jueves. 26.06.2025
El Tiempo

Delirio de poder

“La política se ha convertido en un nuevo espectáculo mediático; la fama, la vanidad, notoriedad y la popularidad, los referentes de éxito….”

Delirio de poder

 

La mejor manera de encontrarse, es perderse en el servicio de los demás.
Un hombre no es más que el producto de sus pensamientos. En lo que piensa, se vuelve.

Mahatma Gandhi

 

La frase popular se le subió el poder a la cabeza es la expresión que demuestra los cambios de conducta y actitudes que tienen las personas cuando se les otorga un nivel de autoridad en cualquier situación, ya sea en una organización, empresa o instancia de gobierno. Aplica  a toda persona que se siente superior a otras por el simple hecho de asumir una función, que debería ser de servicio a la comunidad social que lo nombra o elige.

“Si el poder se sube a la cabeza debería perder su legitimidad, ya que pone en entredicho al sistema que lo sostiene, pues es que entonces ha dejado de estar al servicio de los demás... Cuando la gente se siente poderosa o menos poderosa, cambia su percepción de los otros”, dijo Yap, ahora investigador de posdoctorado en MIT, a Brian Resnick del National Journal.  (Chirinos 2014)*.

Nos podemos preguntar: ¿Qué es lo que atrae en verdad a alguien para buscar el poder? No es necesariamente el dinero en el caso de la política. El caso más reciente es el de Ricardo Anaya, quien reveló que tiene ingresos mensuales de 400 mil pesos. El que ahora aspire al cargo de presidente de la república por un monto que es muy alto, pero no se compara con sus ingresos declarados, es un buen punto de referencia para intuir, al menos, que no es lo económico lo que le importa para desear el poder. Lo mismo podríamos preguntarnos en relación a Meade, ya que tiene su familia empresas en las que podría trabajar. Igual el caso del Bronco, que tiene su rancho que presume como esfuerzo personal de éxito y de ingresos económicos, o de López Obrador, que ha podido sostenerse en la medianía económica que el señala, con el trabajo político, y que ha declarado que reducirá los salarios de los altos funcionarios de gobierno, incluido el cargo presidencial, así que de dinero no se trata, al menos inicialmente, en todos estos casos.

Algo tiene que ver con la seducción que el uso del poder en sí mismo implica. El poder mandar a otros, el poder de decidir sobre asuntos relevantes, el poder imponer de alguna manera una visión particular del mundo, es una fuerza que sin duda se asocia con la ambición y con los beneficios  económicos que de forma directa e indirecta se llegan a recibir, una vez que el poder les nubla el pensamiento y relativizan su moral personal y se hacen permisibles los actos de corrupción. A veces les basta con mirar para otro lado, o simplemente cerrar los ojos.

Sería loable que alguna persona buscara el poder para poder hacer un servicio a la sociedad. Muy pocos casos en la historia reciente dan cuenta de un talante y carisma de esa estatura moral, como Mahatma Gandhi en el siglo pasado y, sin duda José Mujica en el Uruguay de 2010 a 2015 como presidente.

La política se ha convertido en un nuevo espectáculo mediático; la fama, la vanidad, notoriedad y la popularidad, los referentes de éxito. Estar en los medios de comunicación, ser noticia, aparecer en las primeras planas de los diarios, ser la cortinilla de la promoción de los noticieros es lo que deben buscar las personas que buscan el poder, aunque hablen cosas malas o falsas de ellas, está bien dicen los publicistas y mercadólogos políticos, lo importante es la recordación de “marca”, estar en el “Top of Mind”, ser lo primero que llegue a la mente de un consumidor, sea una marca de un refresco o un aspirante a un cargo de elección popular.

La actual contienda electoral volvió de demostrar que la estrategia oficial de promoción política a través de spots es derroche económico para el país, un abuso del uso del tiempo oficial y una estrategia mediática que agrede la inteligencia y la paciencia de las audiencias que se ven expuestas a millones de mensaje por demás inocuos y en otros hasta perversos.

La pregunta que también nos debemos hacer es ¿Qué les pasa a las y los candidatos a puesto políticos y legislativos una vez que son declarados vencedores? Amnesia política, desprecio social, inestabilidad emocional. El colmo que hemos generado para mitigar en lo que se puede este tipo de comportamientos es el que firmen compromisos de forma pública, en presencia de Notarios Públicos, con el fin de todos ellos y ellas, no se desdigan de sus compromisos declarados, que no se les olvide lo acordado con la sociedad y que le genere cierta dosis de culpa por ser incumplidos, irresponsables y omisos, al menos.

El caso de presidente Peña es un excelente ejemplo de todo esto. Se le subió el poder a la cabeza, tan es así, que los índices tan bajos y aun decrecientes de confianza y valoración de su desempeño muestran su desdén y desprecio al pueblo, a la sociedad en su conjunto que raya en el insulto social. Los casos de corrupción con la Casa Blanca, la visita y trato de jefe de estado a Donald Trump siendo candidato, la impunidad en el caso de Odebrecth, la sumisión inadmisible al gobierno norteamericano y el hacer de sus amigos sus cómplices y colaboradores, nos indica que algo ya no está funcionando de forma correcta en el diseño y arquitectura del Estado Mexicano y con ello el sistema político electoral.

La consigna del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, que expresó el entonces Subcomandante Marcos de “Mandar Obedeciendo”  se convierte en una idea fuerza que nos puede ayudar a repensar y construir una nueva lógica del uso del poder político, con ella una ética política para que las y los servidores públicos actúen de otra manera y en dónde la sociedad organizada les recuerde todos los días que no puede olvidar que se debe a la ciudadanía que lo eligió y al cumplimento de la responsabilidad que asume al aceptar un cargo y realizar una función dentro del aparato del estado y de sus instituciones.  

Por lo pronto el delirio por el poder está presente en la vida pública del país y ese delirio es contagioso, sino, veamos el comportamiento de quienes dicen que trabajan en favor de nosotros, de nuestras necesidades y demandas como personas, delirio que se manifiesta desde el policía de barrio, pasando por los empleados municipales y estatales, legisladores locales, alcaldes y gobernadores.

El derecho y obligación de elegir a los gobernantes y legisladores, nos obliga buscar y crear mecanismos de participación social, de exigencia y control desde la ciudadanía, para que el delirio que se produce por el mal uso del poder, tenga un rápido remedio a los primeros síntomas que se observen.

 

*http://isabelchirinosreflexiona.blogspot.com/2014/07/cuando-el-poder-se-les-sube-la-cabeza.html