martes. 24.06.2025
El Tiempo

Adioses • Arturo Mora Alva

“Cada persona tiene una historia, un origen y un sentido, por desconocido que nos parezca…”

Adioses • Arturo Mora Alva

No hay cicatriz, por brutal que parezca, que no encierre belleza. Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor. Pero también su fin. Las cicatrices, pues, son las costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos. La forma que el tiempo encuentra de que nunca olvidemos las heridas.
Piedad Bonnett

El pasado es valioso porque las emociones nunca se comprenden en su momento.
Virginia Woolf

Ha pasado el Día de Muertos de este 2021. Quienes han muerto son muchos, demasiados, y por situaciones que se hubieran podido evitar. Si una vida que se va duele profundamente a sus deudos, el pensar en los cientos de miles de muertos en México y en los millones en el mundo en los dos últimos años, nos abre la posibilidad de sentir la muerte -cerquita- y de apreciar la vida de forma especial, sobre todo en estos tiempos que corren de prisa, más alocados y cada vez más absurdos.

Cada persona tiene una historia, un origen y un sentido, por desconocido que nos parezca. La vida toma su impulso con lo que vamos sintiendo, recordando con el sentido y significado que damos a lo compartido aun con las personas que se ausentan de tajo de nuestro entorno.

Cabe decir que pese a los intentos de nombrar esta condición, no existe una palabra ni expresión que recoja el estado en que queda una persona cuando pierde a un hijo o a una hija; el dolor se hace innombrable pese a los esfuerzos de la Real Academia Española de ponerle una palabra a lo indescifrable del dolor que se siente.

En días pasados, una persona a la que quiero mucho perdió a su esposo y un gran amigo perdió a su padre. Ciclos naturales que se cierran desde la única certeza que tenemos todos: la muerte. Cuando se quiere a alguien, las palabras y el tiempo faltan para sentir con ellos la pena que les acongoja, más allá de las pocas palabras que se ofrecen como mínimo bálsamo. Poco sé en realidad de esas vidas; lo que sé es que el dolor de esas personas que aprecio, y con quienes la buena fortuna me ha hecho coincidir en los últimos años, hace que me duelan mis pérdidas, las pasadas y las que vendrán.

Hace unos días un buen amigo y su esposa, que también es una buena amiga, enfermaron de covid. Él estuvo hospitalizado en dos ocasiones y ella mostró su fortaleza y carácter para estar al cuidado de su hijo pequeño, junto con las complicaciones que conllevó lidiar con la enfermedad y con las acciones necesarias de la vida cotidiana. Con el apoyo de las familias de ambos van saliendo adelante, pero la muerte pasa de largo y deja su estela de frío en la penumbra de lo incierto, el temor y las tribulaciones no dejan de estar presentes. Lo real se muestra inefable al corazón y a la razón.

La historia personal se va haciendo de adioses, de despedidas, y también de olvidos. Las personas con quienes vamos conviviendo entran y salen de la nuestra esfera vital por las más azarosas y conspicuas razones. La socialización que nos caracteriza como especie humana nos lleva a interactuar y conocer de múltiples maneras, nuestro comportamiento se hace un lio de decisiones, y vamos dejando que mucho de esas buenas personas que conocimos se pierda en la cotidianidad de la vida misma, en la desidia de buscarlas, de llamar, de pasar a su casa, de mandar un mensaje de texto o en la reunión pospuesta que nunca se concreta, como artilugios de adioses que atrapa el olvido.  

Hace unos días murió Marina Patricia Jiménez Ramírez, quien entregó su energía, sus convicciones y su pasión por la defensa de los más pobres, y que contribuyó al reconocimiento de los Derechos Humanos en el país, y a quien tuve la buena suerte de conocer. Una gran amiga mía puso en su muro de Facebook, como mínimo homenaje personal, una fotografía de hace muchos años donde están ellas y en medio la hija de mi amiga -entonces pequeña-, junto con unas palabras sencillas y profundas que registran lo fortuito de los encuentros, de las convergencias, de los ideales y del trabajo compartido, que ahora dan sentido a la memoria y al recuerdo.

Entender con la comprensión que sólo da el dolor ante los adioses que vamos experimentando, que la vida se gesta, se expresa y se debate entre sensibilidad de establecer y configurar amistades de “toda la vida” y otras que, aunque breves y profundas marcan la vida y nos cambian, nos cuidan y protegen. Entender con la ternura que sólo el que ha sufrido del “mal de amores” puede sentir, y que pasa por la pasión y el deseo que nace en el amor y que nos lleva al delirio por el otro, desde otro nunca existente, pero que está ahí. También está la oportunidad de ejercer la voluntad de amar y de querer, lo que implica hacer uso de la inteligencia del pensar y la sensibilidad de reconocer, manejar y expresar las emociones de la mejor forma, aun en la complejidad inherente que el amor ata y desata.

En una de sus canciones, Joaquín Sabina dice: “La muerte es sólo la suerte con una letra cambiada”. Ojalá todos tengan muchas suertes, muchas posibilidades de tener amistades y amores, que la vida nos colme de mucha suerte, y que la muerte sólo sea el lugar al que sabemos que todos vamos, pero que entre tanto y tanto, le demos una buena batalla a la vida y le arranquemos cada día buenos trozos y momentos de felicidad para que los adioses sean profundas emociones y sentimientos y que, como las cicatrices, den cuenta de una vida plena, libre, alegre, curiosa y audaz, vivida, sin reservas y asumiendo las consecuencias de lo que somos, decimos y hacemos.