Disfrutes Cotidianos

Tachas 555 • Los que se quedan: Transformar la remanencia • Fernando Cuevas

The Holdovers, EU, 2023

Fernando Cuevas

 

Personas distintas que deambulan por las instituciones educativas sin ser percibidas o poco queridas por el resto, generando indiferencia o de plano rechazo por sus actitudes: pueden ser docentes, estudiantes o personal de apoyo. Cargan con sus propias dificultades que solo ellas conocen y se comportan en función de esta lógica: se aíslan o refuerzan esas manifestaciones conflictivas o confrontativas con el resto. Pueden incluso despreciarse entre sí o bien reconocerse en quienes padecen similares etiquetas y avanzar un poco en la comprensión de los demás.

Con sensible y puntilloso guion de David Hemingson, Alexander Payne (Los descendientes, 2011; Ruth, una chica sorprendente, 1996); regresa en plena forma, tras el resbalón de Pequeña gran vida (2017), con personajes entrañables en situación de soledad afectiva y sobreviviendo a sus conflictos internos, vía Los que se quedan (The Holdovers, EU, 2023), retrato de tres seres que por azares del destino vacacional terminan coincidiendo en una situación particular para poner a prueba su capacidad de comprensión hacia los demás y dejar en pausa, al menos un par de semanas, los obstáculos que les impiden redescubrirse más allá de sus problemas personales y de las rutinas a las que se encuentran sometidos en un instituto: un antipático y convencido docente, un alumno conflictivo y una contenida encargada de la cocina.

En las fiestas decembrinas el colegio se queda vacío, salvo por cinco alumnos que no pueden irse con sus familiares, la encargada de la cocina y un insufrible profesor de historia grecolatina que debe quedarse -además de no tener a dónde ir- para cuidar a los jóvenes: tras conseguir permiso para irse, un chico mormón, uno de ascendencia coreana que extrañaba mucho a su familia, un greñudo rebelde, quarterback del equipo colegial, y otro más con tendencia a molestar, logran irse, dejando al trío protagónico solo y con un par de largas semanas por delante, interrumpidas por alguna visita del conserje, una travesura nomás para fastidiar, un programa televisivo y unos tragos que hagan más llevadera la que parece una interminable estancia.

Parte de la fuerza de la película se deposita en el notable desarrollo de personajes, potenciado por las brillantes interpretaciones: Paul Giamatti, quien vuelve a trabajar con el realizador tras la desencantada Entre copas (2004), encarna con natural convicción a un profesor que no le cae bien a nadie -director, colegas y alumnos incluidos-, víctima de burlas por ser bizco, soberbio en casi todo momento, todavía con la idea del desprecio como estrategia para formar, regodearse en la reprobación como confirmación personal y entregado por completo a la institución, no necesariamente por elección; limitado para las relaciones sociales, padece el síndrome del maestro que cree que en todo momento y en cualquier conversación debe dar clase, en lugar de conversar. Eso sí, con prácticas docentes incorruptibles, por más donador que se trate el padre del alumno flojo.

Por su parte, el debutante Dominic Sessa se apropia del rol del estudiante varias veces corrido de otras instituciones, con problemas de conducta y en conflictos parentales que tiene un pie en la escuela militar: o sea, un joven inteligente y normal. Complementa el trío Da’Vine Joy Randolph en el papel de una madre en pleno dolor contenido por la muerte de su hijo que se encarga de la cocina y se mueve a partir de una lógica práctica y de atención a lo que sucede alrededor: funge aquí como el componente mediador del vínculo que se va tejiendo.

Entre ciertos paralelismos con Lección de honor (Hoffman, 2002) y Una lección de vida (Figgis, 1994), y volviendo al ambiente escolar tras La trampa (Election, 1999), el director de Las confesiones del Sr. Schmidt (2002) consigue insertar un fino humor realista en este entramado relacional que va evolucionando en la cotidianidad dentro del campus y en la escapada a Boston, donde hay sendos reencuentros con sus pasados y en una fiesta a la que asisten los tres, invitados por una compañera del colegio (Carrie Preston), se abre el espacio para la catarsis por la pérdida, algún posible encuentro romántico o la decepción inmediata. Por común acuerdo, todo queda entre ellos.

El contexto amplio se presenta e influye de maneras diversas: es 1970 en Nueva Inglaterra y el fin de los sueños sesenteros; la guerra de Vietnam en fase terminal con sus trágicas consecuencias y Nixon ocupa la silla presidencial: tanto el diseño de producción como la fotografía, con esos zooms y desplazamientos bruscos. contribuyen a inmiscuirnos en aquel tiempo, incluso desde la perspectiva estética del Hollywood rupturista de principios de los setentas, entre sonidos de folk, soft rock, soul y country que acompañan a un score de Mark Orton (Nebraska, 2013) entre melancólico y esperanzador, con Cat Stevens, Damien Jurado, The Temptations y The Allman Brothers, entre otros, fluyendo cual río que acompaña al campo nevado y solitario en espera de un arbolito navideño más o menos digno.

De una relación alumno-docente caracterizadas por el desprecio, el cinismo y la antipatía mutua, la convivencia forzada abre espació al cambio de tipo de vínculo, más parecido al de una tutoría, primero no deseada y después valorada en cierta forma, incluso trascendiendo a momentos de aprendizaje mutuo, de complicidad y de admiración, siempre con el balance de la astucia social de la jefa de cocina: la inteligencia y contextualidad del guion permiten que estas transiciones resulten completamente creíbles e incluso acompañadas por quienes somos testigos del desarrollo de los personajes.

Cuando todos se van, ellos se quedan y cuando están, parece que se fueron, a menos que provoquen problemas y llamen la atención por razones que la cultura institucional no considera las mejores. Vale más quedarse sin ninguno de los guantes y aprender a construir nuevas formas de relacionarse y mostrar genuino interés por el otro: incidir constructivamente en el futuro del alumno y preocuparse por el bienestar del docente; comprender el dolor ajeno que causa la muerte de un hijo y darse la oportunidad de ser agradecido. Unas vacaciones de las que no se esperaba nada. Quedarse sin seguir siendo un mero saldo o irse para transformar el sentido de remanencia.

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