martes. 23.04.2024
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Tachas 521 • La mujer de y el trabajo de • Marina Porcelli

Marina Porcelli

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Tachas 521 • La mujer de y el trabajo de • Marina Porcelli



 

Dicen que la mujer de Archie Moore, durante una pelea de Moore contra Durrelle, se movía inquieta en la butaca, se comía el esmalte de las uñas, en el momento de mayor intensidad, pegó un grito y casi le dio un jab al espectador de la izquierda, hasta que al final “no se pudo contener”, y se subió a la tarima y alzó ella misma el brazo de su marido. O por lo menos así se relata en la Revista Knock Out de Buenos Aires, en el número de octubre de 1959, en el editorial que abre la publicación, “La mujer y el boxeo”. Dos instancias separadas, dos elementos aislados. El editorial no lleva firma, pero se comenta que esto lo observa un periodista cubano y que cuando los grandes del deporte tienen que salir a trabajar, las esposas deberían quedarse en casa.

También amonestan a la mujer de Pascual Pérez. Esos no son modos, señora. La mujer cree saber más de la ciencia del boxeo que “el viejo y sabio entrenador Charlie Goldman”. Discute con los promotores, regaña a los periodistas, dirige al ídolo argentino desde una silla cercana al cuadrilátero y se putea con el juez cuando se equivoca en las puntuaciones.

Las mujeres de los grandes atletas que se empeñan en gobernar la vida de éstos en lo técnico, en lo moral, en lo financiero.

La mujer de Justo Suárez se llama Pilar Bravo. Es de Lanús y trabaja de telefonista y de taquígrafa en el diario La República. El Torito (el apodo lo hereda justamente del boxeo magnífico que funda el Toro de las Pampas) nace en 1909 y tiene una carrera meteórica en la categoría de los plumas. Antes, trabaja en el matadero, destazando vacas, arrancando tripas, metiendo el brazo hasta el codo en el chorro de sangre. Roberto Durán puede hablar de cosas parecidas, de la fiera infancia. Esa en la que, para comer, pescaba a nado entre las quillas de los barcos en la costa de Panamá en los 80. Pero el Torito, con 21 años y toda la fama que se le viene encima, hace un anuncio: me caso. Para sus seguidores, la idea del casorio es tan central que El Gráfico de 1930 le dedica a los dos una tapa, y Tedi Gutiérrez, el entrenador de Kid Chocolate, ese mismo año, declara: lo perjudicará el haberse casado. Matrimoniarse en plena gloria, como el acto más desafortunado. El 6 de junio, la comitiva, que incluye a Pilar, embarca a Estados Unidos. El 17 de julio comienza la serie de combates que lo reivindicará como campeón indiscutido: gana cinco peleas al hilo. Pero la relación con Pilar se deteriora. Los dos vuelven a Buenos Aires, triunfales, y la relación se amarga. En 1931 salen de nuevo, a Estados Unidos. Esta vez, la pelea es por fin por el título del mundo y contra Billy Petrolle. Enrique Sobral, que lo entrena, cuenta que decide imponerle a Suárez una concentración total. Veinte días antes del encuentro, y después de muchas discusiones, Torito acepta y se separa de Pilar. El boxeador se muda a Nueva York, y ella queda en Nueva Jersey, por las noches Justo se despertaba y llamaba a su esposa. Se sentaba en la cama y ya no dormía. Hacía mil llamados telefónicos al departamento de Nueva York y hasta le escribía cartas. En una palabra: vivía atormentado por la separación y su mente estaba más en su esposa que en la pelea.

 Previsiblemente, el Torito pierde por knock out, en la ronda nueve. Pilar regresa a Buenos Aires: cuando los amigos de Suárez la ven desembarcar, sola, en el puerto de Buenos Aires, declaran de que el boxeador está terminado. Casi enseguida, ella lo abandona. Los amigos lo dejan, los managers le robaron todo el dinero hasta que Justo muere en un sanatorio para tuberculosos, antes de cumplir los 28 años, en Córdoba.

Arruinarle la vida al campeón o alzarle el brazo cuando triunfa: meterse donde no las llaman, hablar cuando no les preguntan, enojarse, entusiasmarse. Ellas en relación a él, al borde del protagonista. Ni nombre tienen. El editorial de “La mujer y el boxeo”, o los comentarios públicos sobre el matrimonio de Justo Suárez, calzan en los que Teresa de Lauretis llama “tecnologías de género”. Esto es, aquellos mecanismos sociales y coercitivos que devuelven a las mujeres a su papel de mujeres, a su “femeneidad”. Cuando ellas asumen actos “que no les corresponden”, se activan las alarmas, se disparan los dispositivos de regulación. Da la impresión, en suma, que las mujeres que asumen el boxeo como trabajo y pasión incomodan, descolocan, rompen con lo que espera la mirada social. Su solo presencia altera el orden impuesto para las cosas.



 

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Marina Porcelli (Ciudad de Buenos Aires, 1978). Narradora, ensayista. Fue becaria del Centro Cultural de la Cooperación (Buenos Aires, 2004) y obtuvo diversos premios en género cuento y ensayo. De la noche rota, su primer libro de cuentos, fue editado en 2009 por la Universidad de La Plata. La cacería, su segundo libro de relatos, fue publicado por Cuadrivio-Editorial, en México, DF. Parte de la obra de ficción y ensayística de la autora ha sido publicada en medios y antologías de Argentina, Chile, Cuba, México, Nicaragua, España, y China. En 2010, Marina Porcelli fue elegida por el Fonca/Conaculta para participar del Programa de Residencias Artísticas para Iberoamérica y Haiti; en 2012, fue becada por la Secretaría de Cultura Argentina, en convenio con México. Obtuvo el Premio de Cuento Edmundo Valadés y residencias artísticas en en Montreal, Canadá, y otra en Shanghai, China. Algunos de sus cuentos y ensayos fueron traducidos al inglés y al chino. Colabora regularmente con revistas y suplementos de cultura de América Latina, y es responsable de la sección de Creaciones>Narrativa de Revista Levadura, de Monterrey, México



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