Historias de madres
En tanto que la miel corre por las redes, los aparadores celulares y correos electrónicos, quiero retratar hoy a unas mujeres-madres que son reales y cuyas vidas ha transformado la maternidad, pero no de la forma que imaginamos.
Denisse tiene dos hijos, uno de cuatro años y otro de nueve, y el día de las madres no es una fecha que la haga feliz. Pero porque no sienta amor de madre, sino que cada año esta fecha erosiona su economía. Debe dar aportaciones a las escuelas para que sus hijos le regalen, claro, obsequios hechos por las maestras, pero patrocinados por ella; debe comprar trajes de baile y cooperar para el convivio y además pedir permiso en su trabajo, porque en México la celebración no es en domingo, como en muchas partes del mundo, sino en día laboral , porque el origen del festejo es para mantener a las madres en casita y no trabajando, así que la próxima quincena deberá tener un descuento en su nómina. Además debe quedar mal con uno de sus hijos, ya que el festival es el mismo día y sus hijos están en diferentes escuelas.
Mientras Denisse se queja del factor económico, hay quien espera con ansia, ya que por un día se siente la reina de la casa, es valorada y recibe felicitaciones. Es una chica que a menudo usa blusas de cuello alto y manga larga pese al calor, a consecuencia de los golpes que recibe de su marido por ser una mala madre. Los últimos moretones los obtuvo cuando su pequeño tropezó en la casa y cayó sobre una mesa, perdiendo un diente. ¿Dónde estabas? Le preguntaba el esposo mientras la tundía a golpes. Según cuenta el señor, su madre tuvo siete hijos y jamás ninguno salió lastimado.
Otra madre viene a menudo a mis pensamientos. La conocí brevemente en la fila del IMSS mientras esperaba que nos practicaran el examen del papanicolau. Era de una piel morena hermosa que lucía más cuando sonreía con sus dientes blanquísimos y parejos. Era abierta y platicadora y así, sin conocerme, me preguntó qué puede hacer para no embarazarse. Su marido trabajaba en Estados Unidos y viene cada año. Al término de la visita ella queda embarazada y en ese entonces ya tenía cinco hijos, y el recurso que le envía el marido no había aumentado, pero sí los gastos y las ocupaciones. Por supuesto que el marido no le permite trabajar y ella ya no se siente capaz de soportar el gasto de tener un hijo más. Con la frescura e ignorancia que da la impulsividad, le sugerí acudir a la clínica de planificación familiar, para que le recomendaran uno. Ella arrojó una interrogante más: ¿es posible seguir un plan anticonceptivo sin que el marido se entere? Él es enemigo de esas prácticas; incluso, ella se hace el examen anual de papanicolau a escondidas. Le respondí que sí, algunas amigas mías meten las pastillas en un frasco de medicina, para que los padres no se enteren. Tiempo después, una activa trabajadora social me platicó sobre mujeres que son asesinadas por el marido cuando descubren las descubren siguiendo un plan de anticoncepción, pues consideran que ellas lo hacen por ser promiscuas. Siempre me culpo por mi comentario irreflexivo, y ruego porque la bella morena no haya seguido mi recomendación.
Lucía es una mujer que ha encontrado en la maternidad una herramienta para obtener maridos y apoyo económico. Siempre busca hombres con trabajo estable, a quienes concede un hijo en muestra de amor. Sin embargo, parece ignorar que el amor y la responsabilidad no obligatoriamente están unidos con la paternidad, así que cuando el amor se acaba, ella interpone un juicio de manutención. A la fecha tiene tres hijos y recibe las pensiones de los tres. Por supuesto que el varón tiene la obligación de mantener a los hijos, pero no crea usted que las pensiones se destinan a las necesidades de ellos, ya que los cría abuela y ella es asidua a bares, donde su belleza espera atraer, imagino, al padre de su siguiente hijo.
-Tú ya no importas, ahora eres madre así que olvídate de ser mujer- fueron las palabras con que los padres recibieron a Gaby cuando se divorció de su marido y padre de dos hijos. Embargada aún por el duelo que ocasiona una ruptura sentimental, debió afrontar los desdenes de la familia y ser sometida a una escrupulosa vigilancia de los padres, quienes le contabilizan el tiempo que tarda en llegar del trabajo y le exigen el total de su salario para recibirla en la casa, donde viven además dos hermanos que no trabajan. De fiestas sólo sabe por referencias de las compañeras de trabajo, y es que ella no tiene libertad para salir; menos puede aspirar a tener un romance. Pero la juventud se le impone, y se ha convertido en una mujer que se desquita con los hijos. Siempre está enojada y su tono de voz refleja fastidio cuando se dirige a sus pequeños, renegando abiertamente de ser madre. No es que no los ame, pero su presencia representa la nulificación de ella en otros aspectos de su vida.
Son sólo historias comunes, pero reales.
Este 10 de mayo nuevamente nos saturaremos de mensajes que reconocen a la madre sólo por el hecho de procrear, que le reconocen su entrega y amor, pero que siguen ignorando la realidad de millones de mujeres.
Hoy en es el día en que debiéramos insistir en la creación de más guarderías y casas de cuidado para niños mayores de seis años; de fomentar una educación que involucre de manera más comprometida a los hombres en el cuidado de los hijos. De reconocer que, a pesar de valorar tanto la maternidad, y aunque la ley lo prohíba, aún se discrimina a las embarazadas en los centros de trabajo y no se les contrata en ese estado. De educar a las mujeres para que aprendan a realizarse en todos los aspectos de su vida y no sólo aspiren a ser sólo madres, ya que si su vida gira sólo en torno a la maternidad, serán personas incompletas y sin vida propia.
Me uno al reconocimiento para las madres por su trabajo, su aportación, pero renuncio a venerarlas como hadas capaces de trabajar sin descansar, obligadas a amar incondicionalmente.
Tal vez, en lugar de un bolso, su mamá necesita que por una semana no vaya usted a comer a su casa, que no le pida prestado y deje de usarla como nana cada fin de semana.