INTENTOS DE AFINACIÓN
Tachas 559 • Insectos• Karla Gasca
Karla Gasca

Una ligera indisposición, un desvanecimiento, me impidió levantarme.
Franz Kafka La metamorfosis.
La mayoría de los insectos me parecen fascinantes. Su morfología y la manera en que se comunican entre sí mediante señales químicas, así como su capacidad para reorganizar recuerdos cuando se enfrentan a un nuevo problema me resulta maravilloso, a tal grado que en varios momentos he evaluado la posibilidad de estudiar entomología. Sin embargo, muy próxima a esa fascinación, he experimentado el miedo real de perder la cabeza por la aparición repentina de alguna plaga. A continuación comparto un par de experiencias muy cercanas a una pesadilla.
Blattella germánica
La primera vez que me independicé llegué a vivir al departamento que rentaba una amiga en la zona Centro de León. El lugar estaba amueblado; era amplio, luminoso y agradable. Aunque el edificio es viejo y algunos de los moradores parecían excéntricos, decidí quedarme principalmente porque la renta era accesible y estaba a solo tres cuadras de la oficina donde trabajaba.
Pronto noté un olor extraño que emanaba del departamento de junto. A las pocas semanas de mi llegada, un camión de la basura se estacionó frente al edificio. Así nos enteramos de que nuestra vecina de al lado era acumuladora y los renteros amenazaron con desalojarla si no dejaba limpio el departamento. Bolsas negras repletas de ropa, toppers, revistas, peluches y hasta comida, desfilaron escaleras abajo. Al día siguiente de la limpieza forzada, cientos o quizá miles de cucarachas alemanas, popularmente conocidas como Juanes o Tatasjuanes, se mudaron a nuestro departamento.
Los pequeños insectos alargados de color café claro y amarillo (algunos albinos) se instalaron rápidamente en lugares estratégicos: el quicio de la puerta (cada vez que la abríamos nos llovían pequeñas cucarachas), el módem, el librero, el baño, la estufa, el microondas y el refrigerador. No importaba el número de veces que limpiáramos o la cantidad de insecticida que usáramos en su contra, las cucarachas decidieron hacer de nuestro departamento su nuevo hogar. El rentero, que irónicamente vendía pesticidas en el piso de abajo, colocó una bomba de humo para ahuyentarlas, sin éxito. Una noche sentí que varias de ellas me caminaban por la cara y la cabeza. Desperté espantada, di un brinco afuera de la cama y sacudí las sábanas con fuerza, pero nada se manifestó.
Decidí irme de aquel departamento luego de encontrar a un par de cucarachas copulando en mi cepillo de dientes. La sensación de que me caminaban encima duró semanas, y a la fecha siento un gran repudio por esta especie.
Cimex lectularius
La primera vez que me fui a vivir a otra ciudad llegué al departamento que rentaban dos chicas feministas vegetarianas; también en la zona Centro, pero de Puebla. El lugar estaba amueblado; era amplio, luminoso y agradable. Al poco tiempo conseguí con un compañero del trabajo un colchón matrimonial y una base de madera. Acondicioné mi espacio con una mesa sencilla (también de madera), algunos dibujos sobre la pared, un par de plantas, y muy pronto me enamoré de mi habitación, aunque pasaba poco tiempo ahí. Trabajaba jornada completa en una dependencia de gobierno, así que la mayoría de las veces solo llegaba a dormir.
Una mañana desperté con ronchas en las manos y los pies. La comezón era insoportable. Intentaba no rascarme, pero era imposible; los zapatos me rozaban cada zona hinchada en donde sentía la picazón. Mis manos parecían piezas de Yayoi Kusama. Ese día hablé por teléfono con mi mamá y le conté de la urticaria. Sin expresar nada con claridad me pidió que, llegando al departamento por la noche, levantara la base de la cama y vertiera alcohol en las uniones. Hice caso. En cuanto las gotas de alcohol tocaron la madera, cinco, seis, doce chinches abominables, gordas, rellenas de mi sangre, salieron de su escondite. Rápidamente fui a la cocina, tomé un cuchillo para untar mantequilla y las maté una a una con odio, asco y terror.
Luego de aquel descubrimiento pasé varias noches sin dormir. Levanté la base de la cama, la fumigué a conciencia y la dejé en una esquina, lo más alejada posible de mí. Tomé el colchón, lo coloqué sobre el piso, lo fumigué y decidí que solo lo usaría cuando me sintiera muy pero muy cansada. Mi enemiga me obsesionó y leí cada artículo que encontraba en internet sobre chinches. Así me enteré, por ejemplo, que aborrecen la luz, así que la dejaba encendida por la noche. Por suerte las chinches (y las ronchas) desaparecieron unos días después de la fumigación, pero la picazón permaneció en mi mente por mucho más tiempo.
¿Qué plaga me espera en la próxima mudanza?, ¿de qué serán los huevecillos que se esconden entre los muebles?, ¿habrá larvas acumulando energía en los lugares oscuros y húmedos del que será mi próximo hogar? Frente a su inevitable presencia, me inclino a pensar lo contrario a lo que comúnmente se cree, es decir, que los insectos no son artífices de las peores calamidades, sino vaticinadores de buena fortuna. Quizá si me convenzo de ello podamos convivir en armonía, siempre y cuando se mantengan a raya.
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Karla E. Gasca (León, Guanajuato, 1988). Autora del libro de relatos breves: Turismo de Casas Imposibles (Los Otros Libros, 2023), (Ediciones Liliputienses, 2023). Algunos de sus cuentos figuran en las antologías: Para leerlos todos(2009), Poquito porque es bendito (2012), y Presencial, memoria del encuentro entre colectivos literarios del Seminario Amparán (2021). Becaria del PECDA Guanajuato (2022) en la categoría Jóvenes Creadores, dentro de la disciplina de Crónica. Becaria del programa Impulso a la Producción y Desarrollo Artístico y Cultural del ICL (2023) en la categoría de Literatura con el libro de crónicas: Nemi. Historias de una ciudad. Obtuvo el primer lugar en el Tercer Certamen de Cuento Corto de la Casa de la Cultura Efrén Hernández. Finalista del Premio Latex 2023 de microficción urbana (Editorial MOHO).