Opinión • Memoria • Arturo Mora

“Si lo pensamos bien, el olvido es el antídoto para la memoria…”

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconscientes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges

Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para quien tiene corazón.
Gabriel García Márquez

Ser un buen recuerdo en la vida de alguien es una forma de quedarse para siempre.
Joaquín Sabina

 

 

Hace unos días mi madre cumplió 85 años de vida. La distancia que nos separa y el tiempo que nos acompaña me hicierón evocar muchos momentos vividos con ella, que son parte de los espejos rotos de mi memoria, son los recuerdos que se alojan en las neuronas del hipocampo y que convocan de múltiples formas, las mías y la de su vida y que ahora le juegan algunos traspiés y le revuelven caprichosos los recuerdos, tanto los de largo plazo, como la memoria del día a día, y la de la hora tras hora -la de los minutos en que la sinapsis se pone a jugar a las escondidas con su memoria.

Apenas unos días atrás, una amiga me envió una cita de la filósofa María Zambrano:

La melancolía es una manera, por tanto, de poseer las cosas por el palpitar del tiempo, por su envoltura temporal. Algo así como una posesión de su esencia, puesto que tenemos de ellas lo que nos falta, o sea, lo que son estrictamente.

A mí me gusta más la nostalgia, le contesté, porque también se trata de evocar los momentos de felicidad, de paz, de encuentros, de la alegría y de la dicha sentida, pues sólo se vive y se experimenta siempre con otros, desde la otredad, desde lo que nos falta y que es el juego de los recuerdos. Si lo pensamos bien, el olvido es el antídoto para la memoria;entre más quiere uno olvidar, más hilos se entretejen para que los recuerdos se presenten sin filtros y sin excusas. Sin embargo, lo agridulce de todo recuerdo nos hace participes de la propia versión, subjetiva, a modo, sin neutralidad, de aquello que hemos vivido. El olvido es un no lugar y el recuerdo es pasar por el corazón.

Uno creo que tiene buena memoria. El sistema escolar en el que me forme le apostaba a recitar poemas, nombres de ríos, de países y sus capitales, de las partes de las flores, de la anatomía del cuerpo humano, de los nombres de los presidentes de México, de fórmulas de matemáticas y de física, recitar la Tabla Periódica de los Elementos, junto con el aprender de memoria las fechas de una historia universal en un orden cronológico, que nos dotaba de la certeza del tiempo como narración inequívoca, y que sin fallos hacía que los hechos fueran fijos e incuestionables. Hoy la memoria se subestima y se desprecia en las escuelas de forma irracional; la fantasía es que todo lo vivido puede quedar registrado en Instagram, Twitter, Tik Tok, en la memoria RAM o en un disco duro, todo externo a nosotros. La factura de tal desprecio está llegando, y las consecuencias serán por demás trágicas y dramáticas. 

La historia es de quien la cuenta, y normalmente es contada por los vencedores. Miguel León Portilla en su “Visión de los vencidos” nos vino a decir que siempre hay otras versiones de la historia. Foucault, Derrida, Ricoeur entre otros, nos vinieron a decir que las narraciones en sí mismas también están cargas de poder, de intereses, de privilegios y de lenguaje. 

Todas las personas tenemos un baúl de los recueros, un ropero de la abuelita, una cajita escondida que nadie abre, sea real o simbólicamente, en donde se atesora lo sublime y lo excelso; y en donde también se guarda lo atroz y lo ominoso. 

La memoria es también territorio de lucha, de conflicto, de alegría y de tristezas, de ilusiones y de sueños rotos. Terreno en el que se configura el vínculo y los apegos a la vez de las ausencias, -el abandono, la humillación, la traición, el rechazo y la injusticia-, procesos del desarrollo psicológico y humano que de una u otra manera van configurando lo que somos y lo que vamos siendo con lo que hicieron de nosotros. La memoria y la conciencia de ella, es la posibilidad de hacernos cargo de nuestro destino, más allá de la fatalidad y de la sobre determinación que impera como mandato social y cultura del sometimiento de la ambición y de la voluntad de ser uno mismo.

“El tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, el amor no lo reflejo como ayer” dice la canción de Pablo Milanés evocando como vamos cambiamos en el tiempo, con el tiempo, La memoria se ajusta a lo que creemos, a lo que sentimos y pensamos desde un lugar en el tiempo mismo. 

La memoria está ahí, almacena, pero a su vez integra, clasifica, ordena, reacomoda, esconde, selecciona, une, asocia, interpreta y da sentido y significado a todo lo que ya somos, a eso emocional que nos define y a los sentimientos con los que vamos interpretando e interpelando al mundo y las personas con las que nos ha tocado convivir y vivir. Memoria que toma de vez en vez de sorpresa el espíritu, toma el alma de forma intensa de aquellos que sienten todo con fuerza, pasión, miedo, y placer dirá Bukowski.

Tener buena memoria es un atributo de querer mostrar podery control. Pensar y creer que nada se nos olvida es arrogancia y soberbia. Los caminos y atajos de la memoria son parte de una trama propia del inconsciente, que nos vienen a decir que en todo lo que contamos hay historia, que en todo lo que pensamos y todo lo que sentimos hay hechos, hay dolor, hay duelos, hay deseo, hay gozo, hay satisfacción y hay recompensas, hay amor y hay odio, hay vida y muerte, pulsiones que nos mueven y nos enfrentan si queremos a nuestra historia que al final de cuentas es memoria viva, es recuerdo fundante, es palabra y es emociones condensadas, es el lenguaje de que nos hace verdaderamente humanos.  

Lo bueno de la memoria y por tanto de tener mala memoria es que nos permite desde la falta, de lo incompleto que somos, pensar que alcanzar la “La perfección es una locura. Lo imperfecto, lo diverso, es lo que nos permite respirar”dijo Guillermo del Toro y ahí, por tanto, están los caminos del inconsciente y de la conciencia para hacer que la memoria sea al final de cuentas nuestra propia historia que se actualiza día con día. 

La memoria de mi mamá entre todo le hace tener autonomía y libertad, y los recuerdos las asaltan como preámbulo y epilogo de su existencia. Mi memoria la piensa amorosamente.