Tachas 564 • Desde el filo• Jeanne Karen
Jeanne Karen
En un mundo lleno de estímulos como en el que vivimos, realmente es difícil quedarnos sin temas, ya sea para escribir, para leer, para reflexionar o simplemente para ampliar nuestros conocimientos.
Estaba sumida en eso, en la tarea incesante de pensar, de sentir, de anotar; sin embargo, alrededor se gestaba algo mucho más importante: el impacto de la naturaleza, por lo menos el que tiene en la zona geográfica donde está mi hogar. Al ser un lugar árido, casi desértico, es poco común por ejemplo una nevada, pero no es raro un clima extremoso.
En fin, casi llegaba a la página en blanco, cuando de la nada surgen unas increíbles ráfagas de viento y levantaron la sombra que protege mis plantas del sol del mediodía, ese que está más alto y que todo lo toca, todo lo seca.
Salí al pequeño patio de mi casa, quería saber exactamente qué estaba sucediendo, cuando me asomé por la barda y ahí estaba la palmera del jardín comunitario, envuelta en la sombra parecía una altísima mujer despeinada con un vestido de noche; me llegó el asombro, luego la preocupación, aunque en ese momento ya casi oscurecía, me imaginé el problema que sería al día siguiente, sin la protección que brinda esa sombra a mis plantas, que para ser justa, debo decir que son una parte fundamental de mi vida: me dan tiempo a solas, frescura, aromas, belleza y tanta paz y tranquilidad.
Después de pensarlo, por fin pude darme a la tarea de resolver el asunto, comencé por subirme a una mesa y luego a una silla, para por fin alcanzar las escaleras que van a la azotea y poder trepar por la barda. Ya en el lugar, llegó la duda, siempre cruel y puntual, no sabía si finalmente tendría la fuerza para arrancar la malla del tronco, las espinas gruesas, cada vez las veía más filosas y terribles, esas hojas muertas eran como los hocicos abiertos de los caimanes.
Parada en el filo de la barda, una que apenas mide unos quince centímetros de ancho, a lo sumo, una nueva pasada de aire me sacudió de tal forma que ahí estaba yo, casi colgando de la sombra, con una fuerza que me sorprendió, y fue inevitable la sonrisa, esa sonrisa chueca que tengo cuando estoy naufragando. Dejé de ser para mí misma la imagen de una mujer o más bien de una mujer frágil, para convertirme en una especie de capitana, dirigiendo las velas, tomando amarras, soportando la violencia.
Cuando todo se calmó y pude poner los pies en tierra de nuevo, miré hacia arriba, preguntándome una y otra vez cómo hice en realidad para trepar así, para sostener una extensión tan grande de tela y doblegar la naturaleza solamente con mis manos.
Así pasa cuando escribo: tomo lo que hay, pero con todas mis fuerzas y con toda la voluntad, extiendo mi mente y domino las palabras. ¿Ustedes cómo lo hacen?
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Jeanne Karen (San Luis Potosí, México, 14 mayo 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Temas como la muerte, la introspección y la complejidad semántica en la comunicación en relación con el autismo y las ciencias exactas como las matemáticas y la física, influyen su trabajo en un debate casi ético. Premio estatal de poesía Viene la muerte cantando (1998) Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (1999), de Poesía Manuel José Othón (2002 y 2006) Premio de Periodismo Francisco de la Maza por Publicación o Programa de Difusión Cultural (2009).
Ha publicado los libros: Simulación dinámica (Bitácora de Vuelos, 2015), Cementerio de elefantes (Múltiples editoriales). Hollywood (Ponciano Arriaga), Menta (Ponciano Arriaga).
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