martes. 24.06.2025
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Opinión • Vulnerabilidad • Arturo Mora

“La tercera ola del covid-19 ha llegado. Lo previsible no pudo detener lo que ahora es inevitable…”

Opinión • Vulnerabilidad • Arturo Mora

No busques que los eventos sucedan como tu deseas, mejor desea que todo ocurra como realmente pasará, entonces tu vida fluirá bien.
Epicteto


Mira, sólo hay un medio para matar los monstruos; aceptarlos.
Julio Cortázar

La realidad se muestra sin mascaras. Nosotros, en lo personal, vamos haciendo una interpretación de la realidad y vamos poniendo rostros, palabras e ideas a lo que vivimos. Es como tener filtros con los que miramos la vida y nos hacen ver lo que queremos ver o lo que nos permite ver la construcción social desde la cultura y desde nuestro “mundo”, y que es parte de un todo lo que alcanzamos a ver, a sentir y a percibir. Nuestro cuerpo, nuestros pensamientos hechos lenguaje, nos van dando la posibilidad de expresar todo eso que para nosotros es lo real, lo que es al final de cuentas la vida, en el sentido estricto, para cada uno.

La subjetividad que desarrolla cada uno es una invitación a compartir la mirada, y desde el diálogo con los otros es como creamos una intersubjetividad que nos puede dar la oportunidad de integrar y explicitar una realidad común, que incluye nuestras emociones, afectos, sentimiento, junto con nuestras necesidades, demandas y deseos, que a su vez crea las condiciones para que podamos hacer preguntas y escuchar o buscar las respuestas que necesitamos. Sin embargo, no hay ninguna garantía en escuchar con precisión lo que nos dicen y en entender con claridad lo que el otro, nos expresa, y al mismo tiempo nuestra respuesta, aun en la mejor posición dialógica, no es garantía de expresar de la mejor manera, comprensible, lo que deseamos expresar. Educarnos para vivir en la incertidumbre y para la comprensión es una tarea que Edgar Morín nos deja como legado y exigencia humana para enfrentar el Siglo XXI.

La comunicación humana nos hace personas; la sensibilidad e inteligencia nos hacen sujetos. Las emociones son reales y los pensamientos pueden ser falsos, escribió Humberto Maturana. De ahí parte en gran medida lo complejo que es el ser humano, sus paradojas permanentes entre lo que se reconoce instintivamente, lo que se procesa como sentimientos y afectos y lo que se logra construir en sistema de pensamiento dinámico y crítico, que se adereza de la cultura que opera en nosotros con sus convicciones, valores, ideologías y creencias, que nos sirven para  intentar dar algún sentido a lo que vamos siendo, y a tener explicaciones para lo que vamos viviendo e, idealmente, dando espacio a las preguntas que nos acompañan en el transcurso de la existencia humana.

La vulnerabilidad humana está asociada con nuestra capacidad de respuesta ante los desastres naturales para sobrevivir, pero también con la capacidad de adaptación pertinente y eficaz como respuesta a los cambios en el entorno y con las formas en que actuamos ante los cambios del contexto social, cultural, económico, político y natural en que vivimos. Cada vez son más las circunstancias y condiciones de riesgo en que las personas quedan expuestas. Las violencias son un factor cada vez más cercano a la vida de todos. Los riesgos se han incrementado en el campo de la salud física, y en la mental hacen que la vulnerabilidad sea una constante, y que buscar la seguridad, el confort, el bienestar, sean la contraparte de una dinámica dialéctica, critica y también contradictoria, que nos pone —si lo queremos– en una búsqueda del sentido y de respuestas a las incógnitas de la vida misma.

La tercera ola del covid-19 ha llegado. Lo previsible no pudo detener lo que ahora es inevitable. Las prácticas de salud pública, incluida la vacunación contra el SARS-COV-2, han sido insuficientes, especialmente por nuestra negligencia —muchas personas no se han vacunado- y sin duda, también por la desesperación de regresar a una normalidad que se añora. Lo cierto es que los contagios van al alza y las variedades del coronavirus se siguen expresando y enfermando a más personas, y los grupos de edad que parecían fuera de riesgo, ahora ya no lo están. El tema del regreso a las clases se debe volver a revisar ante el contagio confirmado de jóvenes, niños y niñas.

En los Juegos Olímpicos de Tokio ya se han registrado los primeros casos. Las competencias se realizarán sin público y con medidas sanitarias rigurosas para evitar la propagación del coronavirus. En México éstas no se cumplen, y la exposición al riesgo de contagio crecen. En León, la Feria de Verano es un ejemplo de esta necesidad de reactivar la economía y querer regresar a una antigua normalidad pese a los dispositivos de sanidad implementados. Lo cierto es que nos volvemos a poner en riesgo y la vulnerabilidad se incrementa. Nos falta mucho por sortear y debemos entender que necesitamos aprender a vivir y sobrevivir con el SARS-COV-2 todos los días, junto con sus mutaciones, y construir una nueva normalidad, aunque no nos guste.

Comparto estas palabras de Rashani Réa, como poesía que nos puede ayudar comprender parte de condición humana, la fragilidad, y lo inquebrantable del espíritu humano. Ojalá usemos la vulnerabilidad para encontrarnos en la fraternidad y la sororidad, que son el verdadero antídoto para acabar con la pandemia.

Vulnerabilidad

Hay una vulnerabilidad
de la cual surge lo no demolido
lo no aniquilado,
una entereza
de la cual florece lo inquebrantable.

Hay una pesadumbre
más allá de todo dolor
de todo agotamiento
que encamina a la dicha,
y una fragilidad de cuyas profundidades
emerge la fortaleza.

Hay un espacio vacío,
demasiado vasto para las palabras,
que atravesamos con cada pérdida
desde cuya oscuridad
somos sancionados
autorizados a ser.

Hay un grito más profundo que cualquier sonido
cuyos filos dentados cortan el corazón
sí irrumpimos en el lugar íntimo
inquebrantable
aprendiendo a cantar.

El Inquebrantable

Hay un estar roto de lo cual sale lo irrompible,
una destrucción de la que florece lo indestructible.

Hay un dolor, más allá de todo duelo, que lleva a la dicha
y una fragilidad de cuyas profundidades emerge una fuerza.

Hay un espacio hueco, demasiado vasto para las palabras,
por la que pasamos con cada pérdida,
y cuya oscuridad vuelve sagrado nuestro ser.

Hay un grito más profundo que todo sonido,
cuya hoja afilada traspasa el corazón.

Y mientras nos abrimos hacia este lugar interior,
inquebrantable y sano,
aprendemos a cantar.