Pretexto para la caricia
“La más hermosa caricia para el alma es la atención”
Sin duda, para muchos el confinamiento ha sido algo difícil. No todos han podido estar en la llamada cuarentena: algunos por sobrevivencia y otros por desidia, unos por creencias religiosas y otros más por ignorancia. Quienes han asumido una actitud de solidaridad con el otro han debido enfrentar nuevas condiciones de una realidad, en la que se magnifica lo afectivo, desde la cercanía física cuando hay dos o más personas conviviendo día y noche durante muchos días, donde los espacios se comparten y se saturan, donde la intimidad queda fractura y la convivencia devela mucho de lo que somos, para bien y para mal.
Las situaciones de violencia familiar se hacen más evidentes. Las situaciones de reclamo también; la demanda por “salir” se convierte en conflicto. Para jóvenes, adolescentes y niños los argumentos no bastan, el encierro lastima, daña, fractura, duele, y nos muestra que el manejo de las emociones, del control del carácter, de la racionalidad para la convivencia, de la solidaridad, se convierten en asignaturas urgentes, que han quedado olvidadas en todas las instituciones sociales: la familia, la escuela, el trabajo.
La sociedad de mercado y la estructura de producción capitalista han creado un individuo –hombre y mujer- que se cree autónomo y libre, y no en el sentido filosófico de Sartre, de Aristóteles o Foucault: su libertad se acota a las posibilidades de consumo y a su condición de asumir un contrato laboral, bajo las reglas que el sistema pone. La ilusión de la libertad es atravesada por diversas lógicas y perspectivas que la cultura occidental nos ha impuesto. Hacernos preguntas sobre lo que pasa hoy, tanto por el covid-19 como por la forma en que estamos actuando ante la pandemia, sería un primer paso para asomarnos a lo que no queremos ver.
Los seres humanos nos necesitamos de múltiples maneras. Las personas no podemos sobrevivir solas. El otro, la otra, los otros, entraron en escena hace mucho tiempo en la vida cultural y en el gran proceso civilizatorio de los seres humanos, y han creado un sistema de vida social desde la complejidad de la vida misma, que se centra en la interdependencia, en la que integra las nociones de persona, especie y sociedad, en una triada indivisible, que se inscribe en un entorno ecológico y, como nunca, reclama una ética planetaria, una ética del género humano. Somos seres sociales, pero también seres vivos y personas.
El aprendizaje acelerado que la pandemia está generando en buena parte del mundo nos pone ante las preguntas sobre “desarrollo económico”, sobre la viabilidad del modelo de producción que se centra en la explotación de las personas y en la expoliación de la naturaleza sin escrúpulo alguno.
Pero también nos pone ante las preguntas de la vida: los seres humanos como especie y las condiciones de salud y dignidad de las personas. Hoy la pandemia pone a la vista de todos que la obesidad, el sobrepeso, la presión arterial alta, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares y otras crónico-degenerativas, son en buena parte producto de la industrialización de los alimentos, y que si bien se avanzó en dar longevidad a muchos de los alimentos perecederos, esto ha sido a costa del uso de conservadores, de aditivos, de sal y azúcar. La lucha contra de las grandes trasnacionales para tener un etiquetado claro y veraz en los alimentos, es un primer paso para iniciar un gran cambio en la alimentación hacia una salud informada, pero por ahora muchas personas son vulnerables ante la pandemia, debido a su condición previa de salud.
Lo que hoy emerge como un nuevo continente que estaba por ser descubierto, a sabiendas que siempre ha estado ahí, en el sentido real y simbólico, es la parte psicológica y emocional de las personas. Realidad que tiene que ver con el manejo adecuado de las emociones y los afectos, es también el tema de las estrategias y recursos para saber estar con uno mismo y con otros –convivencia y cohesión social-, pero lo es a su vez sobre las capacidades y competencias de comunicación humana, sobre la estructura psicológica y resiliencia para transitar colectiva e individualmente esta pandemia.
La realidad humana se expresa con toda su crudeza. Las llamadas de denuncia por violencia intrafamiliar crecen exponencialmente. Las llamadas para solicitar atención ante situaciones de ansiedad, depresión profunda y tendencias suicidas van a la alza. Muchas de estas situaciones son subjetivas, alentadas y creadas por la incertidumbre de todo lo que pasa y de los rumores, del exceso de información y de las fake news. Pero también muchas reacciones humanas son provocadas por la realidad objetiva: la pérdida de empleo, la disminución de ingresos, las crisis y conflictos de pareja, el cansancio acumulado entre la rutina y el home office, el insomnio, el hacinamiento, la repetición y la poca variedad de alimentos, el incremento del consumo de tabaco y alcohol y la adquisición de deudas, entre otras situaciones. La respuesta humana es compleja y profundamente irracional ante todo esto.
La pandemia nos expone como sociedad. Con una realidad heterogénea, por demás diversa y con historias de vida que están poniendo a prueba recursos y capacidades para enfrentar la contingencia sanitaria. La soledad se siente más. Las ausencias pesan como nunca. La falta de contacto físico, de abrazos y besos a las personas a quienes se ama, se sienten hasta en los huesos. Las preocupaciones por los hijos que están en otras ciudades, en otros países. Desvelos y nerviosismos por padres, nietos y hermanos. Pérdidas y duelos de seres queridos. De las realidades y trabajo que implica el cuidado de personas enfermas, de abuelos, que cansa, junto con lo que involucra el atender a niños que tienen demandas, es algo que devasta y agota. Todo ello en una sociedad, en un país donde el tema de la salud mental no ha sido un elemento sustancial del bienestar.
Realidades humanas y sociales que demuestran la desigualdad y la diferenciación social para el acceso a la educación, por ejemplo, ahora que la tecnología quiso resolver el tema de las clases ante el cierre de las escuelas, ya que no sólo se trata de ricos y pobres, de empresarios y trabajadores, de hombres y mujeres —que, por cierto, ellas llevan la mayor carga en el “quédate en casa”-, sino que ahora hay marcada diferenciación ante las oportunidades de acceso tecnológico, lo que muestra la gran brecha digital y documenta una vez más la inequidad y el fracaso del modelo desarrollo social, cultural y económico vigente.
Pero… ¿cómo hacemos entre todos para salir adelante? ¿Cómo invitamos a que cada quién haga su parte ante la contingencia sanitaria? ¿Cómo nos obligamos a cumplir las normas? ¿Cómo empezamos a vernos y reconocer —aun en la sana distancia- que nos necesitamos? ¿Cómo empezamos a hablar de lo que sentimos? ¿Cómo expresamos nuestras necesidades de afecto? ¿Cómo decimos que necesitamos apoyo? ¿Cómo y con quién hablamos de lo que nos preocupa? ¿Podemos empezar a dar valor y sentido a lo que se siente y se piensa? ¿Preguntar cómo te puedo acompañar? ¿Cómo te ayudo?
Tal vez, sólo tal vez, si empezamos a prestar un poco de atención, a escuchar de forma empática, a preguntar con cariño ¿Cómo estás? y escuchamos sin juzgar, si hablamos sin ofrecer falsos alientos, si ofrecemos nuestra mirada y nuestra experiencia, si escuchamos y sentimos que se necesita ayuda profesional, le damos importancia y buscamos ayuda para esa persona y hacemos que la atención sea un caricia para el alma, entonces —y sólo entonces- podríamos empezar a tomar la pandemia como un parteaguas, como la fundación de una nueva sociedad, más humana y seguramente mejor. Por ahora, poner verdadera y genuina atención –en el otro, en la otra- es un pretexto para ofrecer una caricia para el alma, que muchísimas personas necesitan.