Tachas 524 • Tiempo para cuidarnos • Jeanne Karen
Jeanne Karen
En los tiempos actuales se nos pide constantemente que vigilemos nuestra salud, el estado que guarda la función general del cuerpo y de la mente.
Sin embargo hay situaciones que escapan a nuestro escrutinio o tal vez no somos lo suficientemente precavidos, observadores, dedicados en el tema.
Hay que tomarnos un tiempo para ejercitarnos, para realizar actividades físicas de manera cotidiana, por lo menos subir escaleras, caminar, brincar, bailar en casa, andar un rato en bicicleta.
Cuando somos jóvenes, muchas veces no nos pasa por la cabeza la idea de medir la presión arterial, la glucosa, el colesterol, el peso, pero conforme pasa el tiempo y nuestra edad se acerca quizás a los sesenta años, comenzamos a preocuparnos.
Creo que deberíamos hacerlo desde la juventud, desde los primero años de esa etapa, cuando hay suficiente tiempo para todo, para viajar, para desvelarse, para ser creativos, para estudiar. Es el momento ideal para convertirnos en personas que de manera cotidiana cuidan su salud, su bienestar y también es buen momento para hacerse exámenes generales de vez en cuando, así como ir a terapia.
Lo he visto tanto, más últimamente, seres queridos que no llegan a los cincuenta años y ya tienen dificultades, yo misma tengo miedo y me hace recordar con claridad los versos demoledores de Claude Esteban que dicen: Dudo ya de si el cielo/ crece/ o muere. El temor me hace reaccionar, me hace pensar en que es difícil, es triste y conforme pasa el tiempo, lo único que sucede es que se agrava la situación. Tantas veces lo hemos escuchado de los médicos, no debemos esperar hasta sentirnos mal para acudir a una consulta o la duda se apoderará de nuestros días y de nuestra paz como en los versos del poeta francés.
Las personas que además de tener la responsabilidad de nuestra salud, también tenemos que cuidar de otras personas de forma cotidiana, se nos carga todavía más. La energía, la vitalidad hay que dividirla en dos, las ganas, el anhelo, los sueños, todo va en dos partes, la propia y la de las personas que acompañamos.
A veces sucede que somos como un espejo, uno que lo absorbe todo; de pronto la persona que está bajo nuestro cuidado tiene insomnio y sino estamos atentos a nuestro propio descanso y sueño, es casi seguro que vayamos a caer en el mismo problema. Es extraño, es preocupante, es perturbador. Si la persona que depende casi completamente de nosotros tiene problemas alimenticios, allá va nuestro apetito también. Pasamos noches sin dormir en la conciencia de nuestro propio malestar y con la preocupación del malestar de las personas que cuidamos.
Los momentos de descanso, de tranquilidad son escasos, es realmente una fortuna contar con espacios suficientes para tratar de reposar, de trabajar, de hacer cualquier otra cosa.
La vida moderna es complicada para el que cuida, para el que está, para el que permanece pendiente de otro ser humano. El tiempo pasa tan lento, que entre más lento más pesa. El enfermo necesita toda la ayuda posible, comida, descanso, atención médica, el que ve por su salud necesita recuperar fuerza, reponerse de todo, pero para ser honestos es complicado que suceda.
Por eso no está demás recalcarlo: hay que cuidar nuestro estado general siempre, no solamente cuando ya esté fallando algo, cuando nos mandan al doctor, cuando algún dolor se vuelva tan fuerte como para acudir a la consulta. Es mejor prevenir, además que si estamos atentos a lo que sucede con nuestro cuerpo y nuestra mente, podemos encontrar de manera más rápida soluciones a problemas que no son tan grandes todavía.
Sé que en algunas ocasiones sentimos que es pesado, que fastidia, pero en todos los casos es mejor adelantarnos, porque es muy doloroso darnos cuenta cuando ya no hay nada qué hacer, cuando el tiempo para sanar ya pasó y no queda más que resignarse o esperar un milagro.
Recientemente me tocó ver un video sobre el agotamiento extremo, el estrés demoledor que padecen los cuidadores de personas con problemas mentales. Todavía no sé cuál es el camino, porque a mí me ha tocado vivirlo, pero algo que a veces realizo es una especie de desconexión, no solamente de la vida virtual, también lo hago de manera sensorial, emocional, por mi propia salud, por tratar de mantener la cordura y más que nada para cuidar bien de la persona que me necesita.
Cuando puedo, trato de aislarme un momento en un lugar oscuro, con poco ruido, con las ventanas cerradas, me acomodo plácidamente en la cama, cierro los ojos. No duermo, pero intento respirar haciendo una pausa entre una bocanada de aire y otra. La vida regresa a mi cuerpo cansado, la energía del pensamiento vuelve a calibrar mi estado general y mi mente reacciona, de una manera positiva, a los estímulos que poco a poco voy incorporando como la luz que regresa por la ventana, los sonidos de la calle, el aroma de algo que se cocina en un sitio cercano, las campanas de la iglesia. El día toma otra vez su velocidad, el cuerpo y la mente también. Permanezco atenta al dolor, pero sobre todo a las formas que tengo de sanar.
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Jeanne Karen (San Luis Potosí, México, 14 mayo 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Temas como la muerte, la introspección y la complejidad semántica en la comunicación en relación con el autismo y las ciencias exactas como las matemáticas y la física, influyen su trabajo en un debate casi ético. Premio estatal de poesía Viene la muerte cantando (1998) Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (1999), de Poesía Manuel José Othón (2002 y 2006) Premio de Periodismo Francisco de la Maza por Publicación o Programa de Difusión Cultural (2009).
Ha publicado los libros: Simulación dinámica (Bitácora de Vuelos, 2015), Cementerio de elefantes (Múltiples editoriales). Hollywood (Ponciano Arriaga), Menta (Ponciano Arriaga).
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