Más del chiste
La palabra ‘chiste’ en México se usa con significados diversos, más allá de lo que es un cuento, historieta o relato breve de carácter jocoso que provoca la risa. También se considera chiste una ocurrencia graciosa, al juego verbal que obliga a quien lo escucha a aguzar el ingenio, a las ilustraciones o dibujos que motivan la risa, con diálogos o sin ellos. Igualmente, llamamos chiste a lo que representa un reto («Ahí está el chiste de ese trabajo»); o lo que ofrece dificultad («Este platillo no tiene chiste»). Y distinto de lo que enuncia el Diccionario de la Real Academia Española, en nuestro país no suele usarse la expresión ‘chiste alemán’ para señalar «lo que no produce risa», como lo señala una de sus acepciones.
Ya en alguna ocasión en este espacio precisé que el chiste del chiste está en romper la lógica. Cuando se logra el absurdo, entonces un relato provoca risa. Por tanto el chiste es eminentemente conceptual y la base de esta habilidad radica en el lenguaje. Los tratados sobre la risa aseguran que los mejores chistes son narraciones, sin que ello demerite los chistes gráficos.
Si ello se achaca a alguien conocido (una figura pública, por ejemplo; cierto o no, pero eso no importa a quien escucha), entonces el absurdo adquiere proporciones más intensas. Lo anterior por identidad con el personaje. Gracias a las neuronas espejo, la identidad es mayor con quien padeció el suceso. Entonces la situación para quien escucha –afortunadamente resguardado por no serlo– genera intensidad.
Lo absurdo tiene todas las gamas de la vida cotidiana. Pero por esta misma razón, entre más identificado con las particularidades de un lugar, mayor gracia para los locales. Lo gracioso, entonces, varía de país a país, incluso de región a región. La universalidad de un chiste o situación graciosa radica en que mayor número de personas puedan identificarse con el relato y, al mismo tiempo, puedan encontrar incómoda la situación. Por ejemplo, para la cultura occidental la etiqueta es un factor muy valorado (la vestimenta como condición social). Si una persona es convocada a una reunión como invitado principal, pero no es puesto al tanto de que será una reunión de etiqueta, la situación será incómoda si llega de mezclilla y camisa a cuadros. En muchos provocará risas o, cuando menos, sonrisas. Pero para una sociedad en que esos aspectos no son tomados en cuenta, la situación ridícula se diluye.
Los temas de los chistes son variados. Van de lo más simples a lo más complicado; de la inocencia hasta la picardía (en algunos lugares se les asocia a colores: blancos para los inocentes; rojo o verde para los fuertes;). Los temas sexuales, por ser privados o íntimos, generan mayor expectación.
Remato con un blanco. Me sucedió cuando hacía junto con otros chicos mi servicio social en una oficina de Prensa. Elaborábamos, entre otros productos, boletines. En alguna ocasión se me acercó discretamente una compañera y me preguntó muy seria (no había procesadores de texto): «¿Ayer se escribe con h?». Por supuesto le dije que no. «¿Y hoy?», de inmediato lo hizo una vez más. Le confirmé que sí. «¡Caray! –exclamó entonces muy preocupada–, ¡cómo cambian las cosas de un día para otro!».