Ensayo

Tachas 624 • El Paisaje Sonoro Natural • Raymond Murray Schafer

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Raymond Murray Schafer

 

(Fragmento)

 

Las voces del mar ¿Cuál fue el sonido primigenio? La caricia de las aguas. Para Proust [1871-1 922] el mar era «el quejumbroso antepasado de la Tierra en busca de su agitación lunática e inmemorial, como en los tiempos en los que no había ningún ser vivo»[1]. Los mitos griegos cuentan cómo el hombre emergió del piélago: «Algunos dicen que cuantos dioses y seres vivos existieron tuvieron su origen en el flujo de Océano que ciñe al mundo y que Tetis fue la madre de todos sus hijos»[2].

El océano de nuestros antepasados tiene su correspondencia en el acuoso vientre de nuestra madre. Ambos son químicamente afines. El Océano y la Madre. En el sombrío líquido oceánico, las incesantes masas de agua rozaron al primer oído sónar. Como el oído del feto dando vueltas en su líquido amniótico, aquél también se afina con arreglo al borboteo del regazo marino. Antes del sonido de las olas fue la resonancia submarina del mar. Pero entonces,

las aguas comenzaron poco a poco a agitarse y, con ellas, el gran pez y las criaturas escamosas se penurbaron; y las olas comenzaron a doblar su altura; y las criaturas de las aguas fueron presas del pánico; y, a medida que las formidables olas se precipitaban a pares, el bramido del océano iba creciendo; y, azotada con furia, la espuma se alzó formando guirnaldas; y el gran océano abrió sus profundidades; y las aguas se precipitaron de acá para allá, y las furiosas crestas de sus olas alcanzaron esto y aquello[3]

 

Las olas convertidas en espuma azotaban las rocas mientras el primer anfibio emergía del mar. Y aunque alguna que otra vez éste pueda dar la espalda a las olas, nunca escapará a su encantamiento atávico: «El hombre sabio se deleita con el agua», dice Lao Zi [ca. s. IV a. de C.]. Todos los caminos del hombre conducen al agua. Es el fundamento del paisaje sonoro primordial y, por añadidura, el sonido que, por encima del resto, nos ofrece un mayor gozo en su multitud de transformaciones. 

En Oostende la playa es ancha, con una pendiente que conduce hasta los hoteles de manera que, al estar de pie allí, uno tiene la impresión de que, en lontananza, el mar está por encima de la playa, y que, antes o después, todo se desvanecerá suavemente en el olvido en razón de una ola gigantesca. Todo lo contrario sucede en Trieste, en el Adriático, donde las montañas se abalanzan sobre el océano con una energía angular, y los furiosos puños de las olas rebotan ruidosamente como pelotas de goma. En Oostende el nexo de la tierra resulta tan suave a la vista como al oído. 

No hay rocas sobre las que sentarse en Oostende, así que uno camina a lo largo de varios kilómetros: hacia el sur, con las olas en el oído derecho; hacia el norte, con las olas en el oído izquierdo, colmando nuestra conciencia atávica con la vibración de alta frecuencia del agua. Todos los caminos conducen al agua. Si se les diera la oportunidad, probablemente todos los hombres vivirían a orillas del agua, allá donde día y noche sus humores estuviesen al alcance del oído. Si nos alejamos de ella, es solo para retornar a ella. 

Día tras día uno camina a lo largo de la playa escuchando atentamente el indolente chapoteo de las pequeñas olas; después, el paulatino crescendo en la fuerza de sus avanzadas, y, al fin, la guerra organizada de las olas. Es preciso ralentizar la mente a fin de captar las innúmeras transformaciones del agua, sobre la arena o sobre el esquisto, contra los maderos que flotan a la deriva en el mar o contra el malecón. Cada gota tintinea en un tono diferente; cada ola establece una filtración diferente para el inagotable suministro de ruido blanco. Sonidos discontinuos o continuos, en el mar ambos se funden en una unidad primordial. Muchos son los ritmos del mar: el infrabiológico, pues el agua cambia el tono y el timbre más velozmente que la capacidad de resolución del oído para alcanzar semejantes cambios; el biológico, ya que las olas riman con las pautas del corazón y el pulmón, y las mareas con la noche y el día; el suprabiológico, la perpetua y eterna presencia del agua. «Te mostraré las dimensiones del rumoroso mar», dice Hesíodo en Trabajos y días.

 


 

 

 

 

Fragmento cedido para promoción por los editores del libro The Tuning of the World. A Pionming Exploration into the Past History and Present State of the Most Neglected Aspect of Our Environment: The Soundscape. Raymond Murray Schafer. Traducción: Vanesa G. Cazorla. Editorial INTERMEDIO. 2013, Barcelona.  




 

 

 

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Raymond Murray Schafer (Canadá, 1933 - 2021) Su primerísima exposición a la música fueron las lecciones de piano, que inició a los seis años de edad por insistencia de su madre. A pesar de que, en general, detestaba estas lecciones, perseveró el tiempo suficiente para obtener una Licenciatura en Piano del Royal Schools of Music (su único certificado de música formal). Una experiencia mucho más significativa para él fue su participación en el coro de una iglesia anglicana local, lo cual le despertó un interés de por vida en la composición de música coral. A los quince años comenzó sus lecciones de teoría con el renombrado (y controvertido) compositor y profesor canadiense, John Weinzweig, con quien continuó durante su paso por la secundaria y sus dos años en el Real Conservatorio de Música y en la Universidad de Toronto. Después de una expulsión abrupta de esa universidad (al haberse negado a disculparse por su “comportamiento maleducado” con cierta autoridad), Schafer partió a Austria para estudiar música en la Academia de Viena y viajó por Europa oriental, donde conoció a Kodaly y conoció la música típica de Hungría y Rumania.  

Luego de un breve regreso a Canadá, Schafer viajó a Londres, donde estudió composición con Peter Racine Fricker. En 1961, retornó a Toronto y trabajó en la filial local del Centro de Música Canadiense, donde catalogaba y duplicaba partituras de compositores canadienses contemporáneos. Insatisfecho con el escenario musical de la ciudad, Schafer se unió con varios compañeros compositores y juntos formaron el influyente ciclo de Ten Centuries Concerts, diseñado para exponer al público a la música del siglo XI hasta el siglo XX que había sido olvidada.

Luego de un período de dos años como artista residente de la Universidad Memorial en San Juan de Terranova, Schafer comenzó a trabajar en la facultad de la Universidad Simon Fraser, recientemente establecida en Columbia Británica. Fue miembro fundador del Centre for the Study of Communications and the Arts, una organización diseñada para romper las barreras entre el arte y la ciencia. Durante los diez años que trabajó en la universidad, Schafer adquirió reconocimiento nacional como compositor a través de presentaciones en los festivales de Tanglewood y Aldeburgh y de sus composiciones por encargo para importantes orquestas canadienses. Desarrolló el campo de los estudios sobre paisajes sonoros y obtuvo renombre internacional por sus artículos sobre educación musical.

En 1975, Schafer renunció a su trabajo en la Simon Fraser y se mudó a una casa de campo abandonada, en la zona rural de Ontario, esperando vivir de la composición y aceptando, en muchas oportunidades, el cargo de profesor invitado. Entre uno y otro trabajo por encargo, dedicó buena parte de su energía compositiva a su obra, Patria, un extenso ciclo dramático/musical dividido en doce partes. En 1984 abandonó Ontario por St. Gallen, Suiza. Allí permaneció dos años para luego retornar a Toronto y, de nuevo, a la Ontario rural. Desde su regreso a Canadá, ha estado realizando numerosas composiciones corales e instrumentales por encargo a nivel nacional e internacional. Es invitado frecuentemente como conferencista y educador en Canadá y otras partes del mundo; América del Sur y Asia, en particular. Se ha centrado principalmente en completar y producir el ciclo Patria, varias de cuyas partes han sido ya presentadas en Canadá y en el mundo. Schafer continúa recibiendo el reconocimiento de su país natal. Cabe mencionar las celebraciones nacionales en conmemoración de sus 70 y 75 cumpleaños.




 

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[1]      Marcel Proust: A la recherche du temps perdu, Sodome et Gomorrhe, París: Gallimard, Bibliotheque de la Pléiade, p. 1012. (Existe trad. cast.: En busca del tiempo perdido, Sodoma y Gomorra, Madrid: Alianu, 2011.) 

[2]      Robert Graves: 1he Greek Myths, Nueva York: s. n., 1955, p. 30. (Existe trad. cast.: Los mitos griegos, Madrid: Alianu, 2011.) 

[3]      « lhe Questions of King Milinda• (trad. ingl. Rhys Davids), en 1he Sacred Books of the East, vol. xxxv, Oxford: s. n., 1890, p. 175.