Mujeres entre páginas

Tachas 556 • Esther Seligson, el ímpetu en la conciencia crítica • Beatriz Saavedra Gastélum

Esther Seligson

Beatriz Saavedra Gastélum

 

Amo las paradojas, la turbulencia del anhelo, de la libertad, de los desafíos del Absoluto, y preñada voy de esa sed que me consume y que cuántas veces no me han reprochado sólo pasa en tu cabeza escribe Esther Seligson en Todo aquí es polvo, su transitar entre la retrospección y la introspección. Evoca los movimientos de una danza: viva, vertiginosa o vulnerable, de igual modo que su espíritu siempre evocó un entramado de sinuosos nervios e ímpetus diversos -frente al umbral de su fuerza y de su espiritualidad-, pero también podía existir en lo flexible y ondulante de sus frases largas, tan tortuosas como las serpientes de Cioran.

Seligson caminaba libremente en la literatura, como en las ideas. No temía explorar en el eclecticismo intelectual o religioso. Convocó al mismo tiempo, en sus textos, la Torah que los sabios tibetanos, los evangelios o los signos astrológicos. Maestra del Tarot, tenía rúbricas de bruja y de adivina; y como poeta, poco le preocupaba tomar la dirección necesaria que la condujera a ver más allá de las cosas o al otro lado de la realidad.

No le temía a la muerte sino a lo que muere, a la neutralidad afectiva, al insidioso silencio, al vivir en el disimulo. La muerte para ella era entrar en un mar infinitamente permeable o translúcido, existir sin dejar rastro, peregrina en divagaciones donde la muerte es la gran protagonista. En su etapa final se desprende de cosas terrenales y escoge la soledad errante y dice: hay que irse quitando quereres, porque sólo quien sí sabe, sabe lo que de soledad y de silencio implica la manifestación de la Palabra, el tejido de las sombras fugitivas, el arribo de ese estado de gracia que a veces es anuncio y otras, mero sobresalto de lo demasiado intenso, como escribiría San Juan de la Cruz.

Seligson trató de vivir con naturalidad la condición religiosa, de aceptarla en donde y como fuera, por eso se interesó en las disciplinas místicas, no pocas de ellas esotéricas, por ello su tránsito poético acontece a partir de esta cercanía espiritual de confección íntima, al igual que María Zambrano, quien ya había reflexionado sobre la confesión y el rescoldo y sobre la culpa que en ella existe. Y la culpa, después de 2000 años de cristianismo suele ser suficientemente perturbadora para los verdaderos creadores. Pero la poesía transforma la culpa, la revierte en no culpa, sino compromiso, materia íntima del ser y búsqueda de la existencia misma.

La exploración del vivir en el tiempo significa para Seligson vivir sin ataduras físicas ni espirituales, y el símbolo que une ambos planos es el del maná que se recibía diariamente. Así también lo señala Angelina Muñiz Huberman cuando se refiere a La morada en el tiempo como “un largo poema”. La suntuosidad del lenguaje, el gran número de imágenes que permean la prosa de aliento dilatado, interminable, el entablado de los fragmentos que no permite la continuidad de las tramas, la inclinación por la expresión interior, la ensoñación irrefutable por el tiempo histórico en bien del lenguaje mítico prensil, son las propiedades propias de la poesía, que sin duda centellean en toda la obra de Seligson.

De las preguntas que provienen del dolor, del miedo o el vacío, de la desesperanza incluso, cuando la respuesta anterior, si la había, ya no existe, la respuesta aparece a ordenar el caos. Tratar con la realidad poéticamente es hacerlo en forma de delirio, y en el principio era el delirio, la alucinación o el ensueño.  La realidad se presenta plenamente perceptible en sí misma, Seligson tiene la capacidad de mirar a su alrededor e integrar de manera tangible la existencia. La realidad está entonces llena de dioses diversos, como decía Tales de Mileto, es sagrada, y puede poseerle. Detrás de lo ominoso hay algo o alguien que puede poseerle. El temor y la esperanza son los dos estados propios del delirio, consecuencia de la persecución y de la gracia de ese algo que mira sin ser visto.

Seligson penetra en los ínferos más profundos del alma para descubrir lo sagrado y lo revela poéticamente. Entonces la poesía es entendida como el reencuentro con la palabra esencial, como el restablecimiento del nexo fundamental que nos une a las cosas y a nosotros mismos. Crítica, profunda, arriesgada, así para Esther Seligson la conciencia de búsqueda preside a la escritura.






***
Beatriz Saavedra Gastélum. Mexicana, a la fecha tiene 20 libros de poesía publicados y dos libro de ensayo. su obra ha sido incluida en gran número de antologías, revistas y periódicos nacionales y en el extranjero. Sus poemas se han traducido a Lenguas Indígenas, Francés, Inglés, Griego, chino y Alemán.  Dirige el taller de creación literaria “Alicia  Reyes” en la Capilla Alfonsina (INBAL). Dirige en el Museo de la Mujer, UNAM el Ciclo de conferencias “Poéticas de la inteligencia” y el ciclo Poesía en voz de sus autoras, Es Creadora y Directora del Festival Internacional La Mujer en las Letras, de la misma AcademiaEs codirectora de la Editorial Floricanto A.C., y Directora de La Casa Estudio de Crítica Literaria CDMX.

 

[Ir a la portada de Tachas 556]