Es lo Cotidiano

No importan las carnitas

Tristana Landeros

No importan las carnitas

Viernes al mediodía, mi apá me dice que va a llegar el Lic. Pedales en unos minutos, que lo atienda bien porque ya es magistrado, lo que quiere decir es que tengo que lamer botas cuando todos sabemos que el “licenciado” compró su título porque no ha podido acabar el bachillerato. Y eso de magistrado es un puesto que le dieron porque se anda cepillando a la mera mera Secretaria de Seguridad Pública de su hediondo estado y pues quién sabe qué jalecitos le hará para darle ese título y puesto en un año, pero no el sueldo porque no hay forma de comprobar su experiencia.

Mi apá tan lambiscón como es, se deslumbró con el cargo ficticio y como es viernes, llenó el refri de caguamas. Yo ni me había bañado cuando llegó el Lic. Pedales en una visita que él llamaba “informal”, venía de negociar unos cursos de oratoria como preparación a los juicios orales recién incorporados al sistema de justicia en su estado. Me lavé la cara y la boca, me puse un suéter encima de la piyama y medio me peiné.

El señor licenciado se había instalado en la sala desbordando humanidad en los sencillos muebles tipo lounge, me saludó sin ganas, pero se le veía ansioso, quizá porque en esa casa lo conocíamos desde joven y manejábamos la información de que había desertado de la escuela, en la escuela de Leyes lo rebotaron por no tener certificado de bachillerato, además sabíamos de su origen humilde y ahora intentaba ocultarlo con dos blackberrys, ropa y tenis de la palomita de la victoria, sintiéndose salido del guetto y no de su colonia de calles aceitosas y casas con paredes llenas de grasa fritanguera.

-¿Una caguama, “Lic”?

-Pero sólo una, no he comido.

“Ni que el anoréxico”, pensé, “si tiene esa panzota es porque hace las cinco comidas al día sugeridas por la Secretaría de Salud, pero en los ochentas”. Yo le seguí la corriente.

-Sí, hombre, sólo una, una persona tan ocupada como usted seguro ya tiene otros compromisos agendados en esta ciudad.

-Ya los cumplí todos, replicó el cuino, sólo quiero ir a comer a “El rey de las criadillas”, dicen que tienen vísceras de lechón malasio, un platillo costoso, por cierto, y no quiero regresarme sin probar esa delicia.

Yo nada más me le quedaba viendo, estábamos frente a frente, cada uno con un tarro de cerveza fría, él echado para atrás, yo, jorobada y con las piernas cruzadas, no usaba bra bajo la pijama pero el insigne personaje no lo notaba.

-Cuéntame, ¿por qué regresaste a vivir con tus padres?

- No regresé, estoy aquí de paso mientras espero que me den la patente de una nueva liga gástrica que diseñé y presenté en el consejo de Gastroenterólogos.

- ¿Eso hiciste?

- Claro, para eso estudié y sigo estudiando.

Insaciable como es el Licenciado ya se había servido un segundo tarro de cerveza por lo tanto se acabó la primera caguama. Ya ni quise abrir otra porque me decepciona que duden de mi trabajo y proyectos, sólo quería encerrarme en mi cuarto y navegar por mis redes sociales mientras pasaban las horas. No ejerzo como cirujana porque no tengo familiares que me hereden una plaza en salud pública, ni me tiro a ninguna cabeza sobresaliente en la cadena de burócratas que sangran al estado, pero eso no quiere decir que no sepa diseñar alternativas no tan abrasivas para que gente como el cerdo incrédulo  que tengo enfrente, baje de peso en caso de que tenga un evento importante en pocos meses y al mismo tiempo regule su hipertensión; no se puede pedir más de un ser que sólo se nutre con vísceras de animales y paga altas cantidades a quien se las cocina.

-Oiga, si me disculpa, me voy a cambiar porque tengo que salir.

-¿A dónde vas?

-Pues con mis amigos, es viernes, los viernes son día de fiesta.

-¿Puedo ir contigo?

-¿No que ya se iba a regresar?

-Vamos a comer, ándale.

-No, gracias, no como carne, mucho menos vísceras.

Me levanté del sillón y el tipo, con una rapidez que no coincidía con su peso, me tomó de la mano y la acercó a su cara.

-Yo te invito.

-De verdad, no. Soy vegan.

Creí que iba a besármela así que me zafé y fui a mi cuarto. Quería vestirme rápidamente y salir corriendo, sentía que mi mano olía a carnitas, y no es que odie el olor a carnitas, para nada, pero ya mi cuerpo y mi paladar disociaron los olores de los sabores, lo que al olfato llega como un recuerdo agradable, mi boca lo recibe como una plasta de manteca y mi estómago se disgusta hasta casi vomitarme.

Me desabroché el suéter y me quité la parte de arriba de la piyama, con los pechos al aire escuché una voz detrás mía que suplicaba:

No me quiero quedar solo.

Por instinto tapé mis senos con los brazos cruzados en una equis, dejé de darle la espalda al ególatra con charola que entró sin permiso a mi cuarto.

Pues invite a alguien más a comer. Debe tener muchos amigos, a la gente le gusta ir a comer de gorra.
¿Por qué te tapas? Como si nunca hubiera visto a una morra encuerada.
No me estoy tapando, es un gesto propio de los que somos vegan straight edge.

Me valió que no me creyera, tomé las primeras prendas que vi y lo dejé solo en la habitación para cambiarme en el baño. –Nada más falta que huela mis calzones, tiene cara pervertido, pensé sentada en la taza del baño mientras me abrochaba el bra y me sacaba el pantalón del piyama por medio de torpes movimientos sin levantarme de la taza.

Me cepillé los dientes y me lavé la cara sin gran cuidado, lo que quería era largarme ya, escapar de don Lechón. Al salir del baño, se empinaba la tercera caguama muy a gusto, al verme, estiró su brazo para ofrecerme. Quizá porque su tosquedad me daba ternura, se la acepté y tomé sin limpiar la boca de la botella.

Cuéntame de la liga gástrica ésa, ¿cuánto cuesta? ¿ya la probaste en alguien?- Mi trago se extendió.

-Lo probamos en una mujer, funcionó pero ahora tratábamos de controlar el rebote-. A un posible cliente no le podía contar lo anterior.

Es cara, dije yo.
¿Cuánto? Quiero probarla.
Pero si usted no la necesita, está gordito pero con una dieta adecuada y ejercicio diario baja esa pancita.
Estoy hecho un cerdo. ¿Cuánto cuesta?

Tantas preguntas y la tentación del dinero, volví a dar un largo trago a la caguama.

Podrías experimentar conmigo, a mí nada ha logrado matarme, ni el plomo caliente, ni el plomo antófero, por eso me tatué el número 82 en el antebrazo. Ahora tengo dinero y quiero esa liga gástrica dentro de mi cuerpo, ¿cuánto y cuándo?
Hay una lista de espera, pero para usted todo el tratamiento costaría doscientos mil pesos.
¿Te puedo pagar con una beca?

Hice un gesto de disgusto, tengo treinta y cinco años, ya no estoy para pedir becas ni para que me traten como principiante de mi especialidad. ¿Así que esa es la forma con que los burócratas coptan a las mentes brillantes?

Lo veía de reojo pensando que era un viejo culero y me leyó el pensamiento ya que se explayó en su ojetez con una descabellada ocurrencia.

- Te beco. Treinta mil pesos por mes, es una lana. Documentas mi caso, supongo que tomas fotos, llevas un registro y eso. Y vamos escribiendo un libro sobre mi experiencia, incluimos las fotos del antes y después.

¿Así que eso es lo único que le importa al horrible panzón? ¡Escribir un libro! Ser famoso publicando sus memorias de ex gordo y yo soy su instrumento para pasar a la posteridad como rémora del gobierno estatal, ¡ay, no!

Tristana Landeros Nació en la Huasteca Potosina pero se nacionalizó hermosillense. Escribe, dirige y enseña teatro. Por ser hija única se volvió multitasking y ahora anda de novedosa escribiendo cuentos para dejar de hacer drama. Su obra de teatro “Perros contradictorios devoran mi cadáver”, sobre músicos underground en México, fue mención honorífica en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2013 en la categoría de Dramaturgia y será publicada este año por el Fondo Editorial del Estado de México.

Su obra completa se publicó bajo el título “Dramaturgia a domicilio” (UANL, 2011). Forma parte de “Teatro en bici” y colabora con el fanzine “Punkroutine”. Edita la revista electrónica “El Culo del Mundo”. Después de años en el rocanrol, escribió su primer libro de cuentos sobre la escena.

Twitter: @cudemun