Tachas 540 • Desasosiego • Sergio Inestrosa
Desasosiego [536]
El hombre se levantó de la mesa del comedor en el que leía un libro y caminó hacia la puerta, que él mismo había abierto hacía apenas unos instantes para ventilar la casa, se asomó para ver hacia afuera y en ese momento sintió que estaba viviendo un día que ya no le pertenecía. Algo en su interior le decía que él ya tenía que estar muerto, que debió morir la noche pasada.
Pero allí estaba él con su jarro de café recién hecho mirando la clara y fría mañana, un tanto inusual para el mes de septiembre. Tal vez, pensó, esta muerte que debió de ocurrirme anoche, ocurrirá en una noche semejante, una noche que será definitivamente fatal, pero el año será definitivamente diferente.
Y se sintió del todo extraño.
Bad hombres [537]
En el pueblo todos sabían que la muerte de Agustín Ugalde no había sido un accidente, era claro por la forma en que murió que alguien ordenó su muerte. Las especulaciones crecían en el pueblo, algunos pensaban que era un lío de faldas, se rumoraba que al momento de su muerte lo acompañaba una mujer de la que no se sabía nada, pero otros afirmaban que se taraba de deudas de juego, otros decían que eran meras envidias, o tal vez se trataba de una venganza por pisarles a otros los callos en sus negocios turbios. Nadie lo sabía de verdad. Pero tanta saña en su muerte no era gratuita. Era como si con aquella muerte los asesinos estuvieran diciéndonos: “el que se mete con nosotros la paga caro”.
Desde que la familia denunció su desaparición hasta que encontraron el cuerpo, pasaron cinco días. Lo encontró, por casualidad, una campesina que iba cortar leña. Su cuerpo estaba hinchado, a punto de reventar, lleno de moscas y otros insectos, y olía a los mil diablos. La familia, sin embargo se empeñó en hacer un entierro con bombo y platillo. Era como si la familia también les estuviera enviando un mensaje a sus asesinos: “no nos vamos a rendir, seguiremos adelante, de algo tenemos que vivir, tendrán que matarnos a todos”.
El regreso [538]
Por qué habré decidido volver después de tantos años de estar fuera y justo ahora que, si bien ya se acabó lo guerra, la violencia está peor que antes, pues todo se ha ido resquebrajado de a poquito. Los tratados de paz, la alternancia en el gobierno, la increíble limpieza electoral en nada ha mejorado las condiciones del país; los gobernantes de izquierda han demostrado ser tan ineptos y corruptos como los de derecha.
Y sin embargo aquí estoy de vuelta treinta y ocho años después. He regresado, sin saber bien a bien que voy a hacer, de que voy a vivir para no agotar los pocos ahorros que tengo en mi fondo de retiro y lo que me pueda mandar la oficina del Seguro Social por mis diecisiete años de cotizaciones; algo tendré que hacer, algo podré hacer para complementar mis ingresos.
Pero mi pregunta seguía sin ser contestada: ¿por qué había decidido regresar? Sería la necesidad de respirar el aire natal, de volver a caminar las calles de niño conocidas, de disfrutar del sabor de los platillos que guarda la memoria.
El temblor [539]
Justo en el momento en que me levantaba para llevar los trastes al fregadero, se sintió la primera sacudida del piso seguido de un estremecimiento mucho más fuerte de las paredes. El movimiento de la tierra hacía que las cosas brincaran y se cayeran; las paredes se empezaron a separar, el techo se comenzó a desprender y todo era un gemido incesante. Casi de inmediato se fue la luz y todo se quedó a oscuras.
La oscuridad favorecía que se oyeran los gritos de desesperación o de angustia que venían de la calle o de las casas vecinas. Me sorprendió no oír la voz de María y lo último que me fue dado escuchar fue la voz de mi madre que decía Santo Dios, Santo fuerte, Santo Inmortal líbranos de todo mal…
Y después se hizo un total silencio.
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