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26/05/13

Los alumnos, la educación y lo que nos toca

Los alumnos, la educación y lo que nos toca

Terminé un periodo difícil en un colegio de la ciudad. Difícil por la estructura, metodología y procesos del colegio. Difícil por el tipo de alumnas que tuve en los grupos que me asignaron. Cuando me pidieron que los apoyara tuve dudas por lo poco que sabía al respecto, pero al mismo tiempo tenía curiosidad. La curiosidad mató al gato, dicen. Y yo terminé enferma.

Y luego he estado pensando en lo que produce en los alumnos este desinterés y, en el proceso, escribí y reescribí unos cinco textos.  Primero hice un esbozo en Prezi: Lo que conozco y lo que desconozco de mis alumnos. Hice un recorrido por mi vida como docente, recordando a mis alumnos y tratando de determinar algún factor que caracterizara a los menos motivados. Seguramente hay factores de todo tipo que intervienen en alguna medida; sin embargo, después de vuelta y vueltas, caí en cuenta de que el factor principal de esta desmotivación es la escuela misma, incluidos los docentes.

Lo que priva entre los alumnos es el interés por obtener buenas calificaciones a costa de lo que sea. La copia y el plagio están a la orden del día en todos los niveles (y entre colegas, por qué no) y no parecen entender la gravedad de su falta cuando se les señala.  En todos mis cursos, el copiar cualquier trabajo o tarea, o copiar y pegar sin referencia explícita lo que encuentran en documentos que ni siquiera entienden cabalmente, amerita un cero como calificación. Se anuncia así en el documento que entrego al inicio del curso. Y sin embargo, no falta la / el alumna (o) que me pide que le aumente un punto para pasar, porque “me quitaste un punto porque copié” o porque “te debes dar cuenta de que no necesito repetir el curso”, aunque la copia haya sido flagrante y reiterada.
Aventuro que estas conductas derivan del hecho de que antes no han sido sancionadas. Que para el alumno es un acto común y sin consecuencias. Esto puede deberse a que los trabajos y tareas no son realmente revisados por los profesores. Como madre de familia fui testigo de este tipo de situaciones. Pako es bilingüe y sabe hacer trabajos muy serios desde la primaria, pero también aprendió muy pronto que hay otros para los que no vale la pena esforzarse. Recuerdo una tarea de inglés, en la secundaria, en la que le asignaron la más alta calificación. De casualidad encontré el documento ya calificado, y lo que llamó mi atención fue que contenía palabras en latín que, por supuesto, Pako desconocía. La maestra ni siquiera había reparado en esos “pequeños detalles”.

No solamente es el plagio y la copia. La falta de revisión de las tareas y trabajo se ve en la redacción y la ortografía de los alumnos. Muchas veces ni siquiera sus nombres están bien escritos (alumnos de profesional o posgrados incluidos).  Parecen desconocer las reglas para el uso de mayúsculas y minúsculas, y ¡no hablemos de los acentos!  La puntuación está perdida y, en apariencia, nunca han recurrido a un diccionario o, mínimamente, a tomar en cuenta las sugerencias del corrector de Word.  En tiempos en los que la tecnología proporciona todos los recursos para revisar y corregir textos y para generar citas y referencias de manera automática, uno puede pensar que el profesor simplemente ha tirado la toalla. La otra opción es más grave: tiene las mismas deficiencias que el alumno y por ello no pueden detectar ni corregir los errores.
Me inclino por pensar que los docentes han abandonado la lucha ante el poco respaldo de las autoridades escolares, que simplemente pugnan por las buenas calificaciones de los alumnos, lo que es una medida para conservar y acrecentar su clientela en las escuelas privadas y para mantener los indicadores en las públicas. Y porque hacer un trabajo serio, retroalimentando al alumno y ayudándolo a corregir sus errores, requiere de un entorno congruente que considere importante el desarrollo integral del individuo.  Fomentar en el alumno la honestidad para reconocer sus errores  y la responsabilidad para superarlos debería ser tan importante como el aprendizaje de cualquier disciplina, aunado al hecho de que un uso didáctico de los errores contribuiría al aprendizaje mismo de la disciplina en turno.

Pero es una triste realidad que la honestidad y la responsabilidad no son particularmente populares en estos tiempos, y es un hecho que la educación nacional tiene perdido el rumbo y, a cambio de educación integral, se dedica a buscar satisfacer estándares nacionales o importados. Por otro lado, el “comercio” que se hace con las calificaciones no es no es nuevo, Evaristo Galois había denunciado en 1830 la mala calidad de la educación de los bachilleratos de su época, en donde la enseñanza  tenía como propósito entrenar para aprobar exámenes.  Y así seguimos.
En este panorama es casi normal que los jóvenes busquen, simplemente, estar a la altura de lo que se espera de ellos: buenas calificaciones sin importar lo que hayan aprendido. De paso esto garantiza la satisfacción de los padres y tutores, quienes no tienen, en general, muchos más elementos para juzgar la calidad de la educación que reciben los chicos de los que son responsables; padres y tutores quienes, sin duda, se cuestionan poco sobre la persona que están ayudando a construir.

El trabajo docente serio es arduo y hasta puede ser que se contraponga a las políticas institucionales que buscan dar satisfacción a sus clientes, sacrificando al mismo docente si es necesario (saludos Judith Hernández). Una madre de familia de Tijuana comentó:  “deberían pagarles todo ese trabajo”, en respuesta a un post que escribí mientras calificaba exámenes y tareas, al final del semestre. Pero todas las instituciones educativas se inclinan por pagar solamente el tiempo que se está frente al grupo. La preparación de materiales ad hoc, la revisión y la retroalimentación a cada alumno no está considerada, mucho menos la creación de portafolios, rúbricas para evaluar el desempeño, y todos los otros elementos que ayudarían a evaluar de manera integral a los alumnos.

Entonces, si los alumnos (afortunadamente no todos) están en esa mediocridad que nos molesta, revisemos como padres, tutores y docentes, lo que estamos haciendo para fomentar esas actitudes y conductas. Pero no vale quejarse si no hacemos lo que nos toca.