Ensayo

Tachas 533 • En la era del capitalismo de vigilancia • Noé Vázquez

Imagen generada con IA

 

Costumbre recursiva de los lectores novicios: buscar esa amenidad fácil de los libros que te resolverán la vida siguiendo estos cinco pasos o practicando estas rutinas durante cinco minutos al día. Y es de obligación el lerdo que preguntará en algún comentario casual de Facebook: «¿Me pueden recomendar un libro de motivación personal?» A continuación vendrá la avalancha de respuestas: desde lo más insólito hasta lo más trillado. Una sucesión de textos sobre camelleros que se encuentran a Dios en el desierto, monjes que venden su Ferrari, niños con padres ricos y padres pobres, y toda clase de embaucadores de la más diversa calaña. El mismo pelotón de escribidores que recurren a la positividad tóxica e individualista que apela a la autoexplotación neoliberalista, objetivista e individualista a ultranza. Eso fue lo que pasó, y yo respondí, medio en broma, medio en serio, que un libro de motivación personal podría ser En busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Algunos se rieron de mi respuesta, otros se indignaron. Mi intención era hacerme el gracioso, como ya se habrán dado cuenta.

Pensé que algo había de cierto en pensar en Proust como un coach o motivador personal, y lo explico de esta manera: luego de leer los siete tomos de su novela-monstruo, luego de haber oído nombrar a sus cientos de personajes, de haber transitado sus geografías sociales, sus agotadores escenarios históricos y genealogías; luego de recorrer sus facetas artísticas, de participar de sus hallazgos poéticos; luego de haber sufrido los avatares de sus análisis de personalidades, luego de todo esto, es muy difícil no haber sido enriquecido o motivado de alguna manera. La lectura es una experiencia de transformación, pero cuando el autor es Proust, la experiencia es más intensa. Es como si algo se hubiera movido dentro de nosotros. Es obvio que somos distintos, o que por lo menos nos vende la idea de ser más inteligentes y más sensibles a los goces artísticos.

Evidentemente, todo proceso de lectura también es un proceso de cambio así que, no me extrañaría que existiera por ahí un libro que se llame Aprende a ser feliz con Platón. De hecho, ahora que lo recuerdo, hay uno que se llama Menos Prozac y más Platón. ¿Lo ven? A la novela-río proustiana la conforman miles de páginas que fueron escritas a partir de 1907 y que fueron casi concluidas a la muerte del autor en el año de 1922. Este río de páginas podría no existir y el mundo seguiría como si nada. Hay otros autores importantes de aquella época que tal vez merecieron un mejor lugar en el canon literario actual, y en este momento estaríamos hablando de Lucien Daudet o sus hermanos, de Gabriel de La Rochefoucauld del conde Robert de Montesquieu, incluso de Anatole France, tan amigo del autor al que nos referimos. Tenemos la suerte de ser lectores de Marcel Proust, eso es lo importante y eso lo cambia todo.

El libro de Alain de Botton, de nombre En la era del capitalismo de vigilancia, ofrece una serie de respuestas que podemos encontrar en la obra proustiana y en la personalidad del autor a nivel social, de su familia, sus amigos y conocidos de las altas esferas de la sociedad parisina. Respuestas acerca de amar la vida, sobrellevar el amor —y no digo triunfar, conste, esas son otras ligas en las que el mismísimo Proust no logró destacar—. El libro señala la lectura como una respuesta a las preguntas de nuestra propio ser, o de las circunstancias de nuestra vida. Nos habla de la idea del tiempo y la manera de confrontar sus problemáticas; o sobre la forma de lidiar y expresar las emociones; o nuestra manera de confrontar el sufrimiento e incluso, de aprender a ser buenos amigos de nuestros amigos. De Botton nos hace participes de la vida del autor de En busca del tiempo perdido a partir del análisis de su obra en donde localiza las claves que pueden ofrecernos alguna respuesta específica sobre un tema propuesto. La obra recopila testimonios acerca de los conocidos Proust pertenecientes a la alta burguesía y la aristocracia de la época, así como del mundo artístico de la Belle Époque y la Primera Guerra Mundial en Francia,

Leer a Proust es aprender a ver con la lupa de nuestra sensibilidad y las potencias del intelecto. Para el autor, cada ser humano funciona como un filtro que va a enriquecer el mundo que le rodea a partir de la perspectiva de sus emociones, de las correlaciones con otros eventos artísticos. Interactuamos con el mundo a partir de un subjetivismo que enriquece la realidad con el poderío de nuestras memorias y experiencias; y lo llena de significaciones. Leer a Proust es aprender a aprehender, como si la mirada fuera un verbo prensil, una extensión de nosotros que transmuta en palabra ese libro humano que forma el pensamiento de nuestro día a día. La percepción de lo cotidiano es ese libro íntimo y secreto que nadie se atreve a escribir porque es engorroso, demasiado largo, y la vida, como ya dijo André Gidé, «es demasiado corta, mientras que Proust es demasiado largo».

Proust nos enseña la humildad de quien sabe escuchar, más que avasallar con el discurso, alguien que no da opiniones categóricas o absolutas sino que sabe matizar sus respuestas con un «quizás», o un «tal vez», «aunque podría ser que» y «¿no has pensado que». Analizando la vida de Proust nos damos cuenta de que debemos ser prudentes antes de juzgar las opiniones de los otros, adoptando en todo momento un tono conciliador y pacífico que nunca insulte al interlocutor. Es este tipo de conversación por el que el autor fue recordado por la mayoría de sus amigos del mundo social. De ahí que hubiera conservado la amistad de muchos de ellos. Proust era un entretenedor, siempre generoso y buscando la forma de complacer a sus conocidos. Hay en él un don de gentes y de bonhomía de la que muchos podemos aprender.

Experto en John Ruskin, Proust pudo haberse convertido en un erudito, estaba destinado a la vida académica, aunque siempre rechazó tener un empleo formal. En este sentido podemos definir su existencia como la de un perdedor. No se consagró a la traducción de George Eliot, o al estudio de Dostoievski, por ejemplo, o a escribir engorrosos tratados sobre Ruskin. Era otra cosa lo que buscaba. En apariencia, su vida carecía de sentido, no ese sentido formal que en el que la sociedad te pide ser «alguien»: el profesionista eminente, el político, el diplomático, o sencillamente, alguien útil en la sociedad, para ellos. Se convierte en un socialité, un infiltrado en el mundo de la Madame Strauss, la condesa de Caraman-Chimay o de Greffulhe, etc. Proust sabe que no logrará destacar en nada tal como su padre, el eminente doctor Adrián Proust, o como su hermano, del mismo oficio de médico. El autor se convierte en tema de sí mismo, en el curioso objeto de su obra para operar como personaje y narrador. Proust le enseña al lector a recuperar el asombro ante lo que parece ordinario, su amor por el detalle lo conduce a un agotamiento en las descripciones de objetos y personalidades. Su brutal capacidad de observaciones crea una narrativa que fuerza la mirada del lector para contemplar el valor de los detalles de su propia realidad, una forma de goce estético. Ésa es una de las grandes enseñanzas de la novela proustiana.

El autor nos menciona: «La sabiduría empieza donde la del autor termina, y quisiéramos que nos diera respuestas cuando todo lo que puede hacer por nosotros es excitar nuestros deseos». La lectura sólo nos daría las llaves mágicas para acceder a las estancias de nuestro interior. La novela proustiana es una novela sobre nosotros mismos, sobre la interioridad de nuestra consciencia que aportaría las claves sobre una vida equilibrada y digna. Cuando un lector termina de leer En busca del tiempo perdido, ese punto final en la novela sólo marca el comienzo de una vida distinta. ¿Habrá algo más motivador que eso?

 

 

FICHA TÉCNICA
 

Título:
En la era del capitalismo de vigilancia
Nº de páginas:
224
Editorial:
RBA LIBROS
Idioma:
CASTELLANO
Encuadernación:
Tapa blanda
ISBN:
9788490064528
Año de edición:
2012
Plaza de edición:
ES
Traductor:
MIGUEL MARTINEZ LAGE
Fecha de lanzamiento:
08/11/2012
Alto:
21.3 cm
Ancho:
14 cm
Peso:
295 gr




***
Noé Vázquez (Cordoba, Ver. 1973), Estudié contaduría pública en la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla aunque nunca ejercí esa carrera. He tenido toda clase de empleos, de lo más variopintos. En este momento soy agente bilingüe en un call center. He publicado en estas revistas: Mito (Córdoba); Turbia (Puebla); Pez Banana (Hermosillo); y Crash (CDMX). Vivo en Puebla de Zaragoza desde hace algunos años. Becas obtenidas: nunca he solicitado alguna.

Soy lector, amante de la literatura, curioso de ciertos fenómenos culturales. Escribo cuentos y Ensayos, en ocasiones me inclino al verso. También me interesa el ensayo. Me gusta pensar que soy un lector que escribe y que usa la crítica literaria como pretexto para seguir leyendo, o bien, que usa las lecturas como un estímulo para escribir algo, lo que sea, aunque sea de vez en cuando, siempre y cuando el trabajo me lo permita.





[Ir a la portada de Tachas 533]