Adiós a la ingenuidad

“…necesitamos tener información clara, transparente, confiable, dar un valor social a la función de gobernar, y que los gobernantes y quienes asumen tareas en las instituciones del Estado, asuman el compromiso de cumplir y hacer cumplir la Ley y sus mandatos…


Termina el sexenio de Enrique Peña Nieto y el de Miguel Márquez. En el modelo político vigente son días de giras de trabajo, de entrega de obras, de inauguraciones, de declaraciones de banqueta poco pensadas, en donde también sus colaboradores se pintan solos para declarar cualquier cosa que los exima y que le cubra la espalda de quienes dejan el mandato de gobernar en fecha próxima.

Pero también son tiempos de silencio, de callar, de omitir, de declarar para no decir nada, de un juego de palabras, que incluye  excusas y usa argumentos simples o bien días de anuncios con información parcial o incompleta, esto, como parte del llamado año de “Hidalgo” y que se fusiona con una retórica triunfalista,  esa que lo que busca es querer pasar a la historia y ser recordado como un ser casi mítico, al  le dediquen en unos meses o años, plazas, calles, parques y todo lo que pueda ser nombrado como parte de la heráldica de las comisiones de nomenclatura en los gobiernos que tienen a bien bautizar y rebautizar todo lo que se pueda con insignes nombres.

Sin embargo por ahora queda en la percepción en la sociedad, una sensación de desazón, de intranquilidad, como con un sabor amargo en la boca y con un tufo de putrefacción en la nariz que empaña lo realizado, porque sin duda, se hacen cosas en los gobiernos. Parece injusto este reclamo subjetivo y percepción desde la lógica del poder y desde los discursos partidistas de sus representantes al frente del gobierno, uno priista, otro panista, uno federal y otro estatal, en donde todos quieren ser los mejores, los más eficientes, los más trabajadores y hasta los más patriotas.

La sensación es que siguen los golpes bajos para todos, hay un divorcio entre lo que se dice y lo que pasa. Reformas estructurales que no dan resultados, pese a lo dicho en el sexto informe del aún presidente de México y también de lo presentado de forma adelantada como informe de fin de sexenio por el actual gobernador de Guanajuato. Promesas cumplidas para el desarrollo social y económico, ofertas y compromisos efectivos para logar tener paz y seguridad, obligaciones de transparencia y rendición de cuentas, son parte de los faltantes en materia de buen gobierno.

Las excusas salen por doquier, juegan con los medios de comunicación para salirse con la suya en relación a la respuesta solicitada, y se cae en verdaderas piezas discursivas de lo que hoy se le llama posverdad y en las que aparecen verdades a medias y medias mentiras. Matices, intenciones, propósitos que se transfiguran en un juego mediático, que se mueve entre opiniones personales e información oficial, entre puntos de vista y resultados, entre demagogia y realidad.

Hoy por ejemplo sería deseable que todos los funcionarios públicos de primer nivel, en los tres niveles de gobierno, los que salen y los que entran y los que continúan, deberían presentar la información de manera pública y con la máxima publicidad posible sobre su patrimonio, sus declaraciones de impuestos y sus posibles conflictos de intereses, en este último punto, con una precisa meticulosidad, para saber a qué se van a dedicar quienes  terminan sus mandato por ley, y de quienes seguramente buscaran acomodarse dentro del sector público o en el sector privado. En ambos casos, es relevante conocer los vínculos y compromisos adquiridos durante el tiempo de ejercicio de la función pública y evitar el uso de sus relaciones personales, o del uso de información clasificada o estratégica para su beneficio o para empresas e intereses en las que trabajarían en el futuro.

Adiós a la ingenuidad, necesitamos tener información clara, transparente, confiable, dar un valor social a la función de gobernar, y que los gobernantes y quienes asumen tareas en las instituciones del Estado, asuman el compromiso de cumplir y hacer cumplir la Ley y sus mandatos.

Son tiempos para fincar una nueva y sana relación con las instituciones del Estado. Es tiempo de retomar una comunicación social efectiva entre gobierno y sociedad, además de operar con los principios de transparencia, de rendición de cuentas, que junto con la libertad de prensa, la libertad de asociación y una nueva cultura de participación ciudadana, den el marco para crear y construir una democracia que vaya más allá de lo electoral y de la simulación gubernamental.

El país puede ser mejor, sin duda. La calidad de vida tiene que mejorar, al igual que la calidad y el acceso a los servicios de salud, educación, a los servicios básicos (agua, electricidad, vivienda, drenaje y seguridad pública). Debemos tener un real sistema de procuración y administración de justicia y se tienen que priorizar los problemas y jerarquizar las acciones de gobierno, si es que se quiere cambiar y transformar lo que nos daña, nos lastima y nos duele. Oero al mismo tiempo se requiere valorar, impulsar, desarrollar todo aquello que nos nutre, que nos da esperanza y nos anima a impulsar cambios y verdaderas transformaciones sociales, políticas y culturales. Por lo pronto, los nuevos gobiernos –federal, estatal y municipal- y sus integrantes, deberán entender a la brevedad, que la sociedad a la que deben servir, ha empezado a decirle adiós a la ingenuidad.