miércoles. 24.04.2024
El Tiempo
Es lo Cotidiano

No

Alejandra Quintero

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Así he sido siempre, vivo al día, quizá por eso nunca dejo de sentir miedo.”

J .M. Servín

—No, por el momento no —me dijiste cuando te pregunté si podía ir a tu casa, como si yo fuera un vendedor de esos que van de puerta en puerta, insistiendo patéticamente para que le compren su mercancía, que además resultará inservible, como si me estuviera regalando, y a ti te diera flojera esa actitud servicial y tristísima. Te colgué el teléfono sin pelear, hasta eso ya resultaba inútil contigo, no sin que antes me dijeras que quizá podríamos planear algo para la siguiente semana, lo de siempre, pensé, comer o ver una película y coger antes de que me echaras de tu casa, porque cada vez estábamos más lejos de nuestras realidades. Yo te busco, fue lo último que te escuché decir. Así era, lo único para lo que nos volvimos buenos fue para coger, yo además para volverme sorda y ciega porque aunque no quisiera me dolía enterarme que estabas con otras.

Decidí salir de casa a despejarme un rato, tomar una cerveza y encontrarme a alguien quizá, que no estuviera dispuesto a escuchar el relato de mi conversación por teléfono contigo. La noche caía con un viento helado, en las noticias dijeron que habría tormentas invernales durante todo el mes, apenas estábamos a cinco de diciembre, aún faltaban más de veinte días de dolor de huesos y nariz congelada, pero los pronósticos, como yo, siempre se equivocan.

Había mucha gente en la calle, la mayoría parecían enfadados, con sonrisas a medias, me pregunté si yo también luciría así, quizá peor. Sentí náuseas. Fui al cajero a retirar mis últimos cien pesos para comprar unos cigarros y un par de cervezas. De pronto sentí una especie de furia al recordarte. Ese tono indiferente retumbaba en alguna parte de mí, una y otra vez tu rechazo combinado con mi estupidez, y sobre todo con mi resignación. Ya no me interesaba tener una larga conversación contigo acerca de nuestra relación, y el lugar que ocupábamos, porque ya sabía la respuesta.

Caminé varias cuadras y llegué finalmente a un bar, de esos que parecen que han estado toda la vida ahí. Lúgubre y descuidado, siempre olía a cerveza y meados a pesar de que lavaran los pisos, servían la cerveza en vasos de plástico que siempre veía cómo medio enjuagaban con agua sin jabón, siempre sonaba la misma música, éxitos ya olvidados y que hacían más decadente el lugar, pero de alguna extraña manera toda esa inanimación, me hacía sentir como en casa. Me senté en la barra y pedí una cerveza. Había tan sólo un par de mesas ocupadas, una de ellas con dos tipos que no me quitaban la vista de encima, no me incomodó porque podía ser la posibilidad de tener más cervezas a lo largo de la noche, y quién sabe, hasta me podría olvidar de ti un par de horas. Pero no, parecía que tenían más curiosidad que interés. Al cabo de un rato se fueron, esta vez sin mirarme. Pedí la segunda cerveza, sentí su paso por mi garganta y casi la escuché retumbar en mis paredes interiores, en mi estómago, la terminé, pagué y me fui.

Regresé a casa caminando a pesar de que el frío arreciaba, pero sentí una especie de consuelo al refugiarme tras la chalina y mi suéter negro de siempre. Esa leve calidez me recordó cuando estábamos en la playa, apenas un mes atrás, caminábamos en lo que bien podría ser un lugar común, tomados de la mano sobre la arena, mirando un atardecer rojizo que embravecía el mar, y nos mojaba casi hasta las rodillas, los dos en silencio, detenidos en el tiempo, hasta que giraste tu cabeza y me miraste con ternura, como cuando dejabas de verme durante semanas y te daban ganas de hacerme el amor con mucha calma. Me besaste suave y supe que éramos la imagen perfecta de dos personas enamoradas, bueno al menos yo sí lo estaba, aunque nunca te lo dijera.

Las calles parecían oscurecerse más conforme avanzaba, iba cambiando el rumbo y la soledad se hizo más palpable al toparme con una casa repleta de ruidos y risas, las puertas totalmente abiertas, niños jugando en la calle, señoras platicando recargadas en la pared con los brazos cruzados, un par de hombres en la banqueta fumando, platicando como quizá lo hacían todos los domingos, el único día que los rescataba de su interminable rutina. No pude evitar mirarlos con algo de ansiedad, como un perro callejero en busca de comida, obviamente ellos no se inmutaron de mi paso. Aún faltaban algunas cuadras para regresar a casa, ese lugar pequeño donde entraban grandes bocanadas de luz que llenaban todo.

No era muy tarde, apenas si darían las diez de la noche cuando abrí la puerta y salió a recibirme mi gato, algo somnoliento pero maullando por comida. Saqué de la alacena una lata de comida para gatos, la vacié en su plato mientras él me agradecía repegándose en mi pantalón. Me quedé mirándolo un rato, inmóvil, como la vez que me contaste de ese día que la conociste, de cómo te habías identificando con ella y que su encuentro había tenido algo más que sexo, hasta sentí otra vez un nudo en la garganta, pero como aquella vez tampoco pude llorar. Fui a mi cuarto, prendí la computadora, puse algo de jazz porque era algo que siempre me acercaba a ti, tomé el libro en turno porque no tenía sueño, y ese libro tenía la característica de provocarlo, prefería eso a seguir imaginando una realidad alterna contigo.

Supongo que he debido quedarme dormida, me choca que toquen así la puerta, el reloj pasa de la medianoche. Una sensación de vacío cae en mi estomago, como cuando vas a recibir una mala noticia y lo sabes, pero sé que eres tú, nadie más me visita un domingo a esta hora. Tengo que abrirte, pero retumban otra vez tus palabras, tu no, siento el cuerpo pesado, quiero regresar a la cama, otra vez tu no y las náuseas. Los toquidos. La música. No. Tú y ella cogiendo. Mi gato mirando desde la puerta.



Alejandra Quintero (Ciudad de México, 1982) Directora de Colectivo Paracaídas, organizadores del Encuentro Nacional de Letras Independientes por siete años. Ha publicado en revistas y suplementos culturales. Sus textos se incluyen en antologías como: Los nombres y las letras. Muestra de la poesía contemporánea en Michoacán 1965–2007, Jitanjáfora y SECUM, 2007; Dulces Batallas que nos animan la noche. Antología del Encuentro de Letras Independientes 2006-2011, editada por Colectivo Paracaídas con apoyo del programa de Coinversiones para la Producción Artística, PlexoAmérica, Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2013¸ entre otras. Tiene una plaquette titulada Bitácora de asfalto, SECUM, 2009.