Chispitas de lenguaje | Evolución de nombres
Los nombres propios cambian, al igual que el resto del idioma. Aparecen de una forma y con el tiempo van adquiriendo distinta fisonomía. Esos cambios suelen ser imperceptibles. Al menos así es para los ojos profanos de la mayoría de quienes usamos un idioma. Comparado con el crecimiento de una persona, el trato cotidiano impide apreciar los cambios; pero si se cotejan imágenes con diferencias de tiempo prolongado, se aprecian. Lo mismo sucede con las palabras. Para la mayoría de nosotros es imperceptible cómo días tras día vamos modificando sonidos, tonalidades y letras.
Un ejemplo muy representativo es el nombre ‘Santiago’, procedente de ‘Jacobo’. A primera vista no parecen tener coincidencias estos vocablos. Sin embargo, en virtud de la importancia del nombre en los evangelios, las constantes referencias hacen posible un seguimiento con todo detalle de la trasformación de una voz en otra. Para sorpresa, ‘Jacobo’ también dio origen a los nombres ‘Diego’ y ‘Jaime’.
El nombre ‘Jacobo’ procede del hebreo Ya'akov (יַעֲקֹב). Originalmente, su pronunciación –de acuerdo a nuestra fonética– era Iaakov. No es extraño su cambio hacia un sonido como Yaacobo (la combinación de las vocales en la misma sílaba /ia/, /iu/ suelen derivar a /ya/, /yu/, como en ‘hierba’, ‘yerba’ y *’iuctetán’, ‘Yucatán’ y también a la inversa). Uno de los apóstoles es referido en los evangelios como Jacobo el menor, hijo de Zebedeo. Cuando la iglesia lo nombra santo, entonces pasa a ser Saint Jacob o Saint Iaacob, en sonido más parecido al español. Pronunciado más rápidamente, como una palabra, entonces queda como ‘Saintiacob’. Con el paso del tiempo, la voz ‘saint’ para a ‘san’: ‘Santiacob’. De ahí no es difícil deducir cómo finaliza en ‘Santiago’.
Al parecer la fonética portuguesa da origen a Diego. Santiago, pierde ‘san’ y queda ‘Tiago, posteriormente pasa a ‘Tiego y, por fin, queda en ‘Diego’.
‘Jaime’, por su parte, nos viene del inglés. ‘Jacob’ pasó al latín como Iaacomus, de ahí se transformó en Jacomus, más adelante a Jamus, para dar en el James inglés.
Trastocar palabras mediante sonidos similares es un ejercicio normal en el habla cotidiana. El mecanismo más característico es aplicar un hipocorístico (formas cariñosas de llamar a alguien; como nombrar Toño a quien tiene por nombre Antonio). Otra es la pronunciación difícil o problemática de vocablos que modificamos para facilitar su enunciación. Es el caso de la voz ‘cocodrilo’. Aunque el ejemplo no pertenece a nombres propios, el mecanismo es el mismo. Ese reptil africano tuvo por nombre original (procedente de voces autóctonas) un sonido cercano a ‘crocodilo’. Así fue incorporado a nuestro idioma (en el Diccionario de la Real Academia Española, DRAE, así se recogió). Sin embargo, la voz resultó problemática y evolucionó a ‘cocodrilo’ (en inglés se mantuvo el sonido original: crocodile).
Pero no es solo el caso de nombres propios procedente de otras culturas. ‘Nayelli’ (de náhuatl: na, prefijo equivalente al pronombre posesivo mi y yelli, diminutivo de yolotl, corazón), nombre que podría traducirse como ‘mi corazoncito’. Sin embargo, con el tiempo ha acuñado Yanelli, común entre muchas personas en el Bajío. Los nombres, como cualquier otra voz de nuestro idioma evolucionan.