Tachas 525 • El submarino Titán y la banalidad heroica • Alejandro Badillo
Alejandro Badillo
El viernes 23 de junio el explorador y viajero inglés Levison Wood publicó el artículo “Yo soy un explorador, pero incluso pongo límites para un submarino pequeño”. El texto apareció en The Times y, en resumen, hace un elogio de los “valientes exploradores” que murieron en la implosión del submarino Titán y que, como es del dominio público, capturó la atención mediática por varios días. Un poco antes de encontrar algunos restos de la diminuta nave, se percibían dos narrativas diferentes: la que lamentaba la muerte de los cinco tripulantes –entre los que se encontraban dos miembros de una familia multimillonaria de Pakistán–, y la que criticaba –en ocasiones usando un humor muy negro– el viaje turístico a los restos del Titanic y, sobre todo, la inversión de recursos y tecnología para el rescate cuando, al mismo tiempo, decenas de embarcaciones son abandonadas en el Mediterráneo, naves llenas de migrantes que mueren buscando huir de la guerra y la pobreza de sus países.
El artículo de Wood es interesante porque evidencia cómo la élite se ve a sí misma y cómo intenta legitimarse. Para el explorador, los turistas del Titán son personas que buscaron “desafiar sus propios límites” y miembros de una genealogía de pioneros que han hecho aportaciones a la cultura y a la ciencia. Por último, se lamenta que, en estos tiempos, haya “poca simpatía por los aventureros ricos” y nos recuerda que “la exploración siempre ha sido financiada y patrocinada por donantes adinerados, y es natural que quieran un poco de acción”. Estas afirmaciones, para cada vez más personas, además de cínicas evidencian una enorme ignorancia de cómo funciona la burbuja en la que vive la élite. La tecnología que usamos todos los días ha sido, en diferentes grados, patrocinada y conducida por los Estados, particularmente en Europa y Estados Unidos; últimamente China y otros países han cobrado cada vez protagonismo en esto. ¿Cómo ha ocurrido esto? A través de ayuda financiera directa, apertura de rutas comerciales y subsidios, entre otros mecanismos. Elon Musk, por ejemplo, ha construido su utopía privada aeroespacial capitalizando el conocimiento generado décadas atrás por el gobierno estadounidense financiado, a su vez, por los contribuyentes.
Wood cree que, por inercia, todos los descubrimientos hechos por los exploradores adinerados abonan al bien de la humanidad. Siendo ciudadano inglés habría que preguntarle, en qué se beneficiaron los africanos de las aventuras de personajes como Henry Morton Stanley, entre otros viajeros que abrieron el camino para la explotación humana y de la naturaleza desde el siglo XIX o, incluso, antes. Esta pregunta se podría hacer para todas las potencias colonialistas que se repartieron el mundo desde aquellos tiempos. De igual forma se podría aplicar la misma estrategia para analizar las contribuciones tecnológicas de los inventores y en qué han acabado cuando se transforman en inmensos oligopolios que no sólo benefician a unos cuantos sino que erosionan la democracia y la convivencia entre sus usuarios. Internet, Google y las redes sociales son el mejor ejemplo de esto.
El heroísmo de los viajeros del Titán es, en realidad, muchas cosas problemáticas. Los multimillonarios globales que no dejan de acumular dinero han encontrado en las experiencias extremas un nuevo motivo de vida. Puede ser en el fondo del mar o, como en el caso de Musk, en el espacio. Si la realidad, al menos en su percepción, puede obedecer al poder de los recursos económicos, entonces buscan superar sus límites entregándose a sus fantasías. Es cada vez más frecuente que el mundo real se interponga, de forma fatal, en sus planes. Eso no evitará que sigan aspirando a la inmortalidad o a colonizar otros planetas para imponer su ideología a miles de millones de humanos. ¿Qué ganaban los tripulantes de Titán al acercarse a los restos del barco hundido más allá de la superficial experiencia que vive cualquier turista en el siglo XXI? Esa banalidad, por supuesto, contrasta con el discurso aspiracional que los rodea. A veces, sus fantasías arrastran a otros a la muerte, empleados que arriesgan sus vidas para los trofeos de otros. El periodista especializado en montañismo, Jon Krakauer, narra en muchos pasajes de sus libros la fiebre de los ricos por llegar al Everest, aunque muchos de ellos no tengan la experiencia suficiente para lograrlo. En sus intentos, contratan a guías locales que, a veces, pagan con sus vidas las imprudencias de sus clientes que quieren sentirse dueños del mundo, aunque sea por unos minutos.
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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).
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