Lo que hace grande a un país (más allá del comercial)

Últimamente nos están bombardeando con esta campaña y con la complementaria, que nos invita a dar seguimiento al trabajo de las personas que elegimos para diversos cargos de elección popular y, por consecuencia, a todo su equipo de trabajo.

La participación ciudadana es un tema tan trillado que pareciera ser que los ciudadanos hacemos oídos sordos a tanta insistencia, pero es un asunto que no podemos echar en saco roto. En toda reunión siempre tocamos el tema de los dineros, el desempeño y la corrupción que impera a nuestro alrededor, casi siempre terminamos en que es asunto de políticos, y suponemos que así serán las cosas hasta el fin de los tiempos.

Siempre queremos cambiar, pero nunca queremos que ese cambio nos involucre, pues la política corresponde a un ámbito en el que pareciera que nosotros no intervenimos. Todo esto es totalmente falso. Todos somos políticos, hagamos o no hagamos algo. Nuestra inacción e indiferencia también es una postura que asumimos para ese ámbito. Lo que no hacemos todos es ejercer nuestro lado político dentro de un partido, algo que a muchos nos escuece, pero que no es todo lo político.

¿A qué viene todo esto? Pues que el cambio debe empezar por nosotros. No creo que estemos dispuestos a arrojar por la ventana de nuestra casa un fajo de billetes, o que nos quedemos con los brazos cruzados cuando un invitado carga con alguna de nuestras pertenencias mientras se despide de nosotros después de una velada.

Todo servidor público, aseveración que va desde el presidente de la república, los diputados y senadores, el titular de la administración municipal y hasta la última persona que desempeña una función en la administración pública, incluidos los conciudadanos que tienen cargos honoríficos, deben manejarse con rectitud y emplear nuestros recursos de la mejor manera. Ellos están a cargo de la administración por encargo nuestro. Las áreas verdes, las calles, las plazas, los árboles, todos son propiedad municipal, estatal o federal y, por lo tanto, son propiedad de todos nosotros. Así es que si alguien se roba el cableado, tala un árbol o daña las paradas del transporte público, nos afecta a todos. También cualquier servidos público que vende el área verde de nuestra colonia, o hace una obra con un sobreprecio, o encarga un estudia que no es necesario, hace mal uso del dinero del gobierno, que es a final de cuentas, nuestro dinero, y también daña el patrimonio del municipio. Toda propiedad municipal, estatal o federal es nuestra.

Lo que ahora nos corresponde es asumir nuestro papel de jefes lo que implica que como tales debemos de conocer más que nuestros subordinados. Si no, no podremos asumir ese rol. Debemos conocer las leyes, reglamentos, ordenamientos y cuanto elemento nos sirva para observar el trabajo de nuestros subordinados y hacerles ver cuanto están haciendo mal.

Con nuestra preparación también debemos ejercer la crítica, la misma que, siendo objetiva, ayuda a construir mejores ámbitos y entornos. Es cierto que algunas veces, sólo cuando el desempeño sea fuera de lo excepcional, felicitaremos y premiaremos el trabajo, pero hacer bien las cosas, eso es lo menos que esperamos de ese servidor. Muchas veces nuestros subordinados olvidan que los tenemos para que hagan las cosas, pero además las deben hacer bien, y a la primera. Para eso los elegimos y para eso reciben un salario quincenalmente. ¿Alguien recuerda que en su trabajo le hayan felicitado por hacer bien las cosas? ¿Por qué entonces nosotros si se los permitimos a los servidores públicos?

¿Desde cuándo un subordinado hace esperar al jefe, o le da una retahíla de justificaciones para no lograr las metas, o ni siquiera cuenta con indicadores para medir su desempeño o la eficiencia de una política pública o una campaña, y ver su impacto en la mitigación de un problema? Siempre oímos que se atacará la pobreza y la desnutrición y el rezago educativo, y transcurrido el tiempo la pobreza crece, la desnutrición persiste y la educación sigue siendo deficiente.

Es momento de reflexionar al respecto, asumir nuestro papel de jefes y hacer equipo con nuestros subordinados. Esta tarea puede ser difícil porque implica cambiar malas maneras de hacer las cosas. Todo cambio trae ese tipo de trances, pero lo que primero debe suceder es que nosotros nos creamos lo que en verdad somos. De nuestra parte tenemos que iniciar nuestra formación en el ámbito de nuestro interés y, con conocimiento de causa, ahora sí, exigir de manera clara, objetiva y constructiva aquellos cambios que consideremos para el bien de la colectividad.

La tarea puede parecer titánica, pero lo será cada vez más si seguimos posponiendo dar el primer paso: cambiar nosotros.

 De otra manera será imposible mejorar nuestro entorno inmediato, y seguiremos siendo críticos de café que nada construimos.