Gastronomía

Tachas 587 • La Sobriedad De Los Nahuas • Salvador Novo

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Salvador Novo

 

Los Nahuas eran sobrios. El Códice Mendocino nos revela cuál era la alimentación de los niños: a partir de los tres años de edad, media tortilla al día; a los cuatro y los cinco, una tortilla entera; de los seis a los doce, una tortilla y media. Desde los trece años, dos tortillas. Que así haya sido por disciplina hasta antes de la llegada de los españoles, tiene menos de asombroso que el triste hecho de que todos estos siglos después, ya no por disciplina ni educación, sino por escueta miseria, la alimentación de muchos niños indígenas no sea más abundante ni variada. 

¿Debemos, empero, condolemos de esta hereditaria austeridad alimenticia de nuestros indígenas? Los dietólogos modernos aconsejan enriquecer la nutrición de los mexicanos con las proteínas que sentencian indispensables; con las vitaminas que ingeridas en cápsulas, son hoy el "complemento alimenticio" obligado a que recurren los hombres sobrealimentados de las ciudades. Pero los nahuas: su reciedumbre, su salud, su perduración a través de los siglos, no ha necesitado de tales arbitrios. 

La redondez de una tortilla podía equivaler a la carátula del reloj, fragmentarse en cuartos para avanzar las veinticuatro horas nuestras del día de un mexícatl. Ningún desayuno. En la frescura del alba: al canto ritual de los pájaros que saludaran la reaparición de Tonatiuh, el macehualli, reciamente desnudo excepto por el maxtle, saltaría del pétlatl, ataría sus cactli, se cubriría con su tilmatli e iría a iniciar sus labores del campo; desflorar con la coa la tierra, eyacular en ella el grano de la mazorca vuelta rosario en pétalos desgajados por la mano de su mujer. Cuando el sol calentaba, una pausa: el "coffee break" de los macehualtin modernos en sus rascacielos, en sus oficinas; la xicalli de atolli sorbido a tragos lentos, sentado en cuclillas al borde de la sementera, de la milpa futura. 

La mujer permanecía en el hogar. Barría. Barrer era un rito. Coatlicue concibió a Huitzilopochtli mientras barría. Mientras barría el templo, Moteuhczoma fue elegido Tlatoani. Los viejos la habían instruido, la habían exhortado: "Mira, hija, que de noche te levantes y veles, y te pongas en cruz; echa de ti presto la ropa, lávate la cara, lávate las manos, lávate la boca, toma de presto la escoba para barrer, barre con diligencia, no te estés perezosa en la cama; levántate a lavar las bocas a los dioses y a ofrecerles incienso, y mira no dejes esto por pereza, que con estas cosas demandamos a dios y clamamos a dios, para, que nos dé lo que cumple." 

"Hecho esto comienza luego a hacer lo que es de tu oficio, o hacer cacao, o moler el maíz, o a hilar, o a tejer; mira que aprendas muy bien cómo se hace la comida y bebida, para que sea bien hecha; aprende muy bien a hacer la buena comida y buena bebida, que se llama comer y beber delicado para lo señores, y a sólo ellos se da, y por esto se llama tetónal tlatocatlacualli tlatocaatl, que quiere decir comida y bebida delicada, que sólo a los señores y generosos les conviene; y mira que con mucha diligencia y con toda curiosidad y aviso aprendas cómo se hace esta comida y bebida, que por esta vía serás honrada y amada y enriquecida, dondequiera que dios te diere la suerte de tu casamiento." 

El maíz se había reblandecido toda la noche en un barreño, en el agua con tequesquitl. Ahora la mujer lo molería —como Quilaztli, la germinadora. molió los huesos del padre de Quetzalcóatl— en el metatl. Bajaría con el metlapil las oleadas del nixtamal —espuma blanquísima deslizada sobre el mar negro y firme del metatl— una y otra vez, hasta la tersura, mientras la leña chisporroteaba en el tlecuil, bajo el comalli. Luego, con las pequeñas manos húmedas, cogería el testal para irlo engrandeciendo a palmadas rítmicas, adelgazando, redondeando hasta la tortilla perfecta que acostar, como a un recién nacido, sobre el comalli sostenido en alto en tres piedras rituales por Xiuhtecuhtli, por el dios viejo del fuego. 

La tortilla se inflaría como si hubiera cobrado vida, como si quisiera volar, ascender; como si Ehécatl la hubiera insuflado. Era el momento de retirarla dulcemente del comalli; cuando ya tuviera, sobre la carne de nuestra carne, de nuestro sustento, una otra delicada epidermis. El momento de ponerlas una sobre otra, como otros tantos pétalos de una flor comestible, en el tenate. 

Hasta el campo llegaba la mujer con su quimilli, con su itácatl. La comida formal y fuerte del día: las tortillas, el chile, un tamalli acaso con frijoles adentro, unos nopales. Y agua. Por la noche, acaso, unos sorbos de atolli. 

Pensemos en el nopal. Abordemos la contemplación de esta extraña planta del desierto, que parece saludar al caminante, o indicarle la ruta. Ha nacido no se sabe cómo: asomando sus manos planas, su rostro oval y chato del que brota uno más, y otro de éste, y otro. Todos defendidos por agudas espinas geométricamente instaladas en sus hojas gruesas y empero tersas bajo la agresión de sus múltiples agujas. 

Nadie la riega, nadie la cultiva. Sorbe jugos vitales de la tierra más seca, de la piedra que lo entroniza. Y un buen día, de esas manos anchas y planas brotan pequeños dedos rojos: las tunas —tenochtli—, rojas como el corazón de los hombres; abrigadas, envueltas en la corteza que repite en pequeño, como una tenue rima, la geometría hostil de las espinas de su cuna, de su sostén. 

Recordémoslo: la tribu se hallaba ya acampada en Chapultépec cuando el joven Cópil, hijo de la hechicera Malinalli, llegó en busca de su tío Huitzilopochtli para matarlo en, venganza porque en la peregrinación, el dios había abandonado a su hermana. Pero Cópil fue el muerto. 'Y su rencoroso corazón, arrojado a las aguas profundas de la laguna. 

Ahí germinó, nació, creció. Asumió la forma de un nopal coronado por tunas. Cópil quiere decir diadema, corona. Cuando el sacerdote descubrió al águila, símbolo del guerrero y del Sol, posada en triunfo sobre el corazón transformado de Cópil, allí encontró la tribu asiento perenne, allí fue fundada la ciudad. Y el nopal ingresó en la heráldica —y en la dieta, simbólica y real, de los mexicanos. 

Desollar los nopales para comer su carne: vencer el reto de sus espinas: sortear el ataque embozado, menudo de los ahuauhtli que defienden la pulpa dulce, jugosa de las tunas —son hazañas de un pueblo no sólo hambriento, sino ingenioso; no sólo frugívoro, sino arrojado. Y quirúrgico. Si no lo demostrara suficientemente la destreza con que mondaban a los prójimos en la hermosa ceremonia del tlacaxipehualiztli, bastaría a revelarlo la pericia con que los mexicas se lanzaron a comerse esa tuna y ese nopal —sin espinarse la mano. O... aunque se la espinaran. 

Junto al nopal heráldico, otra planta desértica de mil benéficos empleos perfila el paisaje mexicano: el maguey — metí por su auténtico nombre náhuatl. "Los magueyes hacen gimnasia sueca de quinientos en fondo". El poeta (yo) vio así las filas interminables de un magueyal; sus hojas abiertas como manos de muchos dedos terminados en la punta durísima que los sacerdotes se procuraban a la media noche para punzar sus carnes —y las amas de casa para bordar y coser con finas agujas. 

Tiene el maguey su deidad protectora: Mayahuel, diosa del pulque. La leyenda le atribuye el talento de haber punzado el corazón de este agave en que su figura aparece sentada, para que en el cuenco manara la sangre blanca del anecuhtli —aguamiel, neutle— que una vez fermentada, produce el octli o pulque. El descubrimiento de esta bebida alimenticia: la elaboración del licor cuyo consumo se reservaba a los ancianos, es contemporáneo de la caída de Tula (c. 1057) y los poemas la relacionan con la embriaguez que pierde a Quetzalcóatl. 

Independientemente de los muchos empleos que el mundo prehispánico dio al maguey (papel, amatl de su corteza; fibra sacada de sus pencas para innúmeros usos: hilos, cordeles, mantas; como emplastos medicinales, como tejas en los techos), las pencas alojan a los meocuili o gusanos comestibles de maguey, que son deliciosos tostados con guacamole y en taco o en mexiote. Y el maguey rinde su principal producto en el aguamiel, el pulque y la miel de maguey, que es aguamiel evaporada antes de fermentar la sacarosa que aquélla contiene en un 3 a 85. Mientras los mexicanos no dispusieron de la caña de azúcar, la miel de maguey endulzó sus tamales, atoles y chocolates. Les era tan preciosa que Tenochtitlan recibía en tributo, cada 80 días de su año fiscal, 2,512 cántaros de la miel elaborada en las regiones ricas en magueyes. 

Asentados ya en Tenochtitlan, la laguna brindó a los mexicas una rica provisión de proteínas: el caviar del ahuauhtli, los acociles, los charales, los juiles. Y las ranas, los patos, gallaretas, apipizcas. Las chinampas empezaron a producir legumbres —quilitl—, el tomate a proclamar la rubicundez, la gordura que le da nombre: tomad, "cierta fruta que sirve de agraz en los guisados o salsas": "tomahua. engordar o crecer, o pararse gordo"; "tomahuac, cosa gorda, gruesa o corpulenta" "tomahuacayotl (condición o cualidad de tomate), gordura o corpulencia" (Molina); y la combinación de tomates y quelites y chiles en moles —jugos ultravitamínicos exprimidos en el molcáxitl. 

La ignorancia o la falta de grasas excluía de la cocina mexica las frituras y reducía sus técnicas al cocimiento, el asado —o el consumo en crudo de verduras y frutas. Las frituras, que convierten la digestión en un proceso heroico y difícil; las grasas, que crean adiposidades y precipitan el colesterol en las arterias para asestar a los glotones occidentales —nunca a los sobrios indígenas— infartos y trombosis. 

¿Qué intuición, qué genio de la raza aconsejo a los nahuas la alquimia que sólo la química moderna ha valorizado: la que por la ósmosis de la cal en el maíz, cuya pulpa se libra en el proceso de los ollejos de indigerible celulosa, rinde un alimento totalmente asimilable y al cual debieron los mexicas la perfecta calcificación de sus huesos y dientes?

Era ciertamente parca la dieta de aquella raza; y asombrosa la agilidad, fortaleza, reciedumbre de aquellos caminantes infatigables; de aquellos viejos que alcanzaban longevidades increíbles, dueños aún de todas sus facultades físicas y mentales: de su dentadura firme, blanquísima y completa; de su pelo recio, lacio, negro y brillante, instalado ahí donde debiera quedarse, sin el atropello que inflige a otras razas cuando aparece en el rostro, obliga a la monserga de la depilación facial y empieza a desplazarse, afeándolos, hacia el pecho y los hombros: abandona la frente, instaura por compensación la calvicie, encanece... 

Ya hemos visto la dieta de los macehuales. Los señores, ciertamente, no comían tan escueta ni limitadamente. Los informantes comunicaron a Sahagún la amplia Carta que él copió en el capítulo en que nos habla "De las Comidas que usaban los Señores"[1].

Pero las grandes comidas o banquetes celebraban fechas u ocasiones especiales. Los mercaderes —pochtecas— procedían como sus descendientes lejanos de hoy: esto es: los impulsaba a organizar una fiesta lo mismo que hoy nos mueve a ofrecerla: presumir de ricos; darse lustre; quedar bien. Y había —como hoy— que planearla correctamente: hacer a tiempo las invitaciones (nuestro RSVP) ; contratar a los músicos; y por fin, disponer los arreglos florales de la casa, el servicio de bar, los cigarrillos a mano y los meseros en orden[2]

Otros banquetes se adornaban con mayor ceremonia. Notemos particularmente, en su descripción, el párrafo relativo a la ingestión de los honguillos negros y alucinantes[3].

 



 

 

 

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Salvador Novo 
(CDMX, 1904 – 1974) fue un poeta, ensayista, dramaturgo e historiador mexicano, miembro del grupo «Los Contemporáneos» y de la Academia Mexicana de la Lengua. Su característica principal, como autor, fue su prosa hábil, rápida, así como su picardía al escribir. Carlos Monsiváis dijo de él que era «el homosexual belicosamente reconocido y asumido en épocas de afirmación despiadada del machismo». 


 

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[1]    Véala el lector en la página 167 de la Carta de Textos gastronómicos aludidos o considerados en la Minuta, los capítulos en que se trata por extenso este tema. 

[2]    Vea el lector la "etiqueta" o ceremonial de estos banquetes, en la página 170 de la Carta de Textos.

[3]    Véase en la página 171 de la Carta de Textos.