miércoles. 25.06.2025
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Diciembre

“El dolor, el miedo y la desesperanza que ahora se vive y se siente en Guanajuato, exigen que las autoridades trabajen también en diciembre, o que se vayan, y no de vacaciones…”


En política hay la creencia de que diciembre es un mes de guardar armas, de dejar que todo se calme. La cultura occidental puso en diciembre festejos de invierno: la Noche Buena y la Navidad, que se liga al Fin de Año y al inicio del Año Nuevo, incluidos los periodos vacacionales escolares, y en algunos casos, laborales. Toda una época del año con los tintes propios del mercado y del consumo, que junto con tradiciones y costumbres, nos llevan a pensar y desear cosas buenas para todos, para todas las familias y para desear lo mejor a las personas que amamos, deseando que nos vaya muy bien en el 2020.

Nada mejor que desear buenaventura en nuestras realidades sociales, económicas, humanas. Más en un país como el nuestro que no acaba de hacerse, que no logra resolver de la mejor forma su compleja red de problemas y condiciones en todos los niveles, donde las oportunidades de mejora, las posibilidades de movilidad social, las esperanzas de encontrar paz y tranquilidad, se convierte en verdaderos y legítimos deseos, más allá de lo que se pueda lograr en los hechos.

Hay entre todo algunos signos de esperanza. De ahí nos sostenemos -clavos calientes-, pero tal vez eso nos permite seguir buscando cada día que la realidad sea menos cruel, menos dura, menos dolorosa.

Hay deseos que se fincan en la esperanza, en una esperanza simple, real, esa esperanza en que la vida sea la que gane, que las personas encuentren un anhelo nacido de un deseo legitimo –del corazón y la razón-, en el que se encuentre justicia en su realidad y en la posibilidad, por ejemplo, de que alguien encuentre a sus desaparecidos. También en el hecho de que alguien encuentre un empleo digno, de que otros salgan del mundo de las drogas y adicciones, de que existan apoyos para que la gente no se suicide, de atención en el campo de la salud mental. De la esperanza sustentada en programas sociales, para que cientos de miles de personas se hagan cargo de sus enfermedades crónicas e inicien nuevos estilos de vida para cuidar su salud, sobre todo en cuanto al sobrepeso y la obesidad. Todo esto, junto con un deseo profundamente humano de que otros –muchos más- salgan con vida de los circuitos del crimen organizado, a la vez de que todas las violencias se visibilicen y formen parte de un gran proceso de cambio cultural para erradicarlas de todas las esferas humanas donde se las ha naturalizado, institucionalizado y permitido.

Esto implica reconocer que no basta desear, tener esperanza, soñar. Se requiere actuar, crear condiciones sociales, económicas, culturales y políticas para que la realidad cambie, para que los deseos se concreten en hechos y en testimonios. Se requieren evidencias de que es posible mejorar y tener acceso a la justicia social en su sentido más profundo y amplio. Aquí es donde la política y los políticos entran, donde las élites económicas deben participar y los procesos sociales se deben ir configurando a través de nuevas formas de organización e intervención social, para crear un nuevo entramado cultural y social, un nuevo contrato social que base sus principios en el respeto a la naturaleza, en el reconocimiento de la diversidad humana en todas sus dimensiones y en la necesaria convicción de que los Derechos Humanos son el gran paraguas social y cultural para lograr la convivencia y sostener y defender el Estado de Derecho.

La esperanza sembrada en estos días por las “Abejas” ha dado una lección de lucha por la dignidad y los Derechos Humanos. En su lucha hay muchas pistas para que la sociedad continúe un largo y difícil proceso para “ajustar” la realidad y tomar un rol activo en la construcción de una nueva, critica y sana relación social y política —amplia, plural, incluyente- entre la sociedad civil y sus autoridades.

Por lo pronto, se requiere —por el deber moral que los implica- que el gobierno del estado y las autoridades cumplan cada uno de los acuerdos alcanzados con los estudiantes de la Universidad de Guanajuato, pero que al mismo tiempo tengan la sensibilidad social y política para llevar todos esos acuerdos al resto de la sociedad guanajuatense. Más allá de las disculpas ofrecidas por el rector de la universidad y el gobernador del estado, lo que ahora se necesita es que se pongan a trabajar en lo que resta de diciembre. El dolor, el miedo y la desesperanza que ahora se vive y se siente en Guanajuato, exigen que las autoridades trabajen también en diciembre, o que se vayan, y no de vacaciones.