertos elementos tradicionales del género, y que se inscribe en las nuevas tendencias del creepypasta e internet, al mismo tiempo y de forma paradójica, retomando estéticas ochenteras del siglo pasado para centrar su discurso, ya no en villanos visibles y trastornados, sino en los miedos profundos que surgen desde el propio hogar y anidados en la psique infantil: suena la canción que inspiró el título del filme porque el miedo también se cuela por las orejas.


 

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