lunes. 13.01.2025
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Tachas 534 • Esteban Arce en la universidad • Alejandro Badillo

Alejandro Badillo

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Tachas 534 • Esteban Arce en la universidad • Alejandro Badillo

 

En días recientes el nombre del locutor Esteban Arce se volvió popular en las redes sociales. La razón fue su conferencia –después cancelada– en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). El tema que impartiría –según medios locales, pues la universidad no lo especificó en su propaganda– estaba relacionado con la prevención de la drogadicción, conductas suicidas y atender problemas de salud mental. Una vez que se compartió, sobre todo en Twitter, la información de la conferencia, aparecieron las primeras críticas al evento. 

Cualquier persona medianamente informada conoce la trayectoria de Esteban Arce. Después de su paso por la televisión de la década de los 90, se convirtió en presentador de noticias. Con la llegada de las redes sociales, en los años recientes se ha vuelto defensor de posiciones de ultraderecha, particularmente en temas relacionados con lo social. También, durante este tiempo, ha dado charlas en las que promueve la propaganda “provida” que incluye, por supuesto, el ataque a la diversidad sexual, entre otras cosas. Como otros personajes ligados a la ultraderecha, propaga diversas teorías de la conspiración –una de las más famosas que difundió fue sobre las vacunas contra el Covid-19–, una posición poco responsable, considerando que es un comunicador con tribuna en un medio masivo como Televisa, además de –lamentablemente– líder de opinión para un sector del país. 

El punto central que me interesa discutir es el de los límites de la libertad de expresión. Después de la cancelación de la conferencia –sin que la BUAP haya ofrecido comunicado oficial– algunas personas en las redes sociales cuestionaron la posición de los estudiantes universitarios, pues se dieron cita en el lugar de la conferencia para evitar la llegada de Arce. Un usuario escribió: “Si la Universidad no es un espacio para escuchar, confrontar y debatir... la situación está muy jodida. Los comisarios de la moral toman el control”. El tuit, en realidad, resume una idea que esgrimen quienes normalizan el discurso de odio con el pretexto de la “libertad de expresión”. Además, asume que “los comisarios de la moral” (estudiantes y críticos) están en una posición de poder. Es, justamente, lo contrario: si “los comisarios de la moral” existieran, la universidad jamás hubiera invitado al locutor. La reacción en las redes y en el lugar de la conferencia fue un último recurso para manifestar su inconformidad. 

Parece una locura que un parte de la sociedad, después de tantas luchas por los derechos humanos, no haya entendido lo que el filósofo Karl Popper llamó “los límites de la tolerancia”. La idea es simple: una libertad de expresión irrestricta puede reventar una sociedad democrática al dinamitar los acuerdos esenciales para una convivencia pacífica. Por lo tanto, atendiendo cada contexto, hay que ser intolerantes con la intolerancia. Alguien como Arce, que ataca los derechos de las otras personas –minorías sexuales, mujeres, entre otras– es alguien que promueve el discurso de odio, pues deslegitima la existencia de aquellos a quienes percibe como una amenaza, y los presenta como perniciosos a la sociedad. 

Una de las salidas más comunes de los normalizadores del discurso de odio no es defender a personajes intolerantes como Esteban Arce, sino pedir que, en lugar de “cancelarlos”, se les confronte en los espacios como la malograda conferencia en la BUAP. Aquí habría que hacer una analogía: ¿estas personas estarían de acuerdo con invitar a un neonazi a su lugar de trabajo para debatir con él? Imagino que dirían que no. Un neonazi en casi cualquier lugar sería motivo de escándalo y pocos pedirían escucharlo y no negarle el micrófono. Presentar en foros públicos o privados a neorreaccionarios –a pesar de las mejores intenciones de los que proponen esto– es contribuir a que la gente acepte su presencia como un interlocutor válido, incluso teniendo el público en contra. Lo inaceptable, entonces, comienza a ganar terreno en las opciones viables hasta que es demasiado tarde, justo como pensaba Popper. Este fenómeno es muy claro en la política estadounidense: las posiciones ideológicas se han corrido tanto a la derecha que el Partido Demócrata es, para muchos, de izquierda o, peor aún, socialista, cuando las diferencias que tiene con los conservadores republicanos no son tan amplias como se asume, en especial en temas económicos.

Un último recurso de los normalizadores del discurso de odio –en casos como el de Esteban Arce– es minimizar la agresión. No se puede comparar la homofobia con la propaganda violenta de los nazis. Lo que sucede, dicen, es que las nuevas generaciones se victimizan y prefieren ser intolerantes, que debatir con sus enemigos de forma inteligente. Han sido capturados, seguramente, por la “ideología woke”. Hay que puntualizar dos cosas: combatir el discurso de odio es una cuestión de principios, más allá de los casos particulares que se discutan. ¿Los normalizadores del discurso de odio acusarían de intolerante a una mujer que se queja de una agresión verbal en público porque no fue violada o asesinada, y defenderían al agresor porque estaba haciendo uso de su “libertad de expresión”? No hay gradualidad posible en esto. El segundo punto tiene que ver con Arce en la universidad: ¿Se planteó la conferencia como un debate que integrara a los alumnos? Me temo que no. La conferencia del locutor iba a ser, como suelen ser todas, un ejercicio de monopolio del discurso y de difusión de un mensaje, sin oportunidad de empoderar al asistente o abrir, al menos, el diálogo. Una universidad pública debería ser el último lugar para la propaganda de odio.   




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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).

 

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