Es lo Cotidiano

El vino y las lágrimas

Gerzhaim Echevarría

El vino y las lágrimas

–Y heme aquí otra vez- dije,
simple, en la típica agonía de todos los días.

–Pero hoy no hay sino vino- responde mi interlocutora, sobria, preocupada. ¿Razón? La desconozco.

Pero no había sentido... nunca lo hubo. Era ilógico. Yo, un completo extraño entre extraños.

Dentro, una figura... alguien observando.
Rostros continuos de un silencio duradero, donde la voz existe.

–Vete- me pide con voz sombría y entrecortada.
Asciendo entonces a la cúpula de un espejo.

Curo mis lamentos con heridas. Me permito existir, al menos, por un instante en este mundo
donde todo está marchito.

Subo al sitio en el cual deseo crearme, a través de escaleras de piedra y carne, cubiertas
con el rojo fulgor de los recuerdos. El mundo donde sólo habitan niños jugueteando,
me ven y me señalan, gritando:

–¡Mira, el hombre de rostro inmutable!
–¡El hombre sin ojos!
–¡El hombre que no distingue bien ni mal!

Y ríen mientras corren en las escaleras, felices, en tanto yo observo el
mundo que está
fuera de mí.
Miro sus torres, sus parques y sus casas, miro a sus gentes
y no veo nada.
Nadie mira más allá de sí, y yo sólo me limito a verlos.
No debo hacer nada más.

Y así, tras mi estadía, desciendo a la estéril cofradía de emociones marchitas que es este mundo.

Mas ahora hay un cambio. Una figura arcana, conocida a mi sensación.
Es el hombre tras la puerta, y su mujer.
Muertos, pero de pie,
mirándome.

Él levanta una copa
Y me ofrece el vino.
–Bebe y calma tu sed.

Son lágrimas.
Un último despojo de
emoción.

Una liberación.

Por desgracia, no debo hacer nada más.