CRÍTICA
Tachas 546 • Milei y el dilema del mal menor • Alejandro Badillo
Alejandro Badillo

En las recientes elecciones en argentina –en las cuales ganó, como es sabido, el ultraderechista Javier Milei– ha aparecido, de nueva cuenta, el problema del mal menor. Esto ocurrió no solamente en Argentina sino en nuestro país. Un vistazo a las redes sociales ilumina un poco la discusión entre un sector del conservadurismo: el candidato del llamado oficialismo –Sergio Massa– representaba un mal tan absoluto, tan sin matices, que la otra opción, la ultraderecha, se transformó en una candidatura presentable, pues darle continuidad al gobierno era apostar al colapso de Argentina.
Por supuesto, los que no cayeron en la trampa siguieron señalando que, a pesar de que no estaban de acuerdo con las políticas de los años recientes en el país sudamericano que generaron, entre otras cosas, una inflación galopante, no iban a votar por Javier Milei, un candidato cuyas propuestas incluyen desaparecer el Banco Central, dolarizar la economía, flexibilizar el salario con base en el “rendimiento del trabajador” y privatizar lo que queda del Estado para que sea manejado por los empresarios. Además, como es público, el ahora presidente electo de Argentina ha negado los crímenes de la dictadura que asoló ese país hace no mucho y cree que la crisis climática es un invento del socialismo internacional. Sin embargo, los defensores del “mal menor” insistieron que todo esto era preferible a cuatro años más de las políticas que ya conocían. Algunos, negando la realidad, han llegado a afirmar que una cosa es el discurso de Milei y otra cosa la realidad cuando quiera aterrizar su plan de gobierno. Asumen, de manera ingenua, que el candidato ganador simplemente dará la espalda a su agenda y a la gente que la respaldó con independencia de que sus ideas hayan, en muchos momentos, tenido poca consistencia.
El problema de fondo con este dilema es que –al menos en la democracia de mercado que se ha impuesto como la única democracia posible– ha ganado presencia el maniqueísmo de las dos únicas opciones y la obligación de elegir una de ellas demonizando ad nauseam a la otra. Esto, en lógica, se le conoce como un falso dilema. La opinión pública se conduce, como un rebaño, a una bifurcación en el camino, sin posibilidad de mirar más allá de ese escenario. Esta tendencia es, entre otras cosas, una manera de autoritarismo ejercido por muchos líderes de opinión. Es, además, una coacción que, peligrosamente, se normaliza. Un ciudadano debería tener el derecho –la famosa “libertad” enarbolada por el discurso neoconservador– de renunciar a ese falso dilema y contemplar otras opciones para participar en la política. Sin embargo, en un mundo en el que se debe tomar partido por todo y en el que la emergencia por decidir entre lo que se nos presenta, la crítica se criminaliza. Tú eres cómplice de lo ya juzgado como criminal más allá de lo que digas. La filósofa italiana Donatella Di Cesare ejemplifica los costos morales de elegir el “mal menor” en el caso de la tortura y la creciente aceptación pública de este recurso para salvar a las sociedades occidentales de amenazas como el terrorismo. ¿Estamos dispuestos a asumir la responsabilidad de elegir a candidatos que ponen en jaque los derechos humanos y las conquistas sociales de las décadas recientes en una época en la que domina la posverdad y en la que los algoritmos han vaciado la conversación pública? ¿Qué mundo queda después de elegir el “mal menor”?
Hablar de izquierda o derecha tradicionales –en términos de la democracia electoral– ya no tiene sentido. En países como Estados Unidos o Inglaterra, entre otros, la radicalización en la política hace que se vote por candidatos que parezcan de “centro” simplemente porque no son tan reaccionarios como los movimientos de ultraderecha que han ganado presencia y votos. Ahora, defender el statu quo –una característica del conservador de antaño– es visto como algo de centro o, incluso, de izquierda. La realidad es que muchos países se mueven en diferentes rangos de la derecha. De esta manera, la izquierda sale completamente de las opciones para los electores y es muy sencillo demonizarla o hacerla parecer absurda. El mal menor, en este escenario, es una versión hiperbolizada de la misma receta que es asumida como un riesgo sistémico para el país y, por lo tanto, indefendible, sobre todo para las clases populares vapuleadas una y otra vez por el poder político y económico. A partir de esta construcción nos dirigimos a futuros próximos cada vez más peligrosos.
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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).