Opinión • Huellas • Arturo Mora

“…la búsqueda de certezas en lo material es cada vez más compleja, sobre todo por la falta de condiciones para sostener la calidad de vida…”

 

La verdad pura y simple rara vez es pura
y nunca simple.

Óscar Wilde

 

Para decir que la vida es absurda
la conciencia necesita estar viva.

Albert Camus

 

Lo que de veras fue, no se pierde;
a intensidad es una forma de eternidad.

Jorge Luis Borges

 

El único secreto es el amor
y la curiosidad.

Edgar Morin

 

Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias. 
Tanto como el comer, 
porque nos ayudan a organizar la realidad 
e iluminan el caos de nuestras vidas.

Paul Auster

 

 

 

Cada vez es más complejo responder a las preguntas propias de la existencia. El azoro, el temor, la vulnerabilidad, lo efímero, se contrapone al incremento de la esperanza de vida logrado por los avances civilizatorios de la ciencia y la tecnología. Pero la búsqueda de certezas en lo material es cada vez más compleja, sobre todo por la falta de condiciones para sostener la calidad de vida, la seguridad y las posibilidades de tener una vejez plena, sana y acompañada con dignidad, que hoy es un desafío, que, por ahora, es solo para unas cuantas personas.

Permanecer no es lo único de lo que se trata en esta vida. Si no hay condiciones de vida sanas y seguras, las posibilidades de transitar a la muerte como certeza no tienen sentido legitimo desde la condición de reconocernos como seres humanos. 

La zozobra instala el miedo. La falta de una real integración social, familiar y productiva de adultos mayores pone en evidencia la falta de valor, consideración, compasión y condescendencia a quienes vamos arribando a los nuevos continentes de las etapas del desarrollo humano. El alma humana es un misterio tan vasto como los páramos que rodean mi hogar. Hoy, mientras el viento susurra entre las colinas, siento que cada emoción, cada pasión que se agita en el pecho, es un reflejo de la naturaleza misma, indomable y eterna. Escribo con la convicción de que el amor y el sufrimiento son los elementos que nos forjan, y que, en lo más profundo de nuestro ser, todos anhelamos un lugar donde nuestras almas puedan vagar libres, sentenció Emily Brontë

Las sociedades contemporáneas todavía no saben qué hacer con sus mayores. Hay intentos por reconocer su aporte económico, y ya apoyos de carácter universal en diversas partes del mundo -en México ya los hay, falta mucho y más-, y vemos que hay búsquedas y elaboración de políticas públicas para mejorar las pensiones de quienes han trabajado en la formalidad. Pero, sin duda, el rostro real de la falta de apoyos y de una adecuada atención integral son las mujeres. La vejez para todas ellas, que desde hace mucho están en condiciones de desventaja social y en una precariedad patrimonial, es que son la expresión de la exclusión social, económica y cultural de las personas.

Encontrar las fórmulas, los equilibrios, acciones sociales y responsabilidades del Estado para atender a las adultas mayores, reclama convicción y compromiso, requiere aceptar las desigualdades existentes y la falta de equidad en todas las dimensiones del desarrollo de sus capacidades, competencias, habilidades e inteligencias, que han sido olvidadas e invisibilizadas.

Todos y todas estamos en algún momento de la vida buscando dejar huella en la vida de otros, es la posibilidad real de la permanencia y de encontrar “algo” de eso que nombramos como la trascendencia humana, y que dé sentido al absurdo que es vivir. 

Tal vez pensarnos desde de la edad adulta, y que una adultez cargada de años nos permita ver en retrospectiva la vida y las acciones a tomar para completar la pulsión de muerte con dignidad, y a la vez de saber que se ha hecho lo humanamente posible para ser y estar con los demás de las mejores formas, transitando la vida, junto a los problemas, los retos, tragedias y duelos por los que pasamos en nuestra personal historia de vida. 

Annie Ernaux, premio Nobel, escribió Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es decir, en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse completamente en la cabeza y en la vida de los otros. Así, igual que de otras maneras, formas y testimonios, se busca dejar huella en las otras y otros.

Así vamos reconociendo que la vida es más que un transcurrir inocuo. La vida implica compromiso, búsqueda y camino. La vida compromete con el otro, sabiendo que no hay respuestas únicas, certezas, destinos manifiestos ni condenas heredadas, ni castigos divinos. Y que aun por intrascendente que puede parecer la vida, ésta implica amor, soledad, deseos, ilusiones, decepciones, logros, fracasos, dichas y placeres que por ser seres humanos nos definen y van dejando huellas en los otros y en nosotros. Que en muchas veces son heridas, tajos, palabras y silencios que han lastimado, que cortaron de tajo la carne y el alma. Son huellas que nos recuerdan que No hay cicatriz, por brutal que parezca, que no encierre belleza. Una historia puntual se cuenta en ella, algún dolor. Peo también su fin. Las cicatrices, pues, son las costuras de la memoria, un remate imperfecto que nos sana dañándonos. La forma que el tiempo encuentra de que nunca olvidemos las heridas, como escribió Piedad Bonnett.

Marguerite Yourcenar puso en palabras la búsqueda del ser, en lo inmanente de ser persona:

Una parte de cada vida,
y aun de cada vida insignificante,
transcurre en buscar las razones de ser,
los puntos de partida,
las fuentes.

Mi impotencia para descubrirlos
me llevó a veces a las explicaciones mágicas,
a buscar en los delirios de lo oculto
lo que el sentido común no alcanzaba a darme.

Cuando los cálculos complicados resultan falsos,
cuando los mismos filósofos no tienen ya nada que decirnos,
es excusable volverse hacia el parloteo fortuito de las aves,
o hacia el lejano contrapeso de los astros.

 

Hacer y dejar huella es reconocer y asumir que la vida es para seguir dando la batalla de sentirla a flor de piel.  Hay que ver lo que no se ha visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se había visto en verano, ver de día lo que se vio de noche, con el sol lo que antes se vio bajo la lluvia, ver la siembra verdeante, el fruto maduro, la piedra que ha cambiado de lugar, la sombra que aquí no estaba. Hay que volver a los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado. Hay que comenzar de nuevo el viaje. Siempre, nos invitó José Saramago.

 

Es tiempo de dar lugar y espacio. También para la presencia de seres que aporten a nuestras vidas y nos ayuden a encontrar condiciones necesarias para ir más allá de lo evidente, para encontrar esas rutas que son desafíos existenciales y lugares donde nuestro actuar pueda ser amable, dulce, lleno de ternura, de comprensión, de escucha atenta, de poder ser con y para los demás. Necesitamos ser personas, así, seres humanos sensibles. Guilia Silvio las definió así:

Las personas sensibles siempre tienen el corazón al revés, el alma al revés... Una lágrima lista para caer, una sonrisa en los labios lista para explotar. Viven en un equilibrio entre las alegrías y los dolores de la vida. No son perfectos, al contrario. A veces incluso se autodestruyen porque respiran a través del pecho, nunca a través de sus pulmones… Las personas sensibles pueden sonreír por poco y llorar por nada. Saben detenerse y preguntarse frente a un arco iris, sonreír a un gato, mirar el mar y saborear en él la paz y el tormento infinito. Saben cómo convertir arena en polvo de estrellas, iluminar un sueño en la oscuridad... Saben ver más allá de la apariencia, más que una sonrisa, más que una lágrima. Más allá de la ira, más allá del dolor porque viven desde el corazón. 

 

Llegar a viejos, ser adultos mayores, nos puede dar la oportunidad de constatar con hechos, con palabras, con solidaridad, fraternidad, sororidad, empatía, con sintonía y amor, una de una de las más bellas definiciones de individuo que dio María Zambrano. Somos -escribió la filósofa- soledades en convivencia, y tal vez ahí esté una de las respuestas más hermosas para ser adultos sensibles que desde la experiencia que da la edad hagan huella, para entonces hacer y sentir que ha valido la pena y la alegría, el dolor y el amor el existir, siendo personas inteligentes, sensibles, con dignidad y derechos, honrando la vida.